Nuestra centenaria historia de trauma social nos ha hecho de miedos y odios.
Solo de manera episódica, y la mayoría de las veces bajo manipulación, reaccionamos como nación ante hechos y tragedias monumentales como la guerra, los desplazamientos masivos, el número incomprensible de infanticidios, genocidios, magnicidios.
La respuesta ha sido, en general, a cargo de individuos o de pequeñas asociaciones.
El Estado, cuando reacciona, lo hace de manera tardía e insuficiente.
Las agencias internacionales se enredan en sus objetivos y sus burocracias.
Los medios visibilizan o soslayan las catástrofes humanas, a discreción de intereses políticos ligados a los económicos.
Estamos ante una tragedia humanitaria de proporciones inéditas en nuestro continente: el desplazamiento de más de un millón y medio de venezolanos que anhelan quedarse en nuestro territorio o cruzarlo para alcanzar destinos esperanzadores más al sur.
En la diáspora deben caminar miles de kilómetros sin zapatos ni abrigos, sin protección solar, sin alimentación adecuada.
Su travesía obligatoria es por páramos a temperaturas bajo cero, por valles a 45 grados, afrontando lluvias, barro, en grupos heterogéneos compuestos de niños lactantes con sus madres, infantes, adolescentes, adultos mayores, que solo reciben solidaridad puntual de colombianos que saben curar ansiedades, ampollas, hambre, con la solidaridad y el amor.
Barreras legales impiden trasportarlos sin identificación, sin el pasaporte que no pueden obtener, para lo cual ni las autoridades, ni la Cruz Roja, ni nadie ofrecen soluciones.
Si al menos pudieran trasportarlos en los trayectos que involucran los páramos, si tan solo se habilitaran refugios temporales apropiados.
Si viéramos al talento humano venezolano como una oportunidad para el aparato productivo colombiano.
Pero muchos solo ven sus propios miedos, su egoísmo nacionalista, su interés personal. ¿Será que nos falta la fotografía del niño de tres años flotando muerto en las costas de Turquía, en el intento fallido de su familia de escapar de Siria?
Nuestro conflicto ha dejado más de dos millones y medio de niños víctimas.
El desplazamiento venezolano ya ha cobrado la vida de varios. Los conflictos bélicos y políticos degradan a los seres humanos.
¿Seremos pura indolencia? Reaccionemos con un desborde de solidaridad para con nuestros hermanos.
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