El domingo estuve en una reunión en Bogotá con el candidato liberal Humberto de la Calle presidida, además, por el exministro Juan Fernando Cristo y el senador electo Horacio José Serpa Moncada.
Asistieron dirigentes del partido en la capital, lideresas, ediles, miembros de los directorios locales y una amplia representación juvenil.
Fue una auténtica fiesta partidista, con vivas, aplausos, emotivos discursos, banderas rojas, fervor por la causa, emoción que se mantuvo durante hora y media desde cuando se cantó el bellísimo himno que evoca el sagrado compromiso por la paz, la libertad y el pan, que es la forma de comprometerse con la lucha social y la equidad.
El discurso del candidato se esperó con ansiedad. Habló con la tranquilidad de quien sabe lo que va a decir y por qué; el bullicio cesó completamente tan pronto como comenzó y callado se mantuvo el inmenso auditorio, salvo consignas y aplausos surgidos espontáneamente al son de las emociones del orador, porque la gente fue a escucharlo, a enterarse de primera mano de sus ideas y compromisos, a sintonizarse con su arenga, que estuvo saturada de propuestas inteligentes y viables, de consignas reformadoras, de anécdotas persuasivas, todo muy serio, bien estructurado, indicando con la propiedad de sus palabras que conoce bien lo que le tocará hacer si el pueblo lo elige Presidente.
A lo largo de mi vida política lo he escuchado muchas veces en sinnúmero de discursos políticos, conferencias, entrevistas, estuve a su lado en actos de la campaña de 1994, lo seguí paso a paso en la Constituyente, recuerdo cada frase de la intervención con la cual, como Ministro de Gobierno del Presidente Gaviria, dio comienzo a las conversaciones de paz en Tlaxcala, lo oí en La Habana y aquí en Colombia en sus explicaciones sobre el proceso de paz, en fin, se mucho de sus convicciones y anhelos políticos.
Sé también que conoce a Colombia y a los colombianos y que es un estadista bien estructurado.
Pues quiero confesar que el discurso del domingo me impresionó. Ya lo sabía, claro, y lo he repetido incesantemente, pero ahora estoy convencidísimo de que Humberto de la Calle es el presidente que requiere el momento.
Sufrimos una serie de discordancias y calamidades que solo podrán atenderse con la tranquilidad, la experiencia, la formación, el conocimiento y el carácter de De La Calle.
No se puede improvisar ni irse para los extremos ni obrar con odios ni dejarse cegar por el revanchismo.
Tenemos grave violencia, corrupción sin límites, falta de institucionalidad, el territorio está fragmentado por el crimen, nadie cree en nadie, la gente tiene hambre de comida y de justicia, se requiere el mejor.
Todos sabemos que el mejor es De La Calle.
Los pobres ocupan un lugar muy especial en el discurso, en el alma y en el intelecto de De La Calle. Es el único que los recuerda, porque es el único que sabe dónde ponen las garzas.
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