Los adversarios del partido verde deben estar frotándose las manos con regocijo, pues las señales que transmite dicha organización, en un momento en el que podría ser la fuerza decisiva de las elecciones del 2022, son tan confusas que imagino a sus competidores soñando con que se sigan enredando en sus procedimientos de tal manera que pierdan, por un insólito desatino, la oportunidad de oro que tienen ante sí.
No hay cosa más difícil de administrar que el éxito.
El fracaso lo torna a uno humilde a los garrotazos, mas el éxito, al envanecernos, nos torna arrogantes y ciegos frente a los propios errores.
No fue en vano que pudo decir Churchill durante la Segunda Guerra Mundial, cuando a los ingleses les tocó morder incontables veces el amargo polvo de la derrota, que ellos iban de fracaso en fracaso hacia una gran victoria.
A los verdes sus éxitos de los últimos años parecen haberlos mareado. La gran votación por Mockus al Senado en 2018 y la elección de Claudia López en Bogotá quizá les han hecho pensar que todo lo que se inventen les producirá grandes réditos.
Olvidan que los más de quinientos mil votos por Mockus fueron un éxito de una sola vez, one-hit wonder, como se dice en inglés, y que la alcaldesa ya no está en los gozosos del triunfo, sino en los dolorosos de la cuesta arriba de gobernar, en tiempos de una peste que todo lo puso patas arriba.
Los procedimientos que los verdes, o para ser más exactos, el pequeño grupo que controla el poder en ese partido ideó para escoger un candidato presidencial bien podrían haber sido diseñados por Godofredo Cínico Caspa, el recordado personaje del inolvidable Jaime Garzón.
Pareciera como si la cúpula verde estuviera más interesada en tinterilladas que preserven el poder de cada uno de sus integrantes, que en jugar en grande en uno de los momentos decisivos de la vida política nacional.
Idearse una consulta interna para que sus senadores y ex mandatarios, a sabiendas que no tienen el más mínimo chance de competir en las presidenciales, se hagan más conocidos tratando de llenar el vacío en votos que dejó el ex senador Mockus es, por decir lo menos, vergonzoso en un momento en el que se decide si Colombia da el giro que necesita o si se queda atascada en el pantanal de corrupción, desigualdad y guerra.
Pareciera que el partido verde, dominado por las ambiciones de quienes desean reproducirse en las sinecuras del congreso, hubiese perdido la voluntad de poder.
Nada parecido a la audacia de un López Pumarejo, quien, en 1929, en la convención de su partido en el teatro municipal de Bogotá, alertó de que había llegado la hora de hacerse con el poder tras más de cuarenta años de travesía del desierto.
Frente a tareas de inmensa envergadura las directivas verdes dan la impresión de estar empeñadas en maniobras pigmeas que los atascan en procedimientos cuyo objetivo no son los grandes desafíos del país, sino cálculos electorales individuales y cortoplacistas.
La tecnología del poder de quienes mandan tiene, en el astuto uso de las debilidades y errores de sus adversarios, una decisiva herramienta para cerrarles el paso.
Y la estratagema que con más frecuencia emplean, en Colombia, es la del pisco.
Durante meses el pisco es engordado con generosidad para tenerlo listo para las comilonas navideñas. Así el pisco imagina que es el animal más querido por sus dueños. Tanto amor le profesan que hasta en diciembre le empacan sus aguardientes. Y cuando el pisco llega a la dicha completa, lo marean y finita la comedia.
Y esa estratagema es la que a lo largo de la historia les han aplicado los que mandan a las fuerzas nuevas –unos advenedizos para ellos– que les disputan el poder.
Los engordan, luego les hacen creer que pronto serán dueños del poder y al final proceden a bajarles el moño. Así hicieron con Gaitán en las elecciones de 1946, en las que las élites le pusieron un competidor, Gabriel Turbay, que murió en París en 1947.
Y hay quienes dicen que de pena moral por haberse dado cuenta que lo habían usado y que esto había permitido el regreso de los conservadores al poder con Laureano Gómez.
En 2011 los verdes cometieron un catastrófico error al apoyar un candidato a la alcaldía que se había aliado con Uribe, lo que llevó a la división de ese partido y a su completa derrota en las elecciones en Bogotá de ese año, en las que resultó ganador Petro. (Quien esto escribe se retiró del verde ante tan oportunista alianza). El oportunismo en política no es ave rara, pero incluso tal práctica también tiene sus límites.
Si los verdes en verdad quieren renovar a Colombia, están en la obligación de renunciar a los regateos mezquinos que al final solo conducen a la resta más temida por los políticos, la derrota.
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