
El análisis de perfil publicado por El Espectador, y específicamente el abordaje del periodista Leonardo Botero sobre los denominados «influenciadores de Petro«, carece de una profundidad interpretativa que contemple la complejidad del contexto político colombiano.
El artículo se enfoca en un grupo de cuentas en redes sociales que comparten características comunes —miles de seguidores, uso de emojis como aguacates o abejas, y posturas abiertamente progresistas— para sugerir que existe una “tropa” digital financiada por el gobierno de Gustavo Petro con el fin de moldear la narrativa pública.
Esta línea argumentativa, sin embargo, se apoya en una serie de supuestos problemáticos que reflejan más una intención de deslegitimación que un análisis periodístico riguroso.
Uno de los primeros elementos que llama la atención es el framing lingüístico utilizado.
Términos como “tropa”, “agitación”, o “pulso por el control de la narrativa” no son neutrales. Cargados de connotaciones bélicas o manipuladoras, estos vocablos construyen una imagen de confrontación casi militarizada, sugiriendo que el ejercicio comunicacional del actual gobierno es una operación encubierta o una forma de propaganda masiva disfrazada de espontaneidad.
Esta caracterización omite un dato elemental:
Toda administración pública, de cualquier tinte ideológico, invierte recursos en estrategias de comunicación, tanto para informar como para fortalecer sus propuestas.
El artículo no cuestiona si esto también ocurrió en gobiernos anteriores, ni investiga si figuras como Álvaro Uribe o Iván Duque utilizaron redes y voceros digitales con fines similares, lo cual sugiere un doble rasero informativo.
Se ignora por completo el trasfondo histórico del progresismo en Colombia.
Reducir el apoyo en redes sociales al presidente Petro a una presunta estrategia de astroturfing —es decir, una falsa base social fabricada con recursos públicos— desconoce décadas de construcción política desde las bases.
Movimientos campesinos, organizaciones estudiantiles, sindicales, defensoras de derechos humanos y colectivos de izquierda han tenido una presencia activa y autónoma desde mucho antes de que Petro llegara a la presidencia.
Su consolidación en redes no es una anomalía ni una prueba de manipulación, sino una manifestación lógica de una militancia que ha aprendido a adaptarse a los nuevos lenguajes de la participación digital.
Deben cuestionar la lógica con la que se interpreta la coordinación de hashtags como #ConsultaPopularSí.
Botero y El Espectador la presentan como evidencia de artificialidad o premeditación orquestada, pero no ofrecen pruebas concluyentes de pagos, contratos o vínculos formales entre estas cuentas y el gobierno.
En cambio, omiten que la coordinación digital es una herramienta natural en cualquier proceso político contemporáneo.
Las juventudes políticas, colectivos ciudadanos, sindicatos y movimientos sociales suelen utilizar etiquetas comunes para amplificar sus mensajes.
La existencia de sincronización no implica necesariamente una estrategia manipuladora financiada por el Estado, sino más bien la capacidad organizativa de una comunidad política con objetivos compartidos.
El artículo también se desliza hacia una forma de estigmatización moderna
Antes se acusaba a los activistas de izquierda de ser guerrilleros; ahora, se les acusa de ser “influenciadores pagos”.
El mensaje subyacente parece ser que cualquier expresión política favorable al gobierno carece de autenticidad, como si la única oposición legítima fuera la que critica.
Esta narrativa no sólo deslegitima a las personas que libremente defienden al gobierno en redes, sino que invalida la dimensión política y emocional del apoyo popular, tratándolo como una simple consecuencia de contratos o convenios.
El análisis de El Espectador no alcanza una verdadera profundidad crítica.
Sugiere conclusiones sin sustento probatorio claro, utiliza un lenguaje tendencioso y descontextualiza fenómenos sociales complejos.
Un periodismo verdaderamente investigativo no solo rastrea cuentas en X o TikTok, sino que se pregunta ¿por qué? existen esos discursos, ¿qué raíces sociales los sostienen? , y ¿cómo se inscriben en las tensiones históricas del país?
Lo contrario es caer en una narrativa simplista que solo alimenta la desconfianza y la polarización.
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Fuente: Hanwen Zhang y Nelma Forero en X