Tan contundente resultó la columna de El Espectador del viernes 7 de diciembre donde Claudia Morales emplazó al primer diario del país por haber elegido 339 días atrás al Fiscal General como Personaje del año pasado, que el portal Pulzo la destacó como una de las noticias destacadas de ese día, con este titular: Claudia Morales cobra a El Tiempo haber nombrado a Néstor H. Martínez personaje 2017.
“Resulta de una candidez abrumadora que el periódico de Luis Carlos Sarmiento Angulo, empresario metido hasta los tuétanos en los entuertos de la multinacional brasilera (…) pusiera chulito para que el abogado y amigo de sus entrañas fuera exhibido como un prohombre”, dijo Claudia. Y para hacer evidente su contrariedad agregó que «Néstor Humberto Martínez y Luis Carlos Sarmiento no son antipersonajes ni nada de esas pendejadas. Son los personajes que representan esos ejemplos con los que educo a mi hija para que nunca se parezca a ellos». (Ver columna).
Son palabras mayores, sin duda, y es cuando el espectador desprevenido se pregunta por qué Claudia no tuvo el mismo coraje cuando el 19 de enero del año todavía en curso contó la puntica no más de un relato escalofriante, según el cual años atrás fue violada por alguien de quien no se atrevió a dar el nombre: “Ella mira por el rabillo de la puerta, es su jefe. Abre, “Él” la empuja. Con el dedo índice derecho le ordena que haga silencio”.
Una defensa del silencio, tituló esa columna, y el motivo de esta es cursarle una cordial invitación a recapacitar, a que entienda que la persistencia en su mutismo solo ha contribuido a fortalecer el omnímodo poder del hombre que abusó de ella, ese alguien del que todos sabemos su nombre pero no lo podemos pronunciar hasta que no sea la directa afectada quien lo haga.
Va a hacer casi un año que estalló el escándalo, ad portas de la campaña que iba a elegir el remplazo de Juan Manuel Santos, y la conclusión que queda al final de la jornada es que el supuesto violador se salió con la suya, en parte porque se ‘silenciaron’ los efectos de tan perturbadora acusación y en parte porque el hombre logró sentar en el solio de Bolívar a un inepto que cumple con obediente esmero las tareas que le asigna (entre ellas defender a funcionarios venales como un Alberto Carrasquilla o un Néstor Humberto Martínez), mientras apunta hacia la meta suprema de transformar las Altas Cortes en una sola que le garantice a su jefe impunidad perpetua frente a los incontables crímenes por los que es acusado. Y que no incluyen, por supuesto, el del estupro.
No lo incluyen hasta el momento, porque la víctima del rapto carnal contó del milagro pero no señaló al ‘santo’. Y la inminencia del primer aniversario de semejante bomba -hoy desactivada- sirve para brindar claridad en que por tratarse de un delito tan oprobioso, lo mínimo que se puede esperar es que un día se conozca de labios -o letras- de la violada la identidad de su violador.
La pista más cercana que en este terreno dio la columnista hacía referencia a “un hombre relevante en la vida nacional. Ahora lo sigue siendo y, además, hay otras evidencias que amplían su margen de peligrosidad”. Esto explicaría el temor de Claudia a las consecuencias que podría traer para su seguridad personal -o la de su familia- revelar el nombre del agresor, pero igual se debe advertir sobre la inutilidad de haber callado, pues contribuyó a reforzar la aureola de invulnerabilidad de dicho sujeto, como cualquier Hitler en sus años de gloria.
La pregunta que en torno a tan escabroso asunto siempre me he hecho, es qué pretendía entonces lograr con una denuncia a medias la periodista que le manejó la prensa internacional al presidente de Colombia por los días en que ocurrió la violación. Un segundo interrogante a resolver sería si es cierto que ese ataque contra su integridad física ocurrió en la Casa de Huéspedes de Cartagena, como más de una fuente bien informada le ha contado a este humilde analista de la cosa política.
Hoy la pregunta del millón sigue siendo si llegará el día en que la apreciada colega tendrá la valentía de enfrentar con la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad a un sujeto cuyo “margen de peligrosidad” no deja de crecer, bajo el entendido de que el compromiso o responsabilidad de poner las cosas en su lugar no es solo con sus lectores o con la opinión pública.
Como dije en columna escrita por los días del escándalo, “si Claudia con la mitad de su revelación dejó al país en vilo, si se atreviera a contar la otra mitad cambiaría de un totazo la historia de Colombia”. (Ver columna).
DE REMATE: La justificación de esta amable solicitud a que rompa el silencio la dio la misma Claudia Morales en columna del 20 de Julio de 2017, titulada Invitación a mirarnos el ombligo, donde reflexionó así sobre los ataques que por esos días recibía Daniel Samper Ospina de Álvaro Uribe y su cuadrilla de esbirros:
“Por asuntos puramente personales, hace unos años decidí no usar Twitter ni esta columna para calificar lo que pienso de Álvaro Uribe Vélez. Hoy pongo a un lado mi promesa y…”.
“Los ciudadanos deberíamos romper la neutralidad cuando de una difamación se trata, y más aún si proviene de una figura consciente de las pasiones que provoca y las reacciones que, siempre impredecibles, pueden acabar con la vida de sus focos de odio. Cuando escribo acabar, hablo de matar”.
“Yo sí siento miedo, lo confieso con vergüenza, y es una de mis razones para omitir de mis registros públicos el nombre del funcionario incriminador. Ojalá esta vez la justicia no brille por su ausencia”.
En últimas, a Claudia se le puede aplicar la frase que citó de Gandhi al final de la columna referida: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”.
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