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Los santandereanos: ¿los únicos que nos arrechamos?

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Por Jairo Cala Otero / Editor de textos – Conferencista

Quienes nacimos en Santander, tierra fértil y generosa, bañada por paisajes indómitos y paradisíacos, cargamos con una reputación injusta y casi que insultante. Los demás compatriotas pregonan que somos mal encarados, violentos y “atravesados” por naturaleza. Sé que aludir al tema me podría costar caro, pues no faltarán quienes, llevados por el ímpetu del irracionalismo y el canibalismo adormilado en su interior, arremetan contra mí y mi santa madrecita. Pero asumo el riesgo, ¡qué carajo!

Dos aspectos deben ser advertidos como ejes principales del tema. Sobre ellos gira aquella mala fama: el primero es que atribuyen el carácter humano a una extraña e inexplicable relación del individuo con la tierra, con la geografía; y el segundo es que confunden entereza, franqueza y energía con iracundia sistémica.

Frente a lo primero hay que desvirtuar esa apreciación -peregrina y ligera, en mi concepto- puesto que no hay prueba científica alguna sobre la interrelación persona-tierra. Esto es, no se conoce -por ahora, al menos- demostración alguna que indique que la conducta humana está regida por la influencia que tiene el territorio donde se ha nacido sobre la psiquis y el todo del ser conocido como humano. En ese orden de ideas puede descartarse que la bondad, por ejemplo, la adquieran unas personas tan pronto como salen del útero materno, simplemente porque les ha tocado nacer en el paraíso. Del mismo modo, yo me rehúso a creer que los santandereanos tengamos una marca indeleble en el cerebro por la que nos comportemos, eventualmente, con carácter recio y dominante por haber sido paridos en Santander.

Pienso que el carácter es un asunto que se moldea gradualmente merced a muchos factores endógenos y exógenos, de los que no me ocuparé ahora porque, entonces, este artículo se haría tan largo que llegaría al mismo infierno tratando de averiguar si fue allá, acaso, donde se nos adjudicó lo que mis compatriotas de otros territorios llaman “mal genio de los santandereanos”. Pero sí es bueno anotar que ese temple nos viene de nuestros antepasados aborígenes, que poblaron el territorio demarcado como Santander. Eran luchadores, guerreros, aventados para cualquier contingencia, sin “pelos en la lengua”, bravos para las labores en búsqueda del sustento, y otras tantas características.

Ahora, esa tipología en la conducta santandereana, que los demás no analizan, es parte de la idiosincrasia nuestra. Igual que la tipología propia y peculiar con que se desenvuelven costeños,  antioqueños, vallunos, araucanos, boyacenses, casanareños… Atribuirles a ellos, los demás colombianos, connotaciones de conducta porque nacieron en sus respectivos territorios será caer también en esa ligereza con que se nos  juzga y condena a los santandereanos. Ellos, como nosotros, también tienen su cuadro de costumbres. ¡Y también se emputan! Eso es todo, nada más.

Respecto al segundo ámbito, la entereza y la franqueza con que solemos comportarnos los nativos de Santander, es también herencia de vieja data. La Historia está saturada de perfiles de los héroes. No olvidemos a los insurrectos de la Revolución de los Comuneros, por cuya braveza (ardentía para la batalla) somos libres los colombianos, todos los colombianos. Ellos, nuestros antepasados santandereanos, los arrechos de armas tomar, dieron sus vidas para que el tirano español nos quitara sus botas de encima. En el cuadro genético de nosotros hay, por consiguiente, rasgos de esa arrechera de la que nos sentimos orgullosos. Arrechera que, por significación de nuestro lenguaje típico (modismos) no debe confundirse con calor exacerbado para irnos a la cama con quien se cruce en nuestro camino. Eso es en el diccionario de otras ciudades como Bogotá y Cali, por ejemplo. Estar arrecho un santandereano es estar resuelto a no permitir que otros lo atropellen; es marcar su territorio y poner los puntos sobre las íes; es hablar con resolución y sin tapujos para cantarle la tabla a quien fuere menester; es expresarse con energía y decisión, no con melindres y zalamerías. ¡En eso se resume nuestra arrechera!

Pero eso no significa que estemos, a toda hora, violentados emocionalmente y, por ende, dispuestos a violentar al primero que discrepe de nosotros. Claro, habrá quienes extremen algunas situaciones. Allá ellos con su mala educación, que es otro asunto.

En contraste con todo lo anterior, vale preguntarles a mis demás compatriotas, los no santandereanos, si es que ellos nunca se enojan. Si una aureola adorna sus testas. Porque de ser así, en el resto del territorio colombiano hay miles de candidatos ¡para engrosar el santoral católico! Pero no, sabemos que no hay santurrones. Basta echarle una ojeada a la crónica judicial para comprobarlo. Podría hacer una lista, pero por respeto a usted, caro lector, me abstengo. El objetivo no es despertar rencillas, ni herir susceptibilidades regionales.

Luego concluyamos: la conducta de las gentes no está relacionada con el territorio donde nacieron. La tierra es apenas un accidente circunstancial, no puede considerársela, entonces, la determinadora del carácter de las personas.

Por último, ¡no se arreche, compatriota, porque dije lo que acaba de leer! Le aseguro que cuando lo escribí yo no estaba arrecho, gozaba de infinita serenidad; y lo gocé, porque me provocó risa.

* JAIRO CALA OTERO *
Conferencista – Corrector de textos
Cultor del español correcto
301 235 6900 – 313 248 2049
Bucaramanga – Santander

 

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