Impulsar el fracking´ y abandonar el proyecto de biocombustibles en los llanos muestran el despiste o la locura sobre la cual nos han montado nuestros gurús de la economía.
Las dos tendencias mundiales más evidentes e inevitables son la disminución del uso de combustibles fósiles, y, debido a la concentración de la humanidad en las ciudades, el aumento de los consumidores no productores de alimentos.
El primero generado por la conciencia de esta es la primera causa de deterioro ambiental y la consecuente necesaria disminución de su utilización si se quiere que el planeta y la humanidad sobrevivan.
Los compromisos internacionales del Acuerdo de Paris y el Protocolo de Kioto y la Cumbre de Copenhague obligan a los países a orientarse en ese sentido y prácticamente en todo el mundo las medidas ya están tomadas para ello.
La producción de automóviles eléctricos y la legislación que obliga incluir combustibles vegetales (biodiesel y etanol) así como el desarrollo de energías renovables (solar, eólica) son muestras de ello.
Por otro lado el crecimiento poblacional en las urbes y el desplazamiento del campo hacia ellas no es solo un proceso social de campesinos en búsqueda de las ‘luces de la ciudad’ donde creen lograr mejores condiciones de vida, sino un fenómeno económico, en la medida que la agroindustria con más eficiencia -más tecnología, menores costos y mayores rendimientos- no permite la competencia de la producción campesina; la disminución de los habitantes del campo también se acompaña a la larga de la reducción del potencial de crecimiento de la frontera agrícola.
La transformación de China es un ejemplo y un dinamizador de este proceso y se refleja en la subida de los precios internacionales de los granos debido al aumento del nivel de vida de esa población -lo que comienza a verse también en el caso de la India-.
La evolución en la estructura de la economía mundial parece no existir para las autoridades económicas colombianas.
Nada más absurdo que tener una economía basada en el petróleo cuando uno no cuenta con reservas sino para un lustro.
Nada más insólito que haber destinado la inversión más grande del país -Reficar, la refinadora de Cartagena- para tener que operarla con crudos importados (eso fue más grave que todos los escándalos de corrupción y sobrecostos).
Poco comprensible que se busque nuevas fuentes para mantener esa dependencia estructural de toda nuestra economía -exportaciones; inversión extranjera; ingresos por impuestos, por dividendos, y regalías-.
Y al mismo tiempo, nada más incomprensible que abandonar el segundo proyecto de más dimensión del país -el complejo de Bioenergy en los llanos- porque supuestamente éste no era rentable.
Abandonar así el polo de más desarrollo del llano, en la región con más potencial del país.
Dejar en el limbo a todos los agricultores que se vincularon al proyecto y más de 17.000 hectáreas de tierras destinadas a ello. Y eso sin tener en cuenta que operacionalmente sí es rentable aunque el costo contable como amortización y depreciación dé cifras negativas.
Estos dos casos -el del fracking y el abandonar el proyecto de sustitución de combustibles fósiles por biocombustibles- muestran el despiste o la locura sobre la cual nos han montado nuestros gurús de la economía.
El perjuicio va más allá del absurdo económico ya que en el caso del aspecto energético se dan también las afectaciones ambientales y sociales.
No se comprende que cuando el Foro Económico Mundial le reconoce a Columbia una buena posición de partida en su estructura energética y el mundo se monta en la Transición Energética, nuestra política sea impulsar el fracking y cerrar la producción de biocombustibles.
Y en el caso de la desatención al sector agrícola, no existe ninguna proyección a largo plazo o concepción de la función del sector agrícola en sus diferentes rubros; en cada cosecha se juega a una lotería sin reglas del juego, donde quien produce no tiene ninguna injerencia.
La única política de largo plazo son las cuotas pactadas en los TLC que somete aún más a la incertidumbre de los mercados internacionales la suerte inmediata y el futuro de la gente del campo (y que por los resultados mostrados han sido perjudiciales también para el conjunto del país).
Políticas de improvisación como la de inducir una menor producción mediante permitir (o propiciar) la quiebra de los productores -como sucedió con los paperos y hoy con los arroceros- puede calificarse de antisocial.
No sobra constatar lo lamentables que son nuestros resultados al seguir este ‘modelo’ si se comparan con los de los de los países asiáticos -China, Corea del Sur (y probablemente del Norte), Vietnam, Taiwán, Indonesia, Malasia, Singapur- que con Planeación Estratégica e intervención del Estado (y después de haber sido países más subdesarrollados que nosotros), superaron todas las economías lideradas por los gurús que nos guían.
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