Por: Jorge Gomez Pinilla.
Hay dos fuertes aspirantes a la presidencia que asumen la reconciliación como el eje central de sus campañas. Según Humberto de la Calle “el tema no es terminar la guerra militar ni implantar una paz de contenido social, el tema central es la reconciliación entre los colombianos”. Y según Sergio Fajardo “reconciliación, lucha contra la corrupción y educación son los tres pilares para construir la paz”.
Buena noticia para los colombianos esta coincidencia, en parte porque Fajardo va de primero en las encuestas y en parte porque De la Calle ha manifestado su disposición a hacer alianza con los Ni Ni (ni Santos ni Uribe). Fue por ello que este último vio como “un suicidio” que la escogencia del candidato del Partido Liberal se aplazara hasta marzo de 2018, pues se recortaba el tiempo para una eventual coalición con las fuerzas que coinciden en la defensa de la paz y la lucha contra la corrupción.
Esta identidad en el punto de mira marca la pauta por el sendero adecuado, el de desarmar los corazones y acercar a los adversarios, sea para el saludo de manos o para el abrazo catártico.
La batalla por la reconciliación es la única que puede desarmar el plan macabro que se adelanta para echar atrás la columna vertebral del proceso de paz, llamada Jurisdicción Especial de Paz (JEP).
Sus portaestandartes son Álvaro Uribe por el Centro Democrático, Germán Vargas Lleras por Cambio Radical, Alejandro Ordóñez y Marta Lucía Ramírez por el conservatismo no ‘enmermelado’, y Juan Carlos Pinzón por Juan Carlos Pinzón, porque ni partido tiene.
Como dije en columna anterior, Vargas actúa en representación de los empresarios que en condición de ´terceros’ pudieran comparecer ante la JEP, mientras que Uribe lo hace como máximo comandante de esas fuerzas oscuras cuyos más escabrosos crímenes podrían saltar a la luz pública en los juicios que adelante dicho tribunal de justicia transicional a los militares y demás autores de delitos relacionados con el conflicto armado (verbi gratia paramilitarismo).
Ellos han comenzado a hacer fila india para contar lo que saben a cambio de una pena simbólica y un perdón reparador, y en solo militares van más de 2.000.
Ya Uribe perdió un alfil cuando su exministro Diego Palacio acudió a la JEP alegando que todo lo que hizo fue para consolidar el gobierno con el que su jefe enfrentaba a la subversión (reconocimiento tácito de culpa), y perdió además una torre en el Rito Alejo del Río que por la misma vía pretende expiar sus culpas, y quizá no resulte osado vislumbrar el día en que se diera el jaque mate.
Sea como fuere, casos como los del exministro Palacio o el general Del Río muestran precisamente el papel benéfico de la JEP y su entronque con la reconciliación, pues bastará el reconocimiento o la confesión de unos delitos para que el Estado cese su acción sobre ellos.
Tan preocupados están en la caverna que hasta hubo un trino del abogado Iván Cancino, uribista de pura sangre, alertando sobre el peligro: “Espero estén conscientes en el Centro Democrático el daño que haría que Diego Palacio fuera admitido en la JEP”. (Ver trino).
El temor del senador Álvaro Uribe Vélez y la gente que le acompaña en su lucha por aplastar a la JEP reside ahí, en que deben evitar el conocimiento –y el reconocimiento- de esas y muchas otras verdades.
Y para impedirlo están dispuestos a desbarrancar el país, si fuera necesario en el abismo de un nuevo conflicto, recurriendo llegado el caso a medidas desesperadas como atentar contra uno de los suyos (ya lo han hecho), todo en función de no permitir que se destape la identidad de esos dedos cuyas ramificaciones conforman el aparato organizado de poder que en Colombia se ha conocido desde tiempo atrás como la mano negra.
La reconciliación solo obra como bálsamo reparador cuando parte de haber llegado a la verdad. Es una fórmula que incluso le conviene a Santiago Uribe, candidato ideal para presentarse a la JEP porque su expediente rebosa en testimonios y pruebas de crímenes como homicidios, torturas y desapariciones, en su mayoría relacionados con el conflicto armado cuyo fin se propuso lograr su hermano Álvaro por la vía de una victoria militar que nunca llegó pero sí sembró por todas las brigadas del Ejército el reguero de cadáveres que dejaron los ‘falsos positivos’, eufemístico nombre dado a las ejecuciones extrajudiciales de miles de jóvenes que mataron porque no estaban recogiendo café y cuyos cuerpos mostró el régimen de la Seguridad Democrática como guerrilleros caídos en combate.
La reconciliación pasa por reconocer esas verdades, duélale a quien le duela; e identificar a los autores de tantos crímenes de lesa humanidad es el requisito sine qua non para el perdón colectivo. Además, es ser conscientes de que no es lo MEJOR VARGAS LLERAS sino parte de lo PEOR, y que LO MEJOR es reconciliarnos.
Así como Álvaro Uribe se hizo elegir repitiendo hasta el cansancio el estribillo ‘trabajar, trabajar y trabajar’, al candidato que resulte escogido de la alianza que se avecina le corresponde entonces ponerse en la onda del ‘reconciliar, reconciliar y reconciliar’.
DE REMATE: No soy miembro del Partido Liberal ni lo he sido de ningún partido, aunque sí soy de pensamiento liberal –o mejor, librepensador- y el 19 de noviembre votaré para que elijan a Humberto de la Calle como el candidato de ese partido. Juan Fernando Cristo es una opción valiosa a futuro, muy por encima del imberbe Juan Manuel Galán y de la insufrible Viviane Morales, pero un triunfo suyo en la consulta restaría en lugar de sumar hacia la legítima aspiración del liberalismo por reconquistar la Presidencia de Colombia, tras 24 años de abstinencia.
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Tomado de El Espectador