Ahora resulta que, en este país, la única verdad es la de cada uno, y el único juez aceptable mi juez, mi amigo, empezando por el presidente Duque y el ex presidente Uribe
En cualquier país serio que realmente defienda su democracia no pasa lo que se está viendo como una constante en Colombia, especialmente en los últimos días.
Ahora resulta que, en este país, la única verdad es la mía, la que tiene cada individuo y el único juez aceptable es mi juez, mi amigo, mi admirador.
Todo se volvió relativo y hay tantas verdades como personas y además la justicia solo se acepta si proviene de quien es parte de mi círculo más cercano; obviamente no es objetiva y todo lo demás es inaceptable.
Cuando los problemas de una sociedad han sido las normales, los inevitables, ya este proceder de los individuos que la conforman es inconcebible, pero cuando un país ha vivido de guerra en guerra, de profundas contradicciones entre sus habitantes, de grados de polarización pocas veces registrados en otras latitudes, el precio de esta manera de ver la verdad y la justicia es el principio del fin.
Esto es tan grave que muchos empezamos a ver la necesidad de parar esta espiral de desaciertos y llamar a la serenidad, a la reflexión, a pensar en nuestros hijos y nietos que pagarán el costo de un mundo al revés.
Pero lo más grave es que estos comportamientos frente a la verdad y la justicia provienen nada menos que del gobierno, del mismo presidente Duque, del líder del poder político que preside el partido en el poder, Álvaro Uribe Vélez, de sus seguidores, de muchos funcionarios públicos.
Entonces el presidente Duque decide ejercer la justicia y señala sin sonrojarse quien tiene la verdad y quién no.
Hasta medios como Semana que tiene una clara línea de apoyo al uribismo, en su última edición ya señala como grave el desconocimiento del presidente Duque de la separación de poderes y anota como elemento crítico para un país, que un primer mandatario no lo acepte.
Para no mencionar la actitud del ex presidente Uribe que descalifica a un juez porque alguna vez mostró que no era uno de sus seguidores acérrimos.
Cada día crece entonces la preocupación por la democracia colombiana pero aún más, se sabe que esta manera de exceder el alcance del poder del Ejecutivo es muy grave, porque anula la posibilidad de que 50 millones de colombianos puedan convivir pacíficamente en el mismo territorio.
Si no hay verdad sino la de cada cual; si no se respeta la justicia y sus veredictos si no la que le convenga a cada uno, solo habrá confrontaciones que con la historia de sangre de este país se predice un futuro tan doloroso como el pasado que hemos vivido.
La pregunta es si las nuevas generaciones a las que les estamos entregando un país tan fraccionado en medio de su peor crisis económica, se merecen lo que está sucediendo.
Será que aquellos que viven con estas reglas y que además ostenta el poder, ¿no piensan en sus hijos, en sus nietos, en las próximas generaciones? ¿Se merecen este futuro que se está construyendo en este país donde las reglas mínimas de convivencia pacífica se están derrumbando?
Cuando la única verdad que se acepta es la mía y cuando el juez tiene que ser mi amigo, hemos llegado a un punto de no retorno.
Hasta cuándo los demócratas de este país que son la mayoría van a seguir aceptando pacientemente este quiebre permanente de las reglas del Estado social de derecho, como quedó establecido en la Constitución de 1991.
Que se sepa, señor presidente Duque, eso no ha cambiado ni lo puede modificar el uribismo así su deseo sea convertir a Colombia en un estado de opinión.
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