Por: Darío Echeverry Junior.
El escándalo de los últimos días protagonizado por el director técnico de la selección Colombia, Hernán Gómez, conocido como ‘el Bolillo’, ha generado una serie de manifestaciones y de silencios de la sociedad en medio de un debate que parecía estaba resulto en el país, el del rechazo contra toda forma de violencia contra la mujer, pero que el deporte más popular del país, el fútbol, ha logrado confundir y ponerlo de nuevo en la palestra pública.
La cuestión es sencilla, se había logrado un consenso de rechazo total a cualquier tipo de violencia contra las mujeres en Colombia, que se suponía era algo incuestionable, pero algunos sectores sociales, por su abierta manifestación o su silencio, han mandado un mensaje contradictorio a todo el país sobre este respecto al buscar apoyar al técnico de futbol.
La defensa de ‘el Bolillo’ ha partido de un principio sensato y es la inviolabilidad e independencia del ámbito personal de cada ser humano, de su vida privada, sobre su trabajo o vida pública, en una directa indicación a que una cosa son las acciones privadas y otra la labor como técnico de la selección mayor de fútbol del país.
Pero este falso dilema busca solamente ocultar un hecho de violencia que no solo debe ser denunciado sino también rechazado de forma unánime por la sociedad.
Nada tiene que ver que ese hecho de violencia ocurriera fuera de una cancha de fútbol o de una conferencia de prensa. Esa patente de corso con la que se quiere revestir a ‘el Bolillo’, esa inmunidad resultado de su vida privada, es un verdadero peligro social, pues la sociedad debe tener claro que hay cosas que no se pueden ignorar ni excusar, ocurran donde ocurran.
Tratar de minimizar, ocultar o disimular una acción de este tipo solo hace a los participes de esto en solidarios con el victimario y agudizan la situación de vulnerabilidad de la víctima.
La agresión ocurrió y debe ser rechazada y el culpable debe recibir un castigo social, que mas allá de las consecuencias judiciales, debe mandar un mensaje a toda la población y en especial a los mas jóvenes, y es que por encima del fútbol y de la selección Colombia está el consenso social de rechazar la violencia, venga de donde venga, y por lo tanto el agresor debe recibir un tratamiento integral para superar esta situación dando un paso al costado y abandonando su cargo como parte de las consecuencias sociales por su accionar violento.
La sociedad no puede pretender olvidar o excusar este tipo de hechos, más aún sabiendo los altos índices de maltrato contra las mujeres. Y así como contra la corrupción o la parapolítica la población manifestó su horror y repugnancia contra los protagonistas de estos hechos, se debe hacer lo mismo en esta situación.
No se puede ser flexible o tolerante ante las agresiones contra las mujeres, así como no hay indulgencia contra la corrupción en el Estado.
La tragedia de ‘el Bolillo’ se vive en el país no solo con él sino con muchos otros que violan los principios sociales y son justificados a través de cientos de razones que solamente enmascaran sus excesos y daños, por eso la violencia y la corrupción son pan de cada día.
Excusas como “le pegaron por algo” o “es su vida privada”, para el caso de los agresores de las mujeres, o “roba pero da trabajo o roba pero reparte”, para el caso de los corruptos, son el permiso que se le dan a este tipo de personas para practicar la violencia y la corrupción.
Es el momento de hacer un llamado a la población y a la ciudadanía para evitar caer fácil en el perdón y olvido, y empezar a ponerle freno a los malos comportamientos que son el germen de los peores males de la sociedad.
Problemas como la corrupción o la violencia surgen cuando se es condescendiente con aquellos que son corruptos y violentos pero que rápidamente son exonerados de sus faltas por sus supuestos aportes a la comunidad, cuando en realidad están minando las bases de la convivencia y del futuro de la comunidad.
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DARIO ECHEVERRY JUNIOR es un columnista de Barrancabermeja Virtual que usted puede ubicar en el [email protected]