
En la más reciente columna de la periodista Ana Bejarano, publicada en uno de los espacios de opinión más cercanos al poder mediático tradicional —el de “Los Danieles” y la Revista Cambio—, se desató una virulenta ofensiva contra el ministro de Trabajo, Edwin Palma.
Lejos de hacer un ejercicio de análisis riguroso o periodismo crítico, Bejarano lanza acusaciones cargadas de desdén y tono inquisidor, más propias de una vendetta política que dé un debate democrático.
Su blanco, esta vez, fue una reflexión del ministro sobre el conflicto en Gaza y la hipocresía mediática en torno al genocidio que allí comete el gobierno de Israel.
Todo comenzó con un comentario de Palma que cuestionaba la doble moral de ciertos medios que atacan a figuras del gobierno, como el presidente Gustavo Petro, por solidarizarse con el pueblo palestino, mientras guardan silencio o incluso se asocian con defensores del régimen genocida de Netanyahu.
Lo hizo al reaccionar a una imagen publicada por la misma Bejarano en la que aparece sonriente junto a Marcos Peckel, un reconocido activista y portavoz de la comunidad judía en Colombia, quien ha justificado sistemáticamente la masacre en Gaza.
El punto de Palma no era trivial:
¿Qué significa posar públicamente con una figura que defiende la barbarie?
¿Cuál es el mensaje de esa imagen, publicada con evidente orgullo, en medio de una tragedia humanitaria que ya ha dejado más de 30.000 muertos, entre ellos miles de niños?
¿Por qué se ataca ferozmente a quien levanta la voz contra esta injusticia, mientras se normaliza la cercanía con quienes la respaldan?
Bejarano, en lugar de responder con argumentos, optó por victimizarse.
Acusó al ministro de querer “aleccionarla”, cuando lo que hizo fue expresar una posición política legítima, tan válida como la suya.
¿No es acaso ese el espíritu del debate democrático?
¿Por qué la opinión de Bejarano debería estar exenta de crítica, mientras ella ataca sin piedad a quienes piensan distinto?
Una cosa es defender el derecho a disentir, y otra muy distinta es esconderse detrás del discurso de la libertad de prensa para descalificar sin fundamentos.
La columna de Bejarano no solo tergiversa los hechos, sino que incurre en una peligrosa manipulación: acusa al ministro Palma de “antisemita” por condenar el genocidio en Gaza, mientras se muestra complacida con la postura de alguien que, como Peckel, minimiza o justifica ese horror.
Lo que está en juego aquí no es una diferencia ideológica cualquiera.
Se trata del uso deliberado de los medios y del discurso liberal para socavar la credibilidad de quienes hoy lideran un proyecto político de transformación social en Colombia.
Es una estrategia clara: construir narrativas que presenten a ministros como Edwin Palma —quien ha sido víctima de una sistemática campaña de desprestigio— como enemigos de la democracia, cuando en realidad están siendo atacados por representar una ruptura con el statu quo que incomoda a los poderes tradicionales.
Bejarano, en su texto, no sólo ignora el trasfondo ético y humanitario del conflicto en Gaza, sino que, al acusar al gobierno de usar la causa palestina como una herramienta de propaganda, reduce una lucha histórica por los derechos humanos a una táctica electoral.
Es un insulto no solo al ministro Palma o al presidente Petro, sino a los miles de ciudadanos en el mundo —incluyendo amplios sectores de la comunidad judía— que han alzado su voz contra la barbarie.
Curiosamente, la periodista afirma que “ya son miles las voces judías que se alzan contra la barbarie”, pero convenientemente omite que su interlocutor en la foto, Marcos Peckel, no hace parte de esas voces. Más bien representa lo contrario: la defensa incondicional del gobierno israelí y sus acciones, incluso cuando estas han sido calificadas como crímenes de guerra por múltiples organismos internacionales.
Resulta entonces inevitable preguntarse:
¿Cuál es el verdadero interés de Bejarano al lanzar esta ofensiva contra Palma?
¿Qué busca con estas columnas que, más que invitar al diálogo, promueven la polarización?
¿Por qué no muestra el mismo entusiasmo para cuestionar a los poderosos de siempre que para atacar a quienes representan un proyecto de cambio?
La respuesta parece clara. La columna de Bejarano se inscribe en una estrategia más amplia: desacreditar al gobierno progresista que lidera Petro, ridiculizar sus voceros, y frenar las reformas sociales que amenazan con redistribuir el poder y los privilegios de las élites tradicionales.
Bejarano: una pieza más en el engranaje
En este sentido, su texto no es un acto de periodismo valiente, sino una pieza más en el engranaje de la resistencia al cambio.
A la periodista habría que recordarle que el periodismo no se construye sobre el rencor ni sobre las insinuaciones sin pruebas. Y que una imagen, en efecto, vale más que mil palabras, especialmente cuando se publica en medio de una tragedia humanitaria, con el rostro lleno de orgullo al lado de quien defiende lo indefendible.
Por eso, más allá de lo que diga en sus columnas, lo que realmente importa es lo que hace. Y la imagen que eligió mostrar al mundo, en este contexto, habla con claridad. Más que cualquier editorial, más que cualquier acusación.