Lo que ha sucedido en los últimos días en el país muestra que tenemos no solo opiniones sino sensibilidad diferentes sobre lo que sucede.
Las tragedias que se ven deberían despertar la empatía y la solidaridad con los afectados y no una discusión sobre responsabilidades y justificaciones.
Más de 50 años de conflicto armado ha producido tantos hechos que hemos sido testigos de todas las formas de barbarie, nada sorprende ni afecta a un público habituado a los hechos más inverosímiles y lamentables.
La guerra se desarrolla sin control ni regulación, en el todo vale enarbolado por todos los bandos involucrados ninguno es capaz de erigirse éticamente para hacer las cosas diferentes, de manera sensible. La guerra ha mostrado que degrada la humanidad de las personas, de todas las involucradas directa e indirectamente, y la consecuencia es una frialdad en el juicio y en la emoción.
Y así trasegamos en una realidad tan dura que se ha olvidado lo trágico y humano de lo que sucede, dejando que la atención se centre en discusiones sobre fundamentos y razonamientos, dejando de lado y hasta olvidando a los seres humanos involucrados.
El fin del Estado y la sociedad no es simplemente su mera existencia y reproducción, es garantizar al menos la vida e integridad de las personas.
Ese es el valor supremo político y social, que debe ser promovido a todo nivel e instancia. El esfuerzo público debe girar en torno a proteger la humanidad, no solo como un principio ético sino también como referente de la acción política y social.
Ese debería ser el mínimo compartido por todos. Es muy difícil ver como se justifica el dolor y la tragedia, cuando el consenso debería ser preservar la vida y mostrar empatía ante la aflicción.
El progreso y el desarrollo del país deben construirse desde la empatía y la solidaridad entre las personas, antes que sobre ideologías, como consenso básico y fundacional.
Una nación insensible pierde su sentido, su razón de ser.
Termina atropellando a sus integrantes y desdibujando lo que lo hace un colectivo, al no condenar en conjunto los excesos.
En un país que busca y necesita reconciliarse consigo mismo, no tener clara la necesidad de valores compartidos hace que todo sea más difícil y lento, al tiempo que debilita su existencia misma.
La reconciliación no solo es una palabra más, es la oportunidad de superar un pasado difícil y empezar a edificar el futuro. Pero la reconciliación pasa por la sensibilidad ante el otro y la sensatez para comprender la necesidad de ser solidarios y empáticos.
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