Si el gobierno de Álvaro Uribe se ‘distinguió’ por los falsos positivos (más de 4.000 jóvenes inocentes ejecutados sin fórmula de juicio por diferentes brigadas del Ejército), el de Iván Duque parece mostrar preferencia por los falsos negativos, entendiéndose el secuestro de un niño inocente como algo negativo pero que, en el caso que nos ocupa, termina por convertirse en algo muy positivo para el precoz presidente.
El efecto psicológico en lo social por la liberación del niño Cristo José Contreras fue de una escala similar al ramalazo de alivio colectivo que se vivió con la Operación Jaque, cuando tras la liberación de Íngrid Betancourt y tres norteamericanos secuestrados por las Farc el entonces presidente Uribe convocó a sus ministros y los puso a rezar el rosario en agradecimiento a la Virgen María.
A esta altura del partido no es posible -todavía- afirmar o negar que haya sido un montaje, pero tratándose de algo tan abominable como el secuestro de un niño resulta legítimo e imperativo exigir claridad de las autoridades en cuanto a quién lo secuestró y cuál fue su motivación, si extorsiva o política. Muchos analistas que he consultado coinciden en que parece una historia más truculenta que real, en la que desde Cristo José hasta el presidente lucen actuando para un novelón melodramático, de esos que llegan al corazón de las señoras que ven telenovelas y van a misa.
Todo indica que asistimos a un remake del ‘hechizo mediático’, cuando un genio de la propaganda política como Álvaro Uribe mantuvo hipnotizado al país durante ocho años, los cuales se habrían prolongado a doce -hasta eternizarse, como Hugo Chávez- si no hubiera sido porque la Corte Constitucional les puso el tatequieto a sus ansias dictatoriales.
En círculos ilustrados se burlan del tan publicitado ‘rescate’, como la encuesta que pregunta cuál ha sido la mejor película de ficción, si Matrix, Avatar, Terminator o El secuestro de Cristo José. Muy ingeniosos, pero eso les importa un pepino a los ‘creativos’ de la trama, porque cumplieron el objetivo de enternecer a la población atada a un pensamiento religioso atávico, alrededor de la figura bonachona del presidente y la cara bonita de un niño con nombre bíblico por partida doble, rescatado de las fauces de unos hombres malos, tan malos que secuestran niños y tan poderosos que no dejan ningún rastro de su accionar…
Son muchos los interrogantes sin aclarar, comenzando por la actitud del niño luego de su rescate, sin ninguna señal de miedo o prevención, alegre y rozagante, como si regresara de un paseo:
Si la zona fue asegurada con más de 5.000 hombres y la liberación se produjo “ante la presión de los cuadrantes establecidos por la Fuerza Pública”, ¿por qué no hubo ninguna captura y los raptores se volaron sin que nadie los detectara? ¿Y cómo es eso que citan al papá para que vaya a recoger a su hijo, y las fotos del encuentro son suministradas por la oficina de prensa del Ejército? Y ¿quién fue el libretista que tras su liberación le dijo al niño que dijera “Gracias, Colombia”? ¿Y por qué no se cumplieron los protocolos de atención psicológica a la ‘víctima’ por parte de Medicina Legal?
Si nos pusiéramos de capciosos diríamos que se trató de una ingeniosa cortina de humo para distraer la atención sobre las graves acusaciones de Salvatore Mancuso contra Álvaro Uribe, expuestas por el jefe paramilitar en la W Radio justo el día de la liberación (vaya coincidencia), donde aseguró que en varias ocasiones se reunió con él y con familiares suyos.
A modo de constancia se debe advertir que los regímenes fascistas de Alemania, Italia y España pusieron todo su empeño en controlar los medios exaltando la figura del respectivo caudillo, persiguiendo a los periodistas independientes, utilizando masivamente la propaganda para inculcar valores como patria, jefe o raza superior.
Hoy los perros rabiosos del uribismo se dedican desde su bancada en el Senado y desde sus ruidosas cuentas de Twitter (incluida la de su amo y caudillo) a censurar, matonear o atacar por la vía legal al periodismo crítico, mientras controlan el Congreso a sus anchas y desarrollan una poderosa campaña de propaganda orientada a los sectores más ignorantes -y mayoritarios- de la población.
No estamos en condiciones de afirmar que la revista Semana forme parte del ‘plan de medios’ de dicha campaña, pero es obligatorio hacer referencia a una crónica en exceso lacrimosa, publicada el mismo día de la liberación (vaya coincidencia) en Semana.com, de autor desconocido y al parecer redactada para la ocasión, donde el niño aparece como un mítico portador de milagros, si hemos de creerle al título: Libertad, el segundo milagro en la vida de Cristo José. (Ver crónica).
Mientras no se tenga claridad sobre lo ocurrido con un niño cuyo nombre en el imaginario colectivo evoca a la Sagrada Familia, mientras el fiscal general cumple su promesa de impedir que el secuestro quede impune, seguiremos atentos al desenlace de una historia con mil visos de truculencia, donde la supuesta víctima de un rapto sale a repartir sonrisas y a entrevistarse -muy agradecido- con el presidente de la República, mientras la madre dice que “no le interesa saber quién secuestró al niño”. (Ver noticia). Aquí entre nos, ¿a cuál mamá no le interesa saber quién secuestró a su hijo…?
Puedo estar equivocado, repito, pero todo parece apuntar en la misma dirección que se movía la propaganda política de un Franco en España o un Mussolini en Italia, hacia la construcción de leyendas épicas para uniformar el pensamiento de las capas más bajas de la población en torno al caudillo. En el caso que nos ocupa, hacia el objetivo táctico-estratégico de convertir a Iván Duque en lo que no es: un líder carismático.
Es lo que necesita el patrón, y para eso es la propaganda.
DE REMATE: Algún día la historia recordará los dos más grandes males que en orden cronológico tuvo Colombia, terminando el siglo XX y comenzando el XXI: las FARC y Álvaro Uribe Vélez.
Tomado de: El Espectador.
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