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Unidos Todos: En memoria de las víctimas olvidadas de la violencia en Colombia

De exigir políticas públicas que reconozcan y reparen integralmente a las víctimas, de luchar contra la impunidad, de educar para la paz, y sobre todo, de no permitir que el olvido sea otra forma de violencia. En memoria de los que ya no están y por los que aún resisten, hoy más que nunca debemos estar unidos todos. Porque un país que olvida a sus víctimas está condenado a repetir su historia.

En estos días de marchas, reflexiones y gestos de aparente arrepentimiento, se impone la necesidad urgente de mirar más allá de los símbolos, de los discursos vacíos y de las cámaras, para recordar de manera sincera y comprometida a las víctimas olvidadas de la violencia en Colombia.

No solo a aquellas que han caído en medio del fuego cruzado de grupos armados, sino también a las que han sido silenciadas por la violencia institucional, por la represión estatal, por la indiferencia de una sociedad que muchas veces prefiere no ver.

La historia de nuestro país está marcada por décadas de conflicto armado, desplazamiento forzado, desapariciones y asesinatos selectivos.

Las víctimas anónimas de la violencia

Sin embargo, más allá de los nombres que ocupan titulares o las cifras que adornan informes, hay miles de colombianos y colombianas del común que sufren diariamente el látigo de la violencia.

Son campesinos despojados de sus tierras, líderes sociales asesinados por defender a sus comunidades, jóvenes víctimas de montajes judiciales o de la brutalidad policial.

Son familias enteras arrasadas por el narcotráfico, por la corrupción institucional o por el poder desenfrenado de las grandes corporaciones que, en busca de rentabilidad, arrebatan territorios, destruyen culturas y condenan regiones enteras a la miseria.

Recordar a las víctimas no puede ser un ejercicio selectivo ni condicionado por intereses políticos o económicos.

Debe ser un acto profundo de humanidad, de justicia y de reparación. Porque cada víctima, sin importar su origen, su clase social o su ideología, representa una pérdida para todo el país. Su dolor es nuestro dolor. Su ausencia, nuestra deuda.

La violencia en Colombia no ha sido solo el resultado de los fusiles, también ha sido cultivada en los escritorios del poder, en la negligencia de los gobiernos, en la exclusión sistemática de millones de ciudadanos a los que se les ha negado el acceso digno a salud, educación, vivienda y oportunidades laborales.

Una violencia que se manifiesta en el hambre, en la discriminación, en la impunidad y en la desigualdad brutal que separa a unos pocos privilegiados del resto de la población.

Hoy más que nunca es necesario levantar la voz por aquellos que ya no pueden hacerlo.

Por los que fueron silenciados en las montañas, en los ríos, en las calles de los barrios marginados. Los que lucharon por un país más justo y fueron castigados por atreverse a soñar. Por los que aún esperan justicia, verdad y reparación.

Unidos todos, sin distinción, debemos construir una memoria colectiva que abrace a todas las víctimas. Una memoria que no excluya, que no jerarquice el sufrimiento, que no reserve la compasión solo para las élites o los poderosos.

Porque la verdadera paz solo será posible cuando entendamos que todos somos seres humanos con los mismos derechos, la misma dignidad y el mismo anhelo de vivir en un país libre de violencia.

No se trata solo de conmemorar, sino de transformar.

De exigir políticas públicas que reconozcan y reparen integralmente a las víctimas, de luchar contra la impunidad, de educar para la paz, y sobre todo, de no permitir que el olvido sea otra forma de violencia.

En memoria de los que ya no están y por los que aún resisten, hoy más que nunca debemos estar unidos todos. Porque un país que olvida a sus víctimas está condenado a repetir su historia.


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