Por: Horacio Serpa
Nunca terminamos de conocer la larga lista de delitos espantosos cometidos en el país.
Cuando niño escuché comentar sobre terribles crímenes. Masacres, asesinatos a sangre fría, decapitaciones, el “corte de franela”, el “corte corbata”, asaltos sangrientos, fetos humanos mostrados como trofeos de guerra en las puntas de las bayonetas. Se le llamó “época de la violencia”.
Terminada tanta barbaridad ejecutada a nombre de los partidos políticos, surgió la guerrilla con cadáveres y atrocidades que aún no acaban. Seguimos teniendo secuestrados que sufren perversa sepultura en la selva como manifestación del máximo horror.
Después vino la “destorcida”. Diversos grupos criminales ofrecieron salvar a Colombia de la guerrilla. Hubo beneplácito, solidaridades públicas y en privado, complicidades a granel. Agentes estatales hicieron su ilegal aporte estimulando, entrenando, armando, interviniendo directamente.
Lo que ocurrió asombra a los más indiferentes. Amplios sectores ciudadanos fueron avasallados, ultrajados, humillados, masacrados. Se mató sin consideración a varios cientos de miles inocentes. Pero aún no sabemos todo. Recientes informaciones estremecen.
El “Osito” ultimó a 300 personas, muchas a garrote limpio. “Coyara” las descuartizó por montones. “Pikachù” destrozó huesos y carne para que los pedazos de muerto cupieran en un hueco y se evitara el escándalo. “HH” personalmente no mató sino a 80, pero mandó asesinar a 2.000. “Piedras blancas” a 400. Para qué hablar de los “mochacabezas”.
El horror no termina. Hace pocos días ocurrió un crimen infame en Arauca. Violaron a una niña de 14 años y luego la asesinaron lo mismo que a sus hermanitos menores. Los enterraron para no dejar rastros. El crimen ocurrió a 500 metros de donde está acantonado un batallón del Ejército Nacional.
Dios salve a este país de comprobarse que la villanía la cometieron miembros del Ejército, al que respetamos y aplaudimos por su labor sacrificada y eficaz en la lucha contra la delincuencia guerrillera, paramilitar y narcotraficante. Pero en esta ocasión no habría explicación posible. Tampoco la tienen los centenares de asesinados en “falsos positivos” que nos avergüenzan, así el país pretenda pasar de agache sobre este abominable episodio.
El asesinato de los niños debe investigarse con rigor, rapidez y eficacia. Es imperativo que se haga justicia y ni ello basta. La comunidad internacional está horrorizada y alerta. Cualesquiera que hubieren sido los criminales, especialmente si fueron miembros de la fuerza pública, no caben contemplaciones, ni excusas, ni explicaciones, ni retóricas aceptaciones de responsabilidad que nunca quedan en nada.
La sangre de estas tres criaturas clama nuevas y definitorias actitudes. Requerimos un acto colectivo de contrición para saber a ciencia cierta lo que nos está carcomiendo. Una sociedad en la que se cometen todas las villanías posibles y se calla o sólo se hace un escándalo fariseo, no es viable.
Nada servirá, como no sea la verdad con justicia severa y un real propósito de enmienda que genere una cultura de respeto, legalidad y convivencia. Lo demás es mentira, hipocresía, torpeza extrema. Y más violencia, más crímenes, vileza, hasta el derrumbe total.