Por: Ricardo Durán Serrano
Yo tendría, si acaso, unos cuatro años y medio cuando conocí, viajando por tierra en un paseo familiar, el histórico Puente Pumarejo sobre el gran río de la patria, a la entrada de Barranquilla. Veníamos de Santa Marta de conocer el mar y las estribaciones de la majestuosa Sierra Nevada, (era mi primera vez), y acabábamos de desayunar unas deliciosas ‘arepas’e huevo’ en «La Ye» de Ciénaga, cuando vi el puente, la majestuosidad del río crecido y todo lo que demoramos en atravesarlo por completo.
Estrené mi virginal capacidad de asombro, quedé totalmente descrestado, me parecía enorme, gigantesco (en ese entonces yo medía menos de un metro y desde mi perspectiva la obra era monumental) y me costaba creer que lo hubieran construido personas normales.
Desde ese momento se me ocurrió la idea de que en Barranca era posible construir algo igual, que uniera a nuestra ciudad de dos orillas en una sola identidad común, incluso alcancé a imaginármelo como continuación de la Avenida del Ferrocarril, por detrás de la Estación de Policía y de la bodega de ADENAVI, saliendo del muelle y llegando a casabe, a cuatro carriles.
Esa ilusión infantil fue el primer germen de mi proyecto de crear el Distrito Especial de Barrancabermeja y por la impresión tan duradera y conmovedora de ese bello recuerdo de mi infancia fue que muchos años después escogí el mirador ubicado en la mitad al puente Guillermo Gaviria como el sitio ideal para concentrar la marcha con la que iniciamos la recolección de firmas de nuestra iniciativa ciudadana.
Pero el encanto me duró muy poco.
Apenas a una cuadra de bajar del hermoso puente de mis ensoñaciones nos topamos de frente con el basurero metropolitano de ‘la arenosa’.
Un vaho hediondo a muerto, una nube de moscardones enfurecidos que se disputaban a muerte la pitanza y una bandada innombrable con toda clase de aves de rapiña que desgarraban a dentelladas las miserias de nuestra corrompida humanidad le provocaron náuseas y varias arcadas a mi inocente metabolismo, arrastrándome cual Dante Alighieri impúber del cielo al infierno en menos de 100 metros.
En medio de la crisis que se desató en el platón de la camioneta del cuñado Mario Evan por la súbita regurgitación de las ‘arepas e’huevo’ a medio digerir, mi madre, fervorosamente oportunista me clavó la peor y más eficaz mentira de su imaginario judeo / cristiano, para reprenderme, a la vez que me adoctrinaba.
—»ASÍ ES EL INFIERNO MIJO, FÍJESE BIEN, PERO ALLÁ LOS CHULOS SON DEMONIOS Y SE ALIMENTAN DE LAS ALMAS EN CARNE VIVA DE LOS PECADORES»—.
Vaya imagen esa, tan dolorosa, corrompida, cercana, amenazante, el arquetipo de la muerte triunfante y vuelta fiesta, un paradigma con más efectos especiales que una película de terror en 3D. Una cicatriz profunda en mi conciencia. Desde entonces y hasta hoy no soy capaz de acercarme a los canecos de la basura sin sentir estremecimientos y un terror sordo, instintivo, que me paraliza.
Tampoco soy capaz de pasar frente a un botadero de basuras, cualquiera sea su tamaño, sin acelerar el paso y reprimiendo un temblor incontrolable de mis manos. Y es la hora que llevo muchos años de mi vida resistiéndome a visitar y volver a conocer a Barranquilla, ciudad que dio cuna a entrañables amigos y escenario privilegiado de la construcción nuestra identidad cultural y nacional.
Pienso yo que ya se llevaron ese botadero de basuras de ahí.
También supongo que hace años dejó de desaguar sus pútridos lixiviados en medio de los manglares de la desembocadura en el Caribe de nuestra arteria aorta nacional.
Lo que no entiendo es, ¿cómo puede resultar admisible que en Barrancabermeja, ciudad que hoy cuenta con un puente aún más bello y monumental que el Pumarejo para conectar a sus dos orillas, se esté filtrando por las redes sociales que la voluntad de la pasajera administración de la ‘Ciudad Futuro’ apunta a prorrogar en el tiempo y a extender el área de la actual celda transitoria en la que hacemos la disposición final de nuestras miserias urbanas?
Afirman varias fuentes que la intención es asegurar la operación y la cobertura del servicio durante el tiempo que se demoren en construir un relleno sanitario regional, con toda la tecnología, la capacidad y los encadenamiento productivos generadores de empleo y valor agregado que nos meceremos los hijos renegados de esta tierra fértil.
Pero yo creo que de buenas intenciones está lleno el basurero infernal con el que mi mamá me amenazó y hasta me hizo rezar durante toda la infancia.
Por eso quiero recordarles que ya van por lo menos cuatro oleadas de justa indignación ciudadana con una serie de escándalos periodísticos, desde mediados del gobierno del despecho, por los flujos de lixiviados que todavía están contaminando nuestra principal reserva hídrica y el reciente amago de movilización ciudadana por la oferta de la ‘Ciudad Futuro’ de recibir las basuras de los municipios del área metropolitana de Bucaramanga, que buscaban obligar a la empresa Aguas de Barrancabermeja, a los contratistas operadores de la celda transitoria e incluso a la CAS, para que procedan al cierre definitivo de ese botadero de basuras a cielo abierto que fue estratégicamente ubicado dentro de los límites de la cuenca de la Ciénaga San Silvestre y atravesado a la mitad del recorrido de la antigua ‘Carretera Nacional’ que dentro de poco se convertirá en el corredor logístico y turístico de la «Gran Vía Yuma» que será la principal vía de acceso a nuestra ciudad.
No quiera el ‘DIOS DE LAS BASURAS’, que los jóvenes hijos de los potenciales turistas que se aventuren a conocer nuestra ‘Ciudad Futuro’ en unos años, entrando por la Gran Vía Yuma y con rumbo a nuestra bella y majestuosa Ciénaga San Silvestre, reciban esa misma impresión negativa y definitiva que un lejano día me apartó a mí y para siempre de la muy noble y carnestoléndica Barranquilla.
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RICARDO DURAN SERRANO, es un columnista de BARRANCABERMEJA VIRTUAL que usted puede ubicar en el correo electrónico: [email protected]
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