Por: Horacio Serpa
La noticia sobre Medellín en el diario “El País” de España no podía ser más escandalosa ni más dramática: en la capital de Antioquia hay 5.000 sicarios, distribuidos en 300 combos, que matan hasta por 5.000 pesos.
Medellín es una ciudad hermosa, moderna, de la que nos sentimos orgullosos los colombianos. En ella vive gente buena, emprendedora, tiene las mejores Universidades y sus empresas son las más importantes del País. Está bien gobernada, con el Alcalde Aníbal Gaviria a la cabeza, como ocurre en el Departamento con el Gobernador Sergio Fajardo. De los Antioqueños se pueden predicar todas las bellezas, hacer todos los elogios, comentar todas las cualidades, sin estar exagerando. Son un gran pueblo.
Desafortunadamente, por décadas los ha azotado la violencia.
La subversión ha hecho estragos en esa sociedad, con asaltos, inenarrables atropellos, secuestros, asesinatos. Ninguna región se ha escapado. Pongo como ejemplo a Uraba, donde la guerrilla fue despiadada, lo mismo los paramilitares que igual golpearon en forma salvaje al resto del Departamento.
El narcotráfico afectó la vida paisa sin consideración, la intimidó y trastornó, la humilló con sus indeseables comportamientos, atrasó su adelanto vertiginoso, propició malas costumbres, la inundó de sangre y sembró terror donde antes era alegría y convivencia.
La comunidad medellinense reaccionó positivamente y ha luchado con coraje por superar tan terrible realidad. La recuperación es grande y Medellín ha vuelto a ser una ciudad de luces, alegre, sin miedo, progresando en todos los aspectos. Pero aún existen inconvenientes y de manera constante se reflejan las secuelas de lo acontecido. Hay problemas en barrios, en el área metropolitana subsisten expresiones delincuenciales y en algunos lugares prevalecen formas criminales que perturban las actividades ciudadanas.
Como en otras partes de Colombia, hay asesinatos. En este sentido es veraz el informe del periódico Español, pues se conoce a diario de violencia y muerte en Medellín. También se sabe del pandillismo y de las oficinas que negocian con narcotráfico, intimidan, pelean entre sí, ejecutan venganzas y se valen de los muchachos sicarios para cometer villanías.
La noticia, que mereció el rechazo de la Embajada de Colombia, es cuestionable en cuanto al número de sicarios. Le creo al General Yesid Vásquez, quien además asegura que los homicidios han disminuido. Lo conozco y sé de su seriedad y profesionalismo.
Pero es terrible ver a la juventud depravada y saber que la miseria los lleva a la maldad. Matar para poder comprarle a la mamá unas arepas, como informa “El País”, nos llena de vergüenza a los colombianos.
Tenemos desarrollo económico, progresamos, crece la inversión, aumentan las exportaciones, nos visita el Continente entero. Pareciera irnos bien, pero no es verdad, porque esas bondades tan elogiadas no ofrecen como resultado la corrección de la desigualdad ni la superación de la pobreza ni le brindan a los niños y jóvenes colombianos un destino justo para que ninguno pueda ser pervertido por el crimen. Todo lo demás es “carreta”.
Bogotá D.C., 11 de Abril, 2012