Por: Oscar Miguel Rodao
El tema del momento es el vertiginoso ascenso de Antanas Mockus en la carrera presidencial.
Su candidatura, que parecía una nota al pie en elecciones anteriores, hoy se convierte en protagonista gracias a un repunte inesperado en las encuestas. Aunque siempre he sido escéptico respecto a la metodología y autenticidad de estos sondeos, no se puede negar su capacidad para moldear la opinión pública.
Al final, la tendencia que marcan suele imponerse en las urnas.
Y en ese sentido, no puedo evitar sentir cierta satisfacción ante la debacle del uribismo. Víctima de sus propias estrategias, el uribismo infló la figura de Mockus sin prever que el desgaste político, el fracaso del referendo reeleccionista y los escándalos de corrupción serían el caldo de cultivo perfecto para que esta candidatura creciera con fuerza.
Lo que parecía una apuesta simbólica se ha convertido en una opción real, casi imparable, rumbo a la Casa de Nariño.
No importa que Mockus sea, en muchos aspectos, tan autoritario como el propio Uribe.
Que haya enfrentado huelgas estudiantiles mostrando sus nalgas como rector de la Universidad Nacional, o que haya perseguido a los taxistas en Bogotá retirándoles licencias.
Tampoco importa que como alcalde haya privatizado servicios públicos y dejado dudas sobre la contratación de las lozas de Transmilenio.
Ni siquiera su enfermedad de Parkinson o sus abandonos políticos previos —la alcaldía de Bogotá y su primera candidatura presidencial— parecen pesar más que el hastío ciudadano frente a las prácticas del uribismo. El deseo de cambio supera cualquier reparo.
Pero esta columna no trata de mis preferencias electorales.
Lo que me interesa señalar es el fenómeno de los oportunistas de siempre, los que se suben al bus de la victoria sin importar quién lo conduzca.
En Barrancabermeja, basta con observar quiénes están detrás de la ola verde para notar un patrón repetido: los mismos que apoyaron a los “independientes” en las tres últimas alcaldías, los que votaron por la Carita Feliz, por Cote Gravino, por el gobierno del amor y los dineros sagrados.
Hoy, esos mismos personajes se presentan como renovadores, pero jamás asumen responsabilidad por los fracasos que ayudaron a instalar.
En el plano nacional, muchos de ellos votaron por Uribe en su primera presidencia, cuando Mockus también era candidato.
Son expertos en montarse en las olas triunfalistas, pero jamás se mojan con la responsabilidad política. Se autodenominan “independientes”, como si eso los eximiera de rendir cuentas.
Yo los llamaría los sin partido. Posan de intelectuales, apolíticos, renovadores. Saltan de ideología en ideología con una agilidad envidiable, descalificando todo lo anterior y ondeando la bandera de la novedad.
Pero detrás de esa fachada de independencia, lo que hay es una profunda irresponsabilidad política. Y mientras Mockus avanza, ellos ya están acomodados en el vagón de la victoria, listos para bajarse en la próxima estación si el rumbo cambia.





