Con la llegada del proceso electoral para elegir el Congreso, se repite el mismo espectáculo de siempre: los mismos con las mismas estrategias, sin propuestas claras, sin fijar posiciones ideológicas firmes, pero con una bolsa llena de dinero lista para comprar votos y asegurar su permanencia en el poder.
Esta práctica corrupta no es nueva, pero sigue siendo el principal obstáculo para el verdadero cambio que necesita el país.
El falso regionalismo es una de sus tácticas preferidas.
Hablan de defender los intereses locales, de luchar por el desarrollo de la región, pero nunca se pronuncian sobre temas cruciales como la creación del nuevo departamento, el manejo transparente de las regalías o la transición energética. Sus discursos son huecos y sus acciones responden a agendas ocultas, ajenas a las verdaderas necesidades de la población.
Estos politiqueros de oficio no representan liderazgos genuinos. Sus candidaturas son impuestas desde círculos cerrados de poder, sin procesos democráticos participativos, sin un discurso construido en conjunto con la comunidad.
Llegan con promesas vacías, financiadas con dinero proveniente de la corrupción, perpetuando un sistema viciado en el que el pueblo solo es una ficha en el juego de su reelección indefinida.
Su interés no es legislar para el bienestar de la gente, sino asegurar su permanencia en el poder y mantener los privilegios de aquellos que los financian.
Una característica distintiva de estos políticos es su falta de transparencia ideológica.
No se sabe con certeza cómo votarán las leyes ni a qué principios responden. Ni son de izquierda ni de derecha, solo se acomodan a lo que más les conviene en cada momento.
No defienden causas ni luchan por el pueblo; simplemente negocian su apoyo al mejor postor, engañando una y otra vez a la ciudadanía con discursos ambiguos y decisiones que solo benefician a sus patrocinadores.
Con supuestas reflexiones profundas, justifican sus actos de traición a la confianza pública.
Dicen haber tomado decisiones difíciles, afirman que han decidido abandonar los cargos para los que ya fueron elegidos –y en los que no hicieron nada por la gente– con el pretexto de asumir nuevos retos.
Se presentan como visionarios que buscan generar un mayor impacto desde otros espacios, pero la realidad es que solo están cambiando de puesto para seguir lucrándose a costa del pueblo.
Es urgente que la ciudadanía tome conciencia.
No podemos seguir votando por los mismos rostros que han demostrado una y otra vez su falta de compromiso con la ciudad y el país. Es necesario elegir candidatos con agendas claras, sin antecedentes de corrupción, que defiendan los cambios que requiere la nación y que legislen para el pueblo, no para sus financiadores.
Debemos respaldar a quienes apoyan reformas esenciales como la reforma a la salud, la reforma laboral y la reforma pensional, y rechazar a los representantes de los partidos tradicionales que han sumido al país en la desigualdad y la injusticia.
La única forma de cambiar el rumbo de la nación es rompiendo con las prácticas políticas del pasado. No podemos permitir que la corrupción siga decidiendo el destino del país.
Es el momento de votar con responsabilidad, de exigir transparencia y de apoyar a líderes que realmente representen los intereses del pueblo. Ayudenos a desenmascarar a los corruptos, solo así podremos avanzar hacia un futuro más justo y equitativo para todos.
