Se repite sin parar que el Presidente Santos es un jugador de póker. Por haberlo escrito así en alguna columna algunos amigos me pidieron que describiera lo que era esa categoría. Sin ir tan lejos como caracterizar porque nuestro mandatario puede serlo, me arriesgué a intentar responder a la pregunta.
Las memorias que cuentan quienes jugaron con Santos en la Universidad pueden tener algo de leyenda por la importancia actual del personaje. Jugar en esa etapa de la vida es bastante común y no necesariamente define los rasgos de la personalidad. En el caso del Presidente su fama viene más de su condición de jugador a lo largo de la vida; y tal vez más por lo duro de las apuestas que por la dedicación a esa actividad. Es también conocido que su gusto por apostar duro no se limita a la baraja sino que por ejemplo en el campo de golf le da tanta importancia al deporte como a lo que apuesta.
Varias modalidades de jugador se pueden presentar o más correctamente varias motivaciones puede tener una persona para ser jugador
Hay los que solo juegan con el objetivo de buscar un ingreso. Unos lo hacen ocasionalmente y hay otros que hacen de esto una profesión; estos últimos pueden llegar a que el objetivo sea vivir de ello; son los que a un nivel muy alto se especializan, al punto que ya son conocidos y excluidos por ejemplo de los casinos porque logran desarrollar algoritmos o martingalas que contrarrestan la ley de probabilidades que hace que el Casino, en lo que se convierte en una proyección al infinito de jugadas, tenga la seguridad de ganar. Se pueden clasificar en ambos casos como los que juegan por plata.
Otros ven más el lado de la competencia para ver si se es más hábil que los otros jugadores. Más que el atractivo del tipo de juego que se dé, les interesa contra quién juegan. Ganar no consiste tanto en recibir en plata un premio, pero el dinero que eventualmente recogen es la medición o la calificación de su habilidad en comparación a la de los demás. La razón o satisfacción del juego la encuentran en el reto que les representan quienes alternan con ellos.
Otra modalidad o estímulo es de quienes ven en el juego y en la apuesta un riesgo (pequeño o grande, no es lo más relevante) que les dispara la adrenalina y adquieren una especie de adicción a ello. Es el caso descrito por Dostoyevsky, y corresponde con la tipificación de un vicio donde simplemente se juega por jugar no por ganar. El ‘dado corrido’, la ‘guayabita’ o cualquier juego donde no es requisito ninguna habilidad pero en el cual se pueda perder o ganar es suficiente para estos jugadores.
Ya respecto al póker, se requiere el mínimo de capacidad para estudiar las probabilidades de ganar según las cartas que están a la vista; algo más se necesita en cuanto a saber entender la psicología de la contraparte y captar su manera de jugar. Pero la verdadera habilidad en el juego consiste en la capacidad de engañar; algunas pocas veces en ocultar lo que se tiene como fortaleza, pero principalmente en la capacidad de ‘cañar’ para inducir en error al otro, de hacer creer a los demás algo que no es la realidad. Es lo que universalmente se conoce como el ‘bluff’, que en España lo llaman ‘hacer un farol’ y que probablemente dio origen al colombianismo de ‘farolear’ (calificativo que no pocos emplearían en relación a lo que se hizo con la Cumbre de Cartagena).
No sería fácil atreverse a establecer en cuál de las primeras categorías aquí señaladas se puede situar como jugador al primer mandatario (aunque se puede excluir la de ganar plata). Pero sí me atrevo a decir que las condiciones para calificar de ‘bueno’ a un jugador de póker no son propiamente el tipo de ‘virtudes’ que debe tener un buen gobernante.