Por: Jorge Hernán Silva B.
La historia de la nación siempre ha estado enmarcada por la existencia de conflictos sociales, que han derivado en enfrentamientos violentos. El devenir histórico refleja esta cruel realidad, que se anquilosa en nuestro imaginario colectivo, y que se ha trasladado en cada generación. En efecto, un análisis de nuestro pasado colectivo, arroja resultados trágicos y conmovedores.
La conquista española, lejos de ser un problema por el saqueo de las riquezas naturales, en especial sobre la minería y especias (en especial la quina), fue todo un proceso macabro de aculturación, que socavó el desarrollo social de nuestros pueblos aborígenes. Este proceso de conquista, planto la semilla del conflicto interno colombiano, como quiera que se baso en la explotación, primero del aborigen y luego del negro africano, como objetos comerciales de gran valor, pero maltrato humano, todo bajo la mirada complaciente de los altos jerarcas de la iglesia Católica. Todo este proceso, genero un cruce racial, de la cual todos somos herederos.
El proceso de independencia no fue diferente. Los descendientes de españoles pero nacidos en el nuevo mundo, tomaron los principales cargos y funciones dentro de ejercito libertador, dejando a los representantes de los pueblos indígenas, negros africanos y los diferentes cruces con los españoles, por fuera de esta nueva elite del poder. La iglesia católica, lejos de ser parte fundamental del proceso de independencia, en nuestro país, guardo silencio y solo tomo parte, cuando era inminente la caída del imperio español.
Luego del proceso independentista, una parte del ejército libertador, mal pago, y harapiento, inicio con pequeñas bandas criminales, que azolaban los caminos, dando inicio a las actividades clandestinas de maniobras guerrilleras, con el objeto de lucrar intereses individuales, pero también ante la creciente inequidad social y la posición dominante de ricos hacendados y la iglesia católica.
Tras la aparición de la Republica, y la organización del Estado central, la iglesia católica en Colombia, se alío con las elites de poder, y continuo su historial de tradición como durante la edad media en Europa, pero con muchas mas prebendas otorgadas por la firma del concordato (tratado internacional entre Colombia y el Estado vaticano), como el status quo en impuesto, y la ley de tierras muertas.
Con la Constitución de 1991, se otorgo como derecho fundamental para cada individuo, la libertad de profesar su fe, expresar su culto y difundirlo de forma individual o colectiva, siendo todas las profesiones religiosas, iguales ante la ley. Así, en nuestra sociedad, comenzaron a pulular cultos con diferentes prácticas partiendo de la cristiandad, pero al margen de la Iglesia Católica. Sin embargo, y pese al auge de los templos católicos, evangélicos, ortodoxos y demás practicas religiosas, y que todos ellos los días principales de culto, en especial los sábados y los domingos, estén abarrotados de personas, la violencia, la intolerancia, el secuestro, la violación de los derechos humanos y toda clase de actos viles contra la dignidad del hombre, siguen en un aumento permanente.
Ninguna de las Iglesias de origen cristiano o por fuera de la cristiandad (musulmana, budista, judía, hinduista), han aportado ideas valiosas y útiles en procesos que puedan conducir a la paz y reconciliación de Colombia en el conflicto interno con cualquiera de los grupos armados. Por el contrario, todas las congregaciones han fracasado, porque siempre son percibidas como parte del sistema Estatal, y no como los guías espirituales, doctrinarios y de fe, que llamen al respeto, la integración y la inclusión social.
Es necesario, que dentro de las diferentes doctrinas religiosas que tienen asiento en nuestro país, exista un consenso especial sobre la búsqueda de la paz, y la concienciación, que de continuar el conflicto armado, seguiremos siendo una nación tercermundista y sin oportunidades de desarrollo sostenible.