Por: Horacio Serpa
De nuevo Colombia y Venezuela han encendido las alarmas continentales ante la posibilidad de que se pase del conflicto diplomático al militar. Las amenazas de confrontación armada resuenan desde Caracas, mientras se activan todos los dispositivos regionales y multilaterales para impedir que en medio del fragor de las acusaciones mutuas a algún energúmeno se le ocurra encender la llama de la guerra.
En los últimos años los dos países no han podido hallar el camino del entendimiento. Como en los malos matrimonios, en esta relación no ha habido espacio para la luna de miel, sino para los malos entendidos y las recriminaciones permanentes. Una situación agravada por la enemistad personal de quienes han gobernado las dos naciones hermanas, dueños de ideologías y personalidades opuestas. Mientras Chávez se considera la reencarnación de Bolívar y el sucesor natural de Fidel Castro, el Presidente Uribe ha levantado la bandera de la seguridad democrática y la lucha antiterrorista y se ha aliado incondicionalmente con Estados Unidos.
Poco han podido hacer los demás gobernantes de la región para calmar esa relación fallida. Ni la OEA, ni Unasur y menos Naciones Unidas han sido capaces de recomponer una relación afectada por la desconfianza y la enemistad personal de los mandatarios. Son múltiples los epítetos y descalificaciones personales de lado y lado. La relación de Chávez y Uribe nunca fue buena. Y ya terminó así. La historia recordará esta época como un agujero negro en el que dos naciones hermanas decidieron darse la espalda y golpearse sin compasión afectando las economías, intereses y, en esencia, a sus pueblos.
La relación bilateral necesita volver al campo de la diplomacia. No es tiempo de guerras, sino de paz; no es época de cerrar fronteras, sino de abrirlas a los nuevos mercados; no estamos en la era del aislacionismo, sino de la integración vital. Nuestros países no pueden caer en la carrera armamentista cuando los índices de pobreza, desempleo y atraso son tan vergonzosos. Si compramos tanques de guerra y no tractores, tendremos un mañana de desesperanza y más miseria. Y si caemos en la provocación de la guerra, no habrá futuro.
Colombia y Venezuela se necesitan mutuamente y debemos trazar una política que permita restablecer la confianza, el diálogo y una agenda común. Sin ceder a ningún tipo de chantajes, ayudados por la comunidad internacional, asistidos por la buena fe y el espíritu bolivariano, los dos países podemos volver a los caminos del entendimiento.
Es mayúsculo el reto que tienen en sus manos el Presidente Santos y su equipo de gobierno: exaltar la diplomacia, abrir nuestra agenda internacional y mirar más allá de Estados Unidos; integrarnos a América Latina, Europa, África y Asia; atraer la inversión extranjera y conquistar nuevos mercados; diversificar nuestros aliados y aplicar la política del buen vecino, para que nadie sienta que somos una amenaza a su soberanía. Colombia nunca debe olvidar que somos hermanos siameses con Venezuela y estamos condenados a convivir en paz.
Bucaramanga, 28 de Julio, 2010