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La sociedad del cambio ya está en marcha y no retrocederá

Por eso, a pesar de los errores de este gobierno, no podemos apoyar a quienes representan el clasismo y la resistencia al cambio. No se trata de un voto de fe ciega, sino de un compromiso ético con la construcción de un país diferente.

En Colombia, la confusión entre progresismo y comunismo no es casual ni inocente. Esta narrativa sirve a intereses que han mantenido al país en un estado premoderno, sin una verdadera implementación del capitalismo. 

A pesar de su retórica, los sectores dominantes que desprecian las ideas progresistas no buscan defender una economía de mercado dinámica y moderna, sino perpetuar un modelo extractivista y elitista que concentra la riqueza en manos de unos pocos, mientras la mayoría lucha por sobrevivir.

La sociedad del cambio

El gobierno de Gustavo Petro ha cometido errores, como cualquier administración en un país complejo y desigual. Pero reducir el cambio social al éxito o fracaso de su gestión es ignorar algo fundamental: la sociedad del cambio es mucho más que un gobernante. 

Es un fenómeno social y cultural que no se limita a una figura política; es la expresión de una ciudadanía que ha comenzado a cuestionar estructuras de poder anquilosadas y que exige, con urgencia, acceso a derechos básicos como la educación, la salud, y una vida digna.

Colombia es uno de los países más desiguales del mundo, con una brecha social tan profunda que nos posiciona entre los tres peores a nivel global. 

Esto no es casualidad. Décadas de gobiernos conservadores, liderados por una élite criolla, han fracasado rotundamente en la tarea de distribuir la riqueza y generar bienestar para las mayorías. 

Mientras tanto, la narrativa del «progreso» ha sido utilizada para justificar la perpetuación de privilegios y el estancamiento de reformas estructurales que beneficiarían al conjunto de la sociedad.

El progreso real no implica eliminar la propiedad privada

El progreso real no implica eliminar la propiedad privada o destruir la libre empresa, como algunos pretenden hacernos creer.  En Europa y otros países desarrollados, donde el capitalismo ha sido exitoso, se lograron hace décadas reformas profundas que hoy en día parecen una utopía en Colombia

Sistemas de salud pública robustos, educación accesible para todos, y redes de protección social no surgieron de la nada, sino de un consenso social que entendió que una sociedad más justa beneficia a todos, incluso a quienes ya disfrutan de privilegios.

Frente a esto, es difícil comprender cómo sectores de la sociedad, especialmente aquellos con mayores beneficios económicos, pueden ser tan indiferentes. 

El miedo que muestran no es realmente al gobierno de turno, sino al despertar del pueblo. 

Es esencial redefinir qué entendemos por pueblo. El pueblo no es solo la «chusma» o los pobres ignorantes, como suelen caricaturizarlos los sectores privilegiados. 

El pueblo es la sociedad del cambio: ciudadanos conscientes, educados, y organizados que buscan construir un país más justo, digno y equitativo.

Los que se oponen al cambio argumentan que personajes como Germán Vargas Lleras, Vicky Dávila o Álvaro Uribe tienen las respuestas a los problemas del país. 

Pero, ¿cómo confiar en quienes han sido actores clave en la creación y perpetuación de estos mismos problemas? 

Han tenido el poder durante décadas, y lo han usado para consolidar un modelo económico que excluye a las mayorías. En lugar de promover reformas sociales, han resistido cualquier intento de redistribuir la riqueza o garantizar derechos básicos. Es ingenuo pensar que ahora cambiarían.

El miedo al cambio no es miedo al caos o a la crisis económica. 

Es miedo a que las mayorías accedan al bienestar del que siempre han estado excluidas. Es un temor a que la gente aprenda a pensar de otro modo, a cuestionar la narrativa del privilegio y exigir una sociedad donde la riqueza no sea un privilegio exclusivo, sino un derecho compartido.

Por eso, a pesar de los errores de este gobierno, no podemos apoyar a quienes representan el clasismo y la resistencia al cambio. No se trata de un voto de fe ciega, sino de un compromiso ético con la construcción de un país diferente. 

Porque Colombia no puede seguir luchando por cosas que en otros países son historia. Porque queremos que la vida digna sea la regla, no la excepción. Y porque, aunque el camino sea difícil, sabemos que la sociedad del cambio ya está en marcha y no retrocederá.


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