Las lenguas son vivas, cambian permanentemente. Los adolescentes crean sus neologismos para diferenciarse de sus padres, para tomar distancia. Las clases sociales incrustan diferencias en su lenguaje.
En el siglo 17, el pueblo alemán hablaba su lengua, pero las clases altas hablaban francés entre ellas, para tomar distancia del pueblo. Se avergonzaban de hablar alemán. Hablar francés era sinónimo de “ser culto”.
El latín, lengua incomprensible para los fieles, confirió por mucho tiempo el cariz de lengua sagrada a las ceremonias religiosas.
Un colombianismo califica de “abeja” al individuo que se caracteriza por estar alerta para no desperdiciar oportunidad de sacar ventaja.
Lo cierto es que las abejas no son “abejas” en esa acepción, sino que son los insectos polinizadores más eficientes del mundo y sin ellas, estaría amenazada en forma grave la naturaleza. Su capacidad para organizarse socialmente ha sido estudiada y admirada.
Asumimos que su instinto, genéticamente determinado, los condiciona para el propósito común de su colmena, pero habrá que explicar por qué se comunican entre ellas mediante danzas, para enseñar a otras la localización de fuentes alimentarias.
Los biólogos cada vez se asombran más con los descubrimientos acerca de las habilidades de estos insectos.
Al parecer son los primeros invertebrados a los que se les ha comprobado la capacidad de usar herramientas y realizar tareas, también de aprender de sus experiencias de viajes entre las flores e innovar a partir de ellos.
Estudios recientes plantean que estos insectos han evolucionado hasta el punto de experimentar emociones que les ayudan a resolver dificultades y problemas mediante un sustrato de células nerviosas, que no necesariamente están confinadas al cerebro, sino que pudieran estar localizadas en cualquier parte del cuerpo.
Recientemente en Colombia las abejas han sido vinculadas a la política. Es cierto que tienen reina, que tienen organización social y jerarquías, que la reina trabaja como la que más.
Ahora que la ciencia descubre que como nosotros responden a emociones, ¿será que sus enojos y sus beneplácitos tienen color político? ¿Habrán tomado partido? ¿Serán “abejas”?
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