El calor era de esos que uno siente hasta en los huesos, como si el petróleo del subsuelo quisiera salir a saludar. Y ahí estaba yo, presidente del Festival Vallenato de la Bella Hija del Sol, a punto de enfrentar mi propia prueba de fe: traer de vuelta a Diomedes Díaz, el Cacique de la Junta, por segunda vez en ese año.
En marzo, lo habían traído otros, y la ciudad se había volcado como si el mismísimo Simón Bolívar hubiera resucitado para arrancar otra de sus gestas o provocar otro grito de independencia.
Pero noviembre era otra cosa.
El hombre ya no estaba tan fresco de su salida de la cárcel y el fervor popular había bajado un poquito, aunque no los caprichos del Cacique, esos seguían en la cima.
“Consiganme una camioneta nueva y color roja”
El domingo, último día del festival, el teléfono sonó a una hora en la que ni los gallos tienen decencia. Era José Zequeda, el representante de Diomedes, quien me soltó, como quien pide un vaso de agua:
— «Hermano, el Cacique ya va para allá en un charter desde Cúcuta. Necesita una camioneta cuatro puertas, roja, último modelo. Eso sí: nada de camioneticas viejas, que al Cacique no le monta a cualquiera».
Ahí mismo me acordé de mi cuenta bancaria, que estaba más vacía que el estadio de béisbol cuando no hay eventos, pero yo era hombre de recursos (o eso quería creer).
Me fui corriendo donde doña Vicky De Eljach, la mandamás de Yariguies Estéreo, y le pedí prestado el micrófono para hacer un “servicio social vallenato”:
— «Atención Barranca, se necesita una camioneta roja de lujo para recoger al Cacique De La Junta en el aeropuerto. El que colabore será bendecido por la música vallenata y por el papá de los pollitos».
No sé si fue la promesa de la bendición o por el poder de la radio, pero en cuestión de minutos aparecieron (6) seis camionetas rojas.
¡Seis! Era para sospechar que en Barranca la gente vive mejor de lo que cree.
La falsa caravana
Diomedes llegó al aeropuerto Yariguies con su séquito habitual: su mujer, una médica costeña de mirada dulce, y Zequeda, quien no paraba de preguntar por los $3 tres millones de pesos que faltaban del pago.
Diomedes eligió la camioneta más brillante y arrancamos rumbo al hotel San Carlos.
Eligió la camioneta del Tuto.
A la altura de El Retén, el Cacique vio una ‘filota ‘de carros y, con la sonrisa de diamante exclamó:
— ¡Mírenla ahí, mi caravana!
El silencio en la camioneta fue de esos que se escuchan.
Finalmente, tuve el valor y el coraje de decirle:
— Cacique no se emocione tanto. Esa no es una caravana; es un entierro rumbo a Jardines del Silencio, el cementerio de aquí. Y hubo entonces un silencio sepulcral, pero pronto todo fue risas y mucha alegría, aunque yo solo pensaba en los $3 millones, el saldo de ese indio que era Diomedes.
Llegamos al hotel, y ahí sí lo esperaba una multitud.
Lo alzaron, lo vitorearon, y por un momento pensé que se le olvidaría el tema del dinero. Pero no.
El susto de los tres millones
En plena emoción, Zequeda me agarró por el brazo y me recordó que «faltaban tres millones para completar el pago» y como el Cacique era un hombre de principios (y contratos), dijo que «si no aparecía la plata, se revolvían en su charter».
Yo ya estaba sudando petróleo cuando, milagrosamente, alguien apareció con el dinero.
No sé quién, ni cómo, ni porqué, pero ese ángel anónimo salvó el festival de quién sin lugar a dudas el Rey fue Diomedes.
La noche del estadio iluminado
El estadio de béisbol, que dos días atrás en la inauguración había sido escenario de una rechifla monumental contra el Alcalde del momento porque el estadio estaba a oscuras (los cacos locales se habían robado las torres de iluminación), ahora brillaba como si hubiera llegado Navidad.
Esa noche Diomedes cantó como nunca, emocionado por el público, las luces, por Barrancabermeja, y, claro, por los $30 millones de pesos que ya estaban en su bolsillo y que fue el precio de su concierto al cierre del Festival.
Junto a Iván Zuleta, regaló una tanda extra que hizo temblar a Barrancabermeja diomedista.
El concierto terminó rayando las cinco de la mañana.
Por supuesto, antes de cantar, incluso tuvo tiempo de pasar por Yariguies Estéreo para agradecerle a doña Vicky y mandar un saludo a “mi gente linda de Barranca”.
El epílogo del Cacique
Ese noviembre, el Cacique nos dejó una lección: no importa si te reciben con un entierro, si te faltan tres millones o si las luces de tu escenario son prestadas. Lo importante es que, cuando te pares a cantar, hagas que hasta los muertos quieran volver a la vida.
Yo, bueno, sobreviví para contarlo.
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Pedro Severiche Acosta, comunicador social y periodista, actual presidente de la Asociación de Periodistas de Barrancabermeja APB.
En la foto aparecen de izquierda a derecha: Alfonso Eljach Merlano entonces propietario de la emisora Yariguies Estéreo, Diomedes Díaz «El Cacique de la Junta» y Pedro Severiche Acosta miembro de la Junta Directiva del Festival Vallenato del Magdalena Medio (año 2005).
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