Por: Edgar Daniel Rodao.
Quiero compartir con ustedes la emoción que por estos días siento, en medio de la nostalgia por el tiempo que se va, recordar mi llegada por primera vez a la radio hace 40 años.
Dice mi señora madre, la que por fortuna aún conservo a mi lado, que «yo nací con un radio debajo del brazo». Desde pequeño sentí una atracción por los medios, la locución y la música.
No era raro que, con apenas 5 años, mi juguete preferido era un radio de pila que no me cansaba jamás de escuchar. Recuerdo que de niño padecí de un sarampión que me mantuvo incapacitado por 15 días y fue el radio, en medio de las altas fiebres y el severo salpullido, mi fiel compañía de todos los días.
Que nostalgia me da recordar, de aquella época, programas como la Hora Phillips, los Chaparrines, el Show de Eber Castro y las inolvidables radio novelas de Kalimán, la Castigadora y sus compañeros Macario y Candelario.
Oír radio era para mí como vivir un sueño en medio de la realidad, si iba a clases a la escuela primaria o ya en el colegio cursando el bachillerato, me llevaba, escondido en el maletín de los cuadernos, el radio de pila.
Fue tanta la pasión que me desató, que en varias oportunidades, siendo muy niño, visité las instalaciones de Radio Pipatón, una legendaria emisora barranqueña que, por entonces, tuvo muy altos índices de sintonía en la década de los 70 y cuyos estudios estaban localizados en un segundo piso sobre la esquina de la calle 11 con carrera 14 del barrio Colombia.
Mi sueño, en esa época, era ver, en vivo y en directo, la forma como los locutores y periodistas hacían ‘La Tribuna de Atalaya’ un radio periódico que transmitía las noticias de la ciudad y que se oía por todas partes. No me aguanté las ganas, subí las escaleras y conocí por primera vez una estación de radio.
La cabina de control de audio de la mítica emisora se podía apreciar a través de un gran ventanal ubicado en el segundo piso. Ahí mismo, sentado como todo un rey al frente de la consola, se hallaba el operador de sonido, quien, en medio de una exposición de gestos, muecas y figuras con las manos, daba cambios para ir o salir del aire, pasar comerciales o subir la señal de un micrófono, (un lenguaje corporal muy utilizado por la gente que trabaja en los medios, pero que a mí, a esa corta edad, me impactó profundamente).
Ver actuar, a través del cristal de la cabina a figuras como Rafael Medina, Efrén Revueltas, Francisco Díaz Rangel, Carmelo Angarita, Juan de Jesús León, Benito Riaño y Gilberto Suárez me sorprendía mucho.
Para mí, “ellos eran mis ídolos puestos en un gran pedestal, verdaderos dioses, personas sobrenaturales poseedoras de un halo mágico, figuras míticas extraterrenales con las que me era imposible departir de cerca», por eso cuando regresé a casa, después de la visita al estudio, no pude contener la emoción y le narré a mi familia la inolvidable experiencia.
En medio de todo ese éxtasis mediático en el que vivía absorto, tenía un problema y era mi corta edad, contaba sólo con 14 años. Recuerdo que entonces un operador de sonido llamado Esiquio Villacot fue claro al advertirme que para trabajar en Radio Pipatón debía ser mayor de edad. Desilusionado no volví a la emisora.
No habían pasado unos 3 meses, cuando en septiembre de 1.973, vi como una casa ubicada en plena zona comercial de Barrancabermeja, la estaban remodelando y sobre su frente colgaban un aviso que decía Radio Regia, una modesta estación radial que habían trasladado de Puerto Wilches y que se convertiría, a partir de ese momento, en uno de los emblemas más importantes de la radio barranqueña, de donde egresaron un buen número de excelentes profesionales de la radio.
Hice lo mismo que en Radio Pipatón, visitaba con frecuencia las instalaciones de la nueva emisora, pero esta vez conté con más suerte.
El doctor, Alfonso Eljach Merlano y su esposa doña Victoria Manrique (propietarios de la estación radial), decidieron escoger como director a un joven locutor que por entonces ya había tenido experiencia en emisoras de Bucaramanga y Bogotá, me refiero a Julio Hernán Arango Uribe, apasionado, de buen gusto y conocedor del negocio de las comunicaciones
Un buen día, de esos que nunca faltan, un locutor de nombre, Carlos Humberto Serrano Rueda, (de quien hace rato no tengo noticias) y que debía cumplir un turno de locución en Radio Regia no pudo asistir al trabajo, razón por la que don Julio decidió, sin pensarlo dos veces, que yo podía «reemplazarlo».
¡Que locura!
Le dije que aceptaba el reto, pero a diferencia de hoy, que hacen las pruebas internas grabadas en un software, hace 40 años todo se hacía en vivo, por lo que el nerviosismo y la tensión eran para mi aún más evidentes.
Ese día estaban conmigo en la emisora, Marcos Perales Mendoza, Orlando Sánchez Carrasquilla y Leonel Martínez Madera, todos muchachos, jóvenes de apenas 18 años, testigos del inusual acontecimiento.
Julio Arango, me hizo seguir a la cabina mientras todo el grupo se quedaba, desde afuera, mirándome fijamente.
Entré en delirio, los micrófonos me hipnotizaron, miraba asombrado las grabadoras de cinta magnetofónica y de repente, sentí las manos heladas y todo un panal de abejas volando dentro de mi estómago.
Recuerdo que Julio amarró un pañuelo alrededor del micrófono y me advirtió que solo debía hablar al momento en que se encendiera la luz de un pequeño bombillo rojo que accionaba, desde afuera, Leonel Martínez.
Cuando llegó mi turno, sentí una barrera, un silencio: el tiempo se detuvo, me temblaron las piernas, perdí el control, tuve pánico, sudé y prácticamente me cagué del susto.
Leí algo; no sé qué, como, ni cuándo. Fue una horrible agonía y, al final, con la cara enrojecida por el esfuerzo y la pena, quise llorar de la angustia.
Al salir de la cabina, cabizbajo y derrotado, (porque pensé que todo había salido mal), por el contrario, me encontré con una caterva de aplausos que al comienzo pensé eran de burla.
Fue Leonel Martínez el primero que se atrevió a decirle a Julio Arango que «yo estaba para grandes cosas», (o algo parecido) y de inmediato Julio soltó una sonora carcajada que resonó por todo el estudio confirmando lo dicho por Leonel.
Sin embargo, fue la aparición súbita de doña Vicky de Eljach (la esposa del dueño de la emisora) quien se hallaba en una habitación contigua a la del estudio, muy callada y atenta escuchándome, la que finalmente le puso punto final a mi angustia: —«joven, lo felicito, tiene usted una voz muy linda»—, me dijo. Entonces pasé de la muerte a la vida y del infierno al cielo.
Ese mismo día por la noche, el doctor Alfonso Eljach Merlano y su esposa se reunieron con varios de los empleados de la emisora y les dejaban saber que estaban muy felices porque quedaba plenamente confirmado, para el mes de junio de 1974, el nacimiento del bebé que tanto estaban esperando, un niño que posteriormente bautizaron, en ese tiempo, con el nombre de Alfonso Eljach Manrique.
Ah tiempos aquellos. Yo también esa noche estaba feliz porque iniciaban mis primeros 40 años.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
BARRANCABERMEJA VIRTUAL, colección Barrancabermeja 90 años.