El último gallo (Por: Daniel Barba Llanes)
En aquella época en la cual el periodismo era una tarea de titanes dispuestos a superar las limitaciones técnicas que en sus tiempos se presentaban para ejercerlo, Julio Mejía López —«el gallo de la gallada»— sobresalió de ese grupo de contemporáneos suyos que con pocas oportunidades de estudio y mucha sabiduría, han sido ejemplo de respeto a la labor periodística.
Hace dos décadas estimó conveniente y prudentemente optar por el retiro. Y la primera señal la dio el día que decidió salir de muchos de sus bienes materiales, dejar la comodidad de una casa grande en el barrio El Cincuentenario y volverse un ermitaño, pues compró un lote en el corregimiento El Centro, a 45 minutos de Barrancabermeja, donde decidió vivir acompañado de la naturaleza, con la que pasó la tercera parte de su vida, criando aves de corral y cultivando hortalizas.
Julio es veterano de la guerra de Corea. A propósito, muy pocos en Colombia y en Barrancabermeja se pueden dar ese orgullo de tener en su población a un sobreviviente de ese contingente de soldados que combatió una guerra ajena en la que Colombia colocó su cuota de sacrificio defendiendo los intereses del capitalismo en contra del comunismo.
Después se dedicó a la vocación de ser periodista en una época en la cual contemporáneos suyos eran autodidactas aunque con un desempeño admirable: Francisco Diaz Rangel, Jorge Yepez Atencio, Elmer Guerra Pinilla, una generación de titanes que hicieron del periodismo su actividad diaria y la dejaron en alto.
— Oye, ¿tú eres el gallo?
Esa expresión, de su cosecha, es su forma singular de saludar. Por ende, por el respeto que infundía, los colegas lo apodaban “el gallo de la gallada”. Pero cuando alguien se le adelantaba en la pregunta, él responde jocosamente:
— Elrrrrrmismo
Muy buen conversador: pausado, metódico y divertido. No le huía a ningún tema.
Con Pacho Díaz, cuando los dos coincidían en tertulias, normalmente terminaban discutiendo, estoy seguro que quizás era porque en el fondo, y sin planearlo, chocaban por el privilegio de convertirse en el gallo del corral.
Como nadie daba su brazo a torcer, Julio solía levantarse del asiento, tomaba su moto blanca, tal vez una de las últimas chappi importadas de Italia que todavía circulaban en Barrrancabermeja, y se iba. Pero las discusiones sólo quedaban en esos momentos de efervescencia y calor y quizás pasaditos de cerveza.
Julio era nuestro consejero y un personaje que respiraba sabiduría.
Durante el tiempo en el cual estuvo activo nos aportó mucho y nos regaló sus buenos y oportunos consejos.
Pero llegó el tiempo en que decidió dejarlo todo y ese momento ocurrió después de la muerte de su inseparable e incondicional pareja. El no estaba preparado para dejarse envolver por la tristeza, fue entonces cuando consideró inoportuno seguir habitando una casa que iba a encontrar vacía y habitada por la melancolía.
Tiempo después abandonó en silencio su amado periodismo, pues cada vez era menos su presencia en los medios y cuando lo hacía era para aportar con sus columnas de opinión en los medios impresos, en vías de extinción, que lo buscaban para que escribiera. Hasta el día en que se marchó para convertirse en un ermitaño.
El gallo dejó su corral.
Siempre fue decidido, esa ha sido su característica.
Algunas veces lo sorprendí echando un chico de billar y de buchácara en el local de la 50 con 12, mientras hacía triza con su boca un cigarrillo. Pero hasta ese hobby abandonó.
Julio tuvo una particularidad, supo definir cada momento de su vida.
Cuando decidió desprenderse de sus bienes, pues no valía la pena seguir anclado en un espacio físico siendo que su pareja lo había abandonado cuando le tocó el turno de iniciar su viaje sin retorno. Le puso fin a una reconocida trayectoria de periodista porque le dio la gana y porque consideró que ya, a sus 65 años de ejercer la profesión, era bueno encontrarse consigo mismo cultivando la madre tierra, consciente que en esa tercera etapa de su vida algún día el terminaría abonándola con sus cenizas.
Julio representó una época cuando no había muchas oportunidades para que un joven pudiera terminar sus estudios y en la que, paradójicamente, la vida misma los formaba y terminaban forjándose como hombres y mujeres con un cúmulo de cultura general envidiables. Era como una respuesta divina: sabiduría en compensación a pocas oportunidades académicas.
En el ocaso de su vida conoció e interactuó con las nuevas generaciones de periodistas que egresaban de las universidades y deseaban aplicar esos conocimientos aprendidos en el campo de batalla. De ellos también fue un gran maestro, pues su sabiduría brotaba de sus poros y eso infunde respeto.
Julio se dio su propio puesto en el corral, no necesitó respaldarse en un diploma para reclamar su lugar en el gallinero y siempre fue «el gallo de la gallada» y quizás de su generación será el último gallo.
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DANIEL BARBA LLANES, comunicador social y periodista. Puede ser contactado en el correo electrónico: [email protected]