Por: Edwin Palma Egea
Es cierto, el sindicalismo colombiano debe modernizarse para ser fuerte y seguir creciendo. Pero de ahí a que hayan algunos sugiriendo su extinción por “anacrónico”, es exagerado.
El sindicalismo es un movimiento social nacido al calor de las revoluciones políticas y económicas del siglo dieciocho y ha sobrevivido a intensas persecuciones, crisis internas, restricciones legales y al neoliberalismo imperante en los últimos 40 años.
Algunos lo quieren ver amputado de la posibilidad de protestar, de hacer huelgas o de negociar colectivamente las condiciones de trabajo y se lo sueñan como una mutual. Pero hace más de cien años eso ya no es así a pesar de muchos esfuerzos de empresarios y gobiernos por acabarlo. En Colombia las protestas laborales tienen 170 años de historia, desde que los artesanos se constituyeron en gremios y se levantaron contra el libre cambio. Y aquí seguimos protestando aun cuando las leyes no nos favorecen.
En Colombia persiste una cultura antisindical fuerte, sobre todo en las élites económicas y políticas, pero encuestas como el Gallup Poll o el Latinobarómetro muestran una tendencia ya larga de imagen favorable de los sindicatos de cerca del 50% de los encuestados, de regiones y estratos económicos diversos.
Medios masivos oligopólicos y generadores de opinión ayudan a reproducir los estereotipos antisindicales: «Que sus protestas afectan a todos los ciudadanos», «que son privilegiados y solo les interesa su agenda económica», «que es un movimiento de hombres mayores que no es atractivo para los jóvenes que aman la inestabilidad laboral y el temor de verse en la calle cada cierto tiempo» … ahhh y que … «quiebran las empresas en donde aparecen».
Hoy estamos viviendo el mejor de los ejemplos.
Avianca no se ha sentado a negociar, no porque no pueda o porque el hecho de que un tribunal de arbitramento —espurio de por sí— esté sesionando. Avianca no se sienta a negociar porque quiere acabar al sindicato de pilotos. Enviar un mensaje de que «jamás se volverá hacer una huelga en esa empresa y que los demás trabajadores del país tampoco se atrevan a hacerla en sus empresas».
Ya lo han logrado en cierta medida, recientemente, compañías como Cerromatoso, Votorantim y Ross Mould, que han despedido indiscriminadamente, y con violación al debido proceso, a trabajadores sindicalizados de Sintracerromatoso, Sintrapazdelrio y Sintravidricol por participar de huelgas.
Lo mismo hizo Ecopetrol hace 13 años con 250 trabajadores afiliados a la USO a quienes después tuvo que reintegrar e indemnizar.
Por eso la lucha de los pilotos de Acdac es heroica y es estratégica. Tienen a más de medio país hablando de derechos laborales y sindicales a pesar del poder que Avianca ejerce especialmente sobre los grandes medios de comunicación a través de billonarias inversiones publicitarias.
La tasa de sindicalización ha decrecido en Colombia, pero no ha sido por su propia responsabilidad.
Las razones son varias: en primer lugar, por la violencia antisindical. Desconocer que se orquestó un genocidio contra el sindicalismo es pura miopía histórica y política, 3139 asesinatos de sindicalistas así lo demuestran. Las persistentes amenazas contra trabajadores sindicalizados nos señalan que la violencia no es cosa del pasado. Y aunque las cifras demuestran que la misma ha disminuido, es inversamente proporcional a la hostilidad empresarial que se traduce en acoso laboral, discriminación antisindical, despidos, procesos disciplinarios indiscriminados.
Hay menos violencia física pero más hostilidad empresarial.
Si un grupo de trabajadores se atreve a fundar un sindicato o se afilia a alguno existente y posteriormente presenta un pliego de peticiones, aún es visto como la peor afrenta al empresario y sus abogados suelen ofrecerle como única alternativa destruirlo. En torno a la ‘cultura antisindical’ también se han construido y enriquecido algunos bufetes de abogados.
Y esa misma cultura antisindical colombiana ha hecho que el Congreso no legisle, concertando con los sindicatos, aspectos fundamentales para los trabajadores del país. Por ejemplo, el estatuto del trabajo, el derecho de huelga, la eliminación de pactos colectivos, la representación sindical y la negociación colectiva por rama. Tampoco ha combatido, como debería, el fenómeno de tercerización laboral que también afecta sustancialmente el crecimiento de las tasas de sindicalización.
Los trabajadores tercerizados, casi el 20% de la población trabajadora del país, no se sindicaliza por su inestabilidad laboral.
La cultura antisindical también ha sido fomentada por el Ministerio del Trabajo, que ha demostrado su incapacidad para sentar a negociar a un poderoso empresario por el solo hecho de tener plata. La fomenta cuando convoca unilateralmente un tribunal de arbitramento que por naturaleza debería ser “voluntario”, cuando se demora hasta tres años en resolver una querella por negativa a negociar o cuando omite desarrollar proyectos legislativos para desarrollar los artículos 39, 55 y 56 de la Constitución Nacional como lo ordena el artículo 5 de la ley 1210 de 2008.
Esa ‘cultura antisindical’ también ha llegado a la rama judicial.
La mayoría de los jueces solo se consideran trabajadores cuando están en sus justas luchas, pero cuando tienen en sus manos la posibilidad de desarrollar jurisprudencia en favor de los trabajadores y los más débiles de la sociedad, son ‘antisindicales’. Salen sentencias hasta mal copiadas de otras para declarar la improcedencia de los amparos constitucionales o pronunciamientos como los de la Sala Laboral del Tribunal Superior de Bogotá en el caso de Avianca que dejó convencido a muchos que «el transporte aéreo es un servicio público esencial», cuando todavía no se ha resuelto el recurso de apelación que podría decir lo contrario.
Pero de la ‘cultura antisindical’ también han participado los sindicatos y los sindicalistas cuando no son capaces de resolver sus diferencias en el marco de la democracia, sino que rompen y fundan otro sindicato.
6000 sindicatos ‘dispersos y atomizados’ que no suman el 5 % de la población económicamente activa no sirven para nada. Las sentencias de la Corte Constitucional que han permitido en cierta medida una mediana libertad sindical y negociación colectiva, han sido utilizadas para «dividirnos más y más y no deja bien parado al sindicalismo».
Un sindicalismo arraigado solo en lo gremial tampoco aporta mucho. Esos sindicatos son el pretexto para que, por ejemplo, un premio Nobel de economía como Friedrich A. Hayek, afirmara que los sindicatos generan desempleo y bajos salarios. Por eso necesitamos desarrollar más sindicalismo sociopolítico.
Comparto plenamente la propuesta de autorreforma sindical planteada por la Confederación Sindical de Trabajadores de las Américas (CSA), pero también las reflexiones hechas por Fernando Lezcano López, dirigente de Comisiones Obreras de España (CCOO), quien dice que «necesitamos un sindicalismo que sea capaz de adaptarse con agilidad a los cambios que se están produciendo en el mundo del trabajo para ser más operativos y eficaces en la finalidad última que tiene el sindicato, que va, desde la reivindicación más concreta, hasta la reivindicación más general».
Necesitamos una mayor flexibilidad en nuestras fórmulas organizativas y menos dogmatismo. Se necesita ser práctico, debemos cooperar más entre estructuras nacionales e internacionales e inyectarle mayor fuerza al componente sociopolítico y luego, una mayor ofensiva en el terreno de la cualificación de los líderes sindicales, pero lo principal es crecer, afiliar masivamente y aumentar las tasas de cobertura de la negociación colectiva.
Las nuevas generaciones no vienen con la misma formación política y sindical de antaño, la fuerza de trabajo se ha cualificado cada vez más y ellos exigen organizaciones sindicales donde se sientan parte activa. Nunca podremos reprocharles nacer en esta época, pero sí podremos reprochar a las organizaciones sindicales que no se adaptan a los cambios del mundo del trabajo.
La baja sindicalización se debe fundamentalmente a los factores externos que hacen todo el esfuerzo para mantener al sindicalismo como actor social marginal y sin poder. Pero también se debe en una pequeña proporción a nuestras propias responsabilidades como sindicalistas.
Empecemos a cambiar lo que está en nuestras manos.
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EDWIN PALMA EGEA, es un habitual columnista de BARRANCABERMEJA VIRTUAL. Puede ser contactado en el correo electrónico: [email protected] Consulte el blog de Edwin Palma en: http://laboralistapalma.blogspot.com/
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