La pandemia por Covid-19, es una de las crisis actuales que ha generado un fuerte impacto en las dinámicas económicas, sociales, políticas y culturales del mundo.
Tras la aparición de la enfermedad, los gobiernos han decretado aislamiento obligatorio de las familias, quienes se han resguardado en sus hogares como medida de prevención para evitar la propagación de este virus mortal, que a la fecha cobra la vida de alrededor de casi 400.000 personas en el mundo.
Este virus, que no distingue estratos o clases sociales ha paralizado la humanidad.
El miedo y la incertidumbre han movilizado una serie de afecciones a la salud mental, que se materializan en depresión, estrés, ansiedad y aislamiento a raíz del devastador panorama que ofrecen los medios de comunicación, sumado a las pocas estrategias de afrontamiento en un país que deslegitima el rol del psicólogo y el impacto psicológico tras la emergencia.
Desde hace varias semanas, las instituciones educativas suspendieron sus clases presenciales y reinventaron sus prácticas pedagógicas desde herramientas virtuales para permitir el acceso a la educación de niños, niñas y adolescentes, como un derecho fundamental.
Francia, por ejemplo, reabrió las instituciones educativas con estrictas medidas y distanciamiento social, sin embargo, las estrategias fracasaron y los rebrotes obligaron a cerrar de nuevo las escuelas.
Ante estas experiencias y el reciente pronunciamiento de la ministra de Educación acerca a la posibilidad de retorno a las aulas, se ha generado en los padres de familia, lo que he llamado “fobia a la escuela”, quienes han manifestado una serie de posturas de rechazo, ansiedad y profundo miedo frente al derecho a la vida en conexidad con el derecho a la salud de sus hijos, el cual se pone en riesgo a raíz de dicha posibilidad de retorno sin garantías.
Ahora bien, aplanar la curva de contagio, en un país como Colombia donde el sistema de salud no cuenta con la capacidad instalada para el análisis de pruebas, donde no se cuentan con equipos médicos, elementos de bioseguridad para el personal de la salud, donde las unidades de cuidados intensivos no son suficientes ante un aumento exponencial de los casos, es realmente un panorama devastador y que genera en los padres de familia toda una fobia a la escuela, pues se genera una ruptura simbólica del espacio escolar como entorno protector y de aprendizajes.
Pese a las aparentes estrategias, medidas y protocolos estrictos de seguridad que se planean adoptar, se generan nuevos interrogantes: ¿Cómo definir limites espaciales a los niños y niñas? ¿Cómo impedir que compartan el agua o la lonchera con sus amigos? ¿Dónde queda la escuela como espacio de socialización y juego?
Los niños y niñas son sujetos de derechos, son seres sociales por naturaleza, el juego y la relación con los otros son necesarios para el desarrollo físico, cognitivo, emocional y social.
Es absurdo imponer este tipo de restricciones a un niño que se “sale de la raya coloreando”, porque los limites no existen, donde sus posibilidades son infinitas y son los adultos quienes controlan e inhiben su imaginación, creatividad y expansión de su propio mundo plasmado en sus trazos. Esto se convierte en una forma de coartar el derecho a la libertad y las relaciones humanas.
El panorama es preocupante, estamos ante un posible escenario de focos de contagio masivo de niños, niñas y adolescentes que se convertirían en portadores activos del virus a sus familias, donde se acrecienta el riesgo letal para aquellos miembros del sistema familiar en caso de patologías previas. Es así, como el desenlace de esta historia depende de las decisiones administrativas estatales y donde está sujeta la condena a repetir la historia de países avanzados, donde quedó demostrado que volver a la escuela … fue un fracaso total.
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JENIFFER LOMBANA HERRERA, Psicóloga, especialista en Derechos Humanos Maestría en Desarrollo Educativo y Social
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