No es solo que los dos personajes se parezcan (que sí se parecen), sino que el manejo que han dado a su forma de ejercer el poder ha creado un mundo que los rodea parecido.
Parecido por supuesto en cuanto a que sus comportamientos lindan (si es que no caen) en el campo del atropello a la ley. Y no en un campo cualquiera sino en el desconocimiento del orden jurídico y en desprecio del orden ético-cívico. Ambos asaltaron, e incluso adelantaron bastante en acabar, el Estado de Derecho (ambos creyendo más en el “Estado de Opinión”).
Son cualquier cosa menos un ejemplo del gobernante que respeta su función de ser quien une al país y está al servicio de todos los ciudadanos.
La estrategia política de ambos fue, ha sido y sigue siendo la de polarizar; la de convertir a quienes no son sus seguidores no solo en enemigos de él, sino a sus seguidores en enemigos de ellos.
Sobre el cuestionable comportamiento de ambos como gobernantes hay tanto consenso que los dos han tenido que rendir y/o están rindiendo cuentas en juicios sobre los mismos. A los ojos del mundo (y probablemente de la lógica ) el respaldo a Trump y a Álvaro Uribe es incomprensible. Y los argumentos para exonerarlos de un verdadero juicio refuerzan esa sensación.
Pero lo sorprendente es que en lo que más se parecen es en las reacciones que producen en parte de la ciudadanía: entre más se considera rechazable lo que sale a la luz en las investigaciones más solidaridad muestran quienes los ven casi como mesías.
Que hayan eximido del impeachment al mandatario americano por solidaridad partidista, sin tener en cuenta su responsabilidad por lo cual fue acusado, enerva aún más a sus malquerientes. Y similarmente sienten quienes critican al mandatario colombiano cuando el fiscal declara que quienes actuaron a su nombre pueden ser culpables, que sí se cometieron delitos, pero que no hay certeza o prueba suficiente de que el beneficiado si tuvo algo que ver en ello.
Y la paradoja es que entre más se debería avanzar (o en los casos de ambos, más se va avanzando) en establecer una certeza de que sí debería haber sanciones, más apoyo le dan sus respectivo seguidores, afirmando que son indiferentes a los hechos que se les atribuyen porque lo que les importa es que defienden sus intereses.
El avance que puede hacer la justicia por lo indebido de sus actos se convirtió en la práctica en la mejor campaña política para mantener su vigencia y en alguna forma su poder. Y en últimas quienes acaban adelantando esa campaña son sus opositores, no solo al darles protagonismo sino al reforzar esa posición de indiferencia en la mente de quienes los ven como un führer.
A medida que se tramitan los procesos judiciales más se distancian la actitudes del campo racional y más pasionales se vuelven. Las etapas suscitan debates en cada una y se refuerzan las posiciones por fuera de los argumentos jurídicos.
Así se mantiene la presencia y el liderazgo de Uribe ante sus seguidores (que se vuelven cada vez más incondicionales).
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