Lo que ha pasado en Santander en los últimos años no deja de sorprender. Durante el siglo XIX este departamento era uno de los territorios de Colombia más progresistas y de pensamiento de avanzada.
En esta región se estaba al corriente de lo último del pensamiento mundial y las ideas liberales marcaban la discusión política.
Santander incubó lo que se llamó el radicalismo liberal, que no era un tema de partido político sino la construcción ideológica de lo que deberían ser las relaciones de poder en la sociedad.
Estas ideas eran profundamente revolucionarias y constituían un liderazgo intelectual en el país. Santander entonces no solo era un departamento liberal por su adscripción a un partido político sino porque sus élites y comunidad política pensaban y actuaban en el marco del liberalismo y del progresismo político que existía en esa época, era tal su convicción que fue de los primeros lugares donde se habló del voto para la mujer.
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En el siglo XX el liberalismo siguió siendo protagonista pero de manera distinta. Las ideas liberales empezaron a ser olvidadas, su ideario y el progresismo seguían siendo referentes en la comunidad y las elites del departamento, pero empezó una lenta decadencia y abandono progresivo de esos ideales.
En el siglo XXI es posible ver como el otrora departamento liberal y progresista se ha vuelto conservador y de derecha, inclinado a proteger el statu quo y acogiendo un ideario retardatario, religioso, restrictivo de libertades y garantías, misógino, homofóbico y hasta xenófobo.
Y es sorprendente ver como una región, unas élites y una comunidad política, han cambiado de manera tan radical su forma de entender al individuo, sus derechos y libertades.
En este nuevo siglo lo que se ha visto es el triunfo de las ideas contrarias a la tradición del departamento. Es claro que los tiempos cambian y las sociedades son dinámicas, se adaptan a nuevas condiciones sociales, económicas, políticas y culturales, pero no deja de ser paradójico como esa vanguardia intelectual, liberal y progresista, se ha olvidado.
Un Santander conservador y de derecha era inconcebible hace unas pocas décadas, pero ese fenómeno de comunidades e individuos cada vez más despolitizados, ocupados en la mera supervivencia y alejados de las discusiones sobre lo público, facilitan que discursos ligeros, con respuestas superficiales para todo y con promesas de un liderazgo absorbente y totalitario que libera al ciudadano de la necesidad de preocuparse y responsabilizarse de los asuntos políticos, ha llevado a esta nueva situación en este territorio.
Lo que era antes un bastión de la reflexión política y social del país se ha convertido en un apéndice más en las discusiones que se dan en otros sitios.
Solo en los márgenes del río Magdalena se puede sentir una parte de esa tradición intelectual progresista y liberal, que reivindicaba al individuo y sus libertades y derechos, buscando su desarrollo por fuera de dogmas religiosos y restricciones ciudadanas.
Es entonces en esta región donde se debe buscar esa herencia de pensamiento y reflexión política.
Es aquí donde se puede mantener un bastión que busque el progreso del ciudadano y la comunidad desde el ejercicio de sus derechos, sin exclusiones ni limitaciones, considerando la multidimensionalidad del ser humano, la complejidad de las relaciones sociales, y la multiplicidad de los anhelos y aspiraciones del pueblo.
Desde esta región se puede superar el discurso simplista y superficial de la respuesta violenta, de la misoginia, homofobia, aporofobia y xenofobia, y la criminalización de la contradicción y el disenso.
Es entonces en los márgenes del río Magdalena donde está el presente del Santander político de antaño.