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El odio y el imperativo de la reconciliación en Colombia

Este es un momento para construir puentes, no para levantar muros. Un momento para dejar de lado los odios y avanzar hacia un país donde se pueda vivir sin miedo, sin persecuciones, sin exclusiones.

El atentado a un político —como cualquier acción violenta— es una tragedia. Pero cuando la víctima es una figura pública reconocida, como el senador Miguel Uribe Turbay, el hecho adquiere una dimensión aún mayor.

Su condición de líder y representante público debería convertir su atentado en un llamado urgente a la reflexión nacional. No para alimentar venganzas, sino para detener la espiral de violencia que carcome al país.

Es evidente que dispararle a mansalva a un político es un acto atroz.

Pero también es profundamente violento arrebatar derechos laborales, pensionales y de salud a millones de ciudadanos, muchas veces por decisiones impuestas desde el poder para beneficiar a grupos de interés o a patrocinadores económicos.

Esta violencia estructural, silenciosa y constante, también cobra vidas. Alimenta la pobreza, la desesperanza y genera el caldo de cultivo perfecto para que el conflicto social escale.

No podemos permitir que esta violencia —ya sea armada o institucional— se normalice.

Colombia ha vivido demasiado tiempo en medio del dolor, la muerte y el enfrentamiento. Los ciudadanos, más allá de ideologías, merecen un país donde se respete la vida en todas sus formas, donde el poder se use para construir, no para dividir ni destruir.

Es hora de reconocer que aquí la única responsable es la violencia misma, que se reproduce y se alimenta de cada acto de odio, exclusión o injusticia. Y mientras sigamos justificando unas formas de violencia mientras condenamos otras, seguiremos atrapados en un ciclo del cual no saldremos nunca.

La solución está, sin duda, en la reconciliación y en una apuesta seria por la paz total.

Pero esa paz no puede ser solo el silenciamiento de los fusiles: debe incluir justicia social, equidad, respeto por los derechos humanos y garantías reales para todos los sectores de la sociedad.

Lamentamos profundamente el atentado contra Miguel Uribe Turbay y nos solidarizamos con todas las víctimas de la violencia en Colombia.

Cada herida abierta en el cuerpo de un ciudadano es también una herida en el cuerpo de la nación. Por eso, nos sumamos a las voces que claman por un alto definitivo a la violencia.

El papel de los medios de comunicación

Los medios de comunicación, cuya misión debiera ser informar con objetividad y fomentar el pensamiento crítico, están fallando cuando optan por amplificar el conflicto en lugar de propiciar el diálogo.

Esta actitud no solo desinforma, también contribuye a un ambiente social cada vez más polarizado y propenso a la violencia. La responsabilidad de comunicar con ética y humanidad debe pesar más que la presión por el rating o los intereses políticos y económicos.

Este es un momento para construir puentes, no para levantar muros. Un momento para dejar de lado los odios y avanzar hacia un país donde se pueda vivir sin miedo, sin persecuciones, sin exclusiones.

Donde las diferencias no se conviertan en excusas para la agresión, sino en oportunidades para el diálogo. La paz no es una opción: es una necesidad urgente.


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