Una alianza de personajes con diferente orientación ideológica es normal y sana en la política, lo que asusta son sus condiciones personales y la manera mañosa en que la ejercen.
Qué susto porque es la alianza de elementos hábiles, pero hábiles especialmente para moverse, cada uno a su manera, en el mundo de lo más malo de la actividad política.
Grave es lo que esa unión representa.
Por un lado, la sinvergüencería de que tres expresidentes que se han mostrado como antagónicos y han encausado huestes de ciudadanos los unos contra los otros, aparezcan hoy como aliados, es decir que descaradamente revelen que sus confrontaciones no tenían fundamento diferente que su sed de poder, y que eso mismo es lo que los lleva a coincidir ahora.
Segundo, que su punto de convergencia es alrededor del modelo económico y social que nos rige o sea el neoliberalismo; el que hace, por ejemplo, que mientras los empresarios aplauden las propuestas de la reforma tributaria, para las clases media y baja sea motivo de preocupación -o de angustia- porque las rebajas de impuestos a los primeros tienen necesariamente que ser a costa de los segundos (recuerda la película de Chaplin en la que ante la escena de un pordiosero comiéndose unos zapatos viejos los espectadores de la platea se mueren de la risa mientras los de gallinero aparecen babeando del hambre).
Tercero, el contenido y la orientación del modelo mismo: se considera de ultraderecha no porque no busque ningún cambio sino porque defiende el statu quo, a pesar de que, por sus evidentes falencias, ya está revaluado hasta por sus principales promotores; es decir no porque no busquen los cambios, sino porque pretenden impedirlos.
También por completar un viraje drástico, o peor, demasiado drástico hacia un lado del péndulo: con el ejecutivo en manos de un miembro del partido de más extrema derecha; con la economía hoy en manos de un economista reconocido como el más cercano a la derecha ortodoxa; con la cabeza y hasta cierto punto las mayorías del Congreso en manos de representantes de la misma orientación; y siendo esta ‘coincidencia’ con el intento de que el órgano de control sea ‘afín al gobierno’, nos encontramos con que, exceptuando parcialmente a las altas cortes, se manifiesta el deseo de recoger todos los instrumentos del poder en las mismas manos.
Pero, que tengan una orientación ideológica que no es compartida por todos es normal y sano en el campo de la política; lo grave y lo que da susto son sus condiciones personales y la manera indeseable y mañosa en que la ejercen.
Pocas personas que como Uribe tengan claro que el poder es para poder, como él dice ‘en forma frentera’, es decir pasándose de manera desafiante por encima de las convenciones, las que en el caso de un Estado de Derecho son las Leyes.
Si la muestra de su contribución a ese equipo fue la forma en que gobernó, no podemos olvidarnos de los falsos positivos, de las interceptaciones ilegales, de la yidis política, de la cercanía con el paramilitarismo, ni de que de su entorno han parado en la cárcel -o huyendo- ministros, secretarios, jefes de los órganos de inteligencia, jefes de seguridad del mandatario, asesores personales o parientes que han compartido la actividad política con él, y que hoy hasta él mismo es llamado a indagatoria.
Pocas personas tiene la capacidad de abusar también del poder como el expresidente Gaviria, en su caso en forma sinuosa bajo apariencias ambiguas ocultando bajo falsas apariencias o de terceras personas lo que él maneja y es en realidad.
No se puede olvidar que mediante falsas explicaciones (supuestamente el ‘el fenómeno del Niño’) justificó el pésimo manejo del sistema energético, llevándonos a casi dos años de racionamiento; que después de haber acordado todas las gabelas exigidas por Pablo Escobar para montar su propia cárcel decidió una operación tan mal montada que propició su escape y disparó la guerra que causó miles de muertos; que como dijera Rudolph Hommes lograron distraer la atención del Congreso con la Constituyente para poder imponer el modelo neoliberal sin que se debatiera alrededor de lo que esto significaba; que acabó con la representación y la función que debe cumplir en un Estado Democrático la alternativa de una izquierda democrática al apoderarse ilegalmente del Partido Liberal y distanciarlo de sus principios ideológicos y de sus electores para negociarlo por la mermelada burocrática que ha acabado con la ética de la política.
Y en el caso de Pastrana lo de destacar no sus capacidades sino la forma de disimular su incapacidad, dependiendo de que quien lo promueva logre que se omita una evaluación de sus méritos o capacidades.
Unido a los otros es preocupante pensar que su contribución a la historia de Colombia fue marcar la pauta según la cual no se requiere ninguna calificación en ningún campo – ni legal, ni de conocimientos, ni de liderazgo, ni de nada- para acceder a la Primera Magistratura de la Nación.
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