De Mariúpol recibimos videos inquietantes de niños atrapados en una siderúrgica. De Kiev, el sonido atronador de las sirenas antiáereas, que ya han sonado 300 veces.
De Washington, informes de que la inteligencia estadounidense ayudó al gobierno ucraniano a matar a un puñado de generales rusos.
Pero ya sea que estemos en Madrid o en Medellín, en Chicago o Chimbote, los efectos de la guerra se sienten cada día en el bolsillo.
A la crisis de la cadena de suministro y las dificultades de la pandemia ahora se suman una serie de condiciones que impulsan un alza en los precios de alimentos y la escasez de algunos productos básicos.
“El aceite de girasol es el nuevo papel higiénico”, escribió en Twitter una consumidora alemana.
En los supermercados ha empezado a racionarse su compra, y las empresas alimenticias y restaurantes buscan alternativas a este ingrediente básico. Pero también escasean el trigo, el aceite de palma y algunas carnes.
Los precios se disparan en los supermercados. La guerra se siente todos los días al abrir la billetera.
Así que, preocupados por la seguridad alimentaria, los gobiernos de todo el mundo han empezado a restringir el comercio internacional.
Este año los países han implementado 47 restricciones a las exportaciones de alimentos y fertilizantes. “Las medidas casi siempre tienen buenas intenciones”, escribe Ana Swanson, colega de la sección Negocios, pero los expertos advierten que “la actual oleada de proteccionismo no hará más que agravar los problemas que los gobiernos tratan de resolver”.
Si esta tendencia proteccionista se afianza, el dolor en el bolsillo podría volverse un malestar crónico.
“Sin duda sería un mundo distinto, podría ser un mundo donde tal vez haya una mayor inflación, tal vez una menor productividad, pero donde las cadenas de suministro sean más resilientes y robustas”, dijo hace poco Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal de EE. UU. sobre lo que se ha definido como el “retroceso” de la globalización.
En un mundo así, las personas tendrían que acostumbrarse a encontrar menos productos extranjeros en las tiendas, a pagar precios mayores, a entrar a una era distinta de consumo: moderado, reflexivo.
Una economía de guerra se caracteriza por el hambre, la ausencia y las penurias. Pero también es una llamada a sincerar nuestras necesidades y caprichos.
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Elda Cantú es la Senior News Editor, Latin America del New York Times
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