Por: Pedro Severiche Acosta.
De nada sirvió echarle mano a cuanto dato pude encontrar para hablarle hace un par de días a un grupo de estudiantes de bachillerato sobre la historia del periodismo en Barrancabermeja, encargo que me hiciera, con mucho cariño, un docente de literatura. Fueron oídos sordos los que me topé en mi regreso a las aulas. Debo confesar que llegué con mucho temor a la cita. Era un salón casi lleno de jóvenes estudiantes de bachillerato a quienes debía yo hablarles de lo que ha sido el periodismo en el puerto petrolero, tierra de mis mayores y caros afectos.
Ante el grupo de jóvenes que me miraba de modo indescifrable, el docente amigo preguntó que si habían hecho la tarea de averiguar quién era yo. Es de suponer que ninguno de ellos hizo la tarea. Ninguno de los muchachos respondió a la pregunta del profesor, hecho que me puso en alerta pues me mostraba el escenario árido que me esperaba.
Mi presentación.
Una vez sólo frente a ese bulto de gente que me miraba impávido, hablé sobre mis aventuras como profesor de bachillerato hace treinta años. Traté de hacer un chiste que a la larga resultó flojo. Nadie se rió ni por lástima. —»Trabajé en el colegio que recibía a todos los alumnos expulsados de los demás planteles»— dije y nadie se mosqueó con una risita aunque fuera.
De inmediato me aventuré a hablar de la historia de la radio y sus inicios en Barrancabermeja. Les dije que la primera radiofrecuencia de este puerto fue la emisora Barrancabermeja, de propiedad de unos hermanos gomosos de la radio que la instalaron en el muelle, en un edificio viejo que hoy sólo sirve para expendio de alucinógenos en lo que se conoce como ‘la olla’.
Les dije que allí, en esa emisora, nacieron los primeros locutores y los primeros informativos de radio. Que esa emisora luego cambió de sede y de dueños. Que sus últimos dueños se mataron entre sí por razones económicas. Les dije que allí en esa emisora se hizo políticamente el hoy gobernador de Santander, Horacio Serpa Uribe, quien tenía su noticiero llamado ‘Impacto Informativo’ que le sirvió para hacer llegar su perorata a todos los barranqueños. Nada les importó. Esos jóvenes estaban petrificados pensando quizás en los huevos del gallo.
Sin trascendencia la radio.
Referí entonces a los alumnos como en la ciudad hubo una emisora de nombre Radio Pipatón, en honor el cacique de los talones cortados por el conquistador. Les comenté que en esa emisora nacieron periodistas como Rafael Medina Corrales y otros, famosos en el ámbito de la radio nacional. El silencio era el rey entre todos esos muchachos.
Comenté que luego apareció la emisora La Voz del Petróleo del médico Eduardo García Rueda, a quien apodaban «Casimiro», pues así se llamaba su noticiero que parecía un botafuego pues disparaba diatribas contra los liberales dirigidos por Serpa Uribe que se atrincheraban en la emisora Barrancabermeja.
Les referí que en la emisora Barranca había un locutor de nombre Luis Ángel Chávez Obeso, famoso en la ciudad por ser del otro equipo, pero muy escuchado. Como si nada. Así las cosas, yo ya comenzaba a entrar en pánico en un auditorio tan extraño.
Hice referencia a Radio Regia del médico Alfonso Eljach Merlano, quien con el tiempo llegó a ser senador de la República y quien es el fundador de la emisora Yariguíes Stéreo.
Les referí que la emisora Antena del Río fue creada por la curia y que hoy se encuentra fuera de circulación porque no hay plata para pagar el recibo de la energía a la ESSA- EPM. Ni una risita por equivocación.
Rematé lo concerniente a la radio local hablando de la cerrada emisora Calor Stéreo y el trágico desenlace de Emeterio Rivas, su director, quien fuera asesinado en el año 2003 por hablar más de la cuenta y por aliarse con delincuentes. Nada de nada. Todo un témpano de hielo y yo asustado ante ese silencio sepulcral.
Prensa, sin pena ni gloria.
Antes de abordar el tema del periodismo escrito local, vi que una niña sacó por allá en el último puesto un espejo para terminar de maquillarse.
A media hora de haber iniciado la clase apenas arrimaba el resto de estudiantes. Los jóvenes entraban y sin decir los buenos días se apoltronaban en sus pupitres y preguntaban ‘soto voce’ de qué carajos estaba hablando «el cucho ese». Si supieran la piedra que me da que me digan tío o que me digan cucho. Va la abuela de ellos que no les enseñó buenos modales.
Hablé de los diferentes periódicos que se han fundado en esta ciudad desde principios del siglo pasado. Me remonté incluso a los tiempos de la colonia y del trabajo de los cronistas de Indias y ahí sí que los vi mirarse como estúpidos.
Nombré El Sideral, Siete Días, La Noticia, La Portada, El Observador, La Opinión, La Tea, y hasta los de circulación nacional con asiento en Santander como El Frente y Vanguardia Liberal. Si no escuchaban radio, qué diablos iban a leer estos carajitos.
Traté de vanaglóriame por haber escrito en todos esos periódicos. «¿Y a mí qué me importa?», balbuceó uno de ellos por allá en el fondo de la fila. Y me dije para mis adentros, razón tiene.
Ni la televisión, caramba.
Me ubiqué, ya en mi desesperación, para referirme a cómo a mediados de los años noventa surgió la televisión local que introdujo los informativos de mucho éxito, primero en la franja de la tarde y luego al mediodía y también en la mañana. Hablé de Enlace TV.
Les expliqué que luego apareció Telepetróleo y también impuso su noticiero. Les dije que por esos dos canales ha pasado el grueso de los periodistas de las últimas generaciones y que su trabajo ha sido bueno. «Fue como hablarle a un palo», solía decir mi abuela María.
Ya mamado, les dije rápidamente que había en la actualidad una página virtual manejada desde Miami por los hermanos Rodao donde informan al mundo lo que pasa en Barrancabermeja.
Tarea.
De atrevido, me arriesgué a pedirles que redactaran unas notas de algún hecho utilizando el famoso esquema de qué, cómo, cuándo, quién, dónde, etc. Sacaron el papel y al término de la clase nadie había escrito una ñoña.
Asustado, pero atrevido, intenté despabilar a esa gente con sendas morisquetas y creo que hice un tremendo oso. Salí entonces de ese salón de clases espantado y como alma que lleva el diablo. Ni siquiera les presté atención a los responsables del pago de mi conferencia que gritaban: — ¡No corra, Pedro, no corra! —.
Ya en la tranquilidad de mi hamaca y analizando la frustración vivida como conferencista pude concluir que el futuro de la patria está en peligro. Con unos jóvenes insensibles ante su propia historia, como los que me tocó lidiar en la mañana del sábado pasado, debo decir que la patria no tiene esperanza.
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NOTA: Pedro Severiche Acosta es un periodista que usted puede localizar en el celular 320-802-7956 o en el correo electrónico: [email protected]