
El fenómeno de que algunas personas de estratos socioeconómicos bajos defiendan con fervor a las élites económicas y políticas que históricamente han sido indiferentes a sus necesidades, y a la vez ataquen con vehemencia a quienes proponen cambios sociales inclusivos, es un tema complejo que ha sido objeto de análisis en la sociología, la psicología política y la economía del comportamiento.
Esta contradicción aparente tiene múltiples raíces, que van desde la manipulación mediática hasta factores culturales, emocionales y psicológicos profundamente arraigados.
El poder de la ideología dominante y la manipulación mediática
En primer lugar, uno de los factores más determinantes es el poder de la ideología dominante y la manipulación mediática. Los medios de comunicación, muchas veces controlados por intereses económicos y políticos, moldean la percepción de la realidad.
Estos medios promueven narrativas que estigmatizan la lucha social, demonizan a los líderes que buscan reformas estructurales y exaltan a los empresarios y políticos que, en teoría, representan el “orden” y la “estabilidad”.
Esto lleva a que personas en situación de vulnerabilidad interioricen valores que no les benefician, como el rechazo a lo público y la glorificación del mérito individual en un sistema que no ofrece igualdad de oportunidades.
La falsa conciencia
Otro aspecto clave es la llamada falsa conciencia, concepto desarrollado por pensadores en el siglo pasado y ampliado por la psicología moderna.
Las personas pueden adoptar creencias y valores contrarios a sus propios intereses debido a la internalización de un sistema que ha naturalizado las desigualdades.
Esto se traduce en la defensa de un «status quo» que, aunque les perjudica, sienten como propio o como el único camino posible para sobrevivir o, eventualmente, ascender socialmente.
También hay que considerar el miedo y la desinformación como herramientas de control. Muchas personas temen al cambio, especialmente cuando han sido bombardeadas con la idea de que las propuestas progresistas son sinónimo de caos, pobreza o comunismo.
Esto es aprovechado por sectores conservadores que, mediante campañas de desinformación, logran convencer a sectores populares de que los cambios sociales son amenazas en lugar de oportunidades.
La cultura del esfuerzo mal entendida es otro factor importante.
Existe la creencia de que quien trabaja duro saldrá adelante, y por tanto, quien no lo logra es porque no se esfuerza lo suficiente. Esta lógica, aunque en parte válida, ignora los factores estructurales de la desigualdad y promueve una visión individualista que culpabiliza a las víctimas del sistema en vez de cuestionarlo.
Así, quienes están en estratos bajos pueden sentirse moralmente superiores al “otro pobre” que reclama derechos, considerándolo flojo, mantenido o manipulable.
Ser rico el ideal de triunfo
Además, muchos ven en los empresarios y en las élites económicas una aspiración, no una amenaza. En una sociedad fuertemente influida por el consumismo y el éxito material, los ricos representan el ideal de triunfo.
Defender sus intereses es, en cierto sentido, defender la posibilidad de algún día ser como ellos, aunque las probabilidades sean mínimas. En contraste, los líderes que abogan por reformas sociales son vistos como amenazas al orden, a la propiedad privada y al sueño de ascenso individual.
Finalmente, la polarización política y el odio hacia lo diferente han sido intensificados por discursos populistas de derecha que se aprovechan de las frustraciones sociales.
Estos discursos canalizan el malestar popular no contra los verdaderos responsables de la desigualdad, sino contra minorías, inmigrantes, movimientos sociales o líderes progresistas, a quienes se acusa de dividir el país o de promover el resentimiento.
El apoyo a sus propios verdugos
El apoyo de sectores empobrecidos a sus propios verdugos es una manifestación de una sociedad profundamente herida por la desigualdad, la desinformación y la manipulación ideológica.
Romper este ciclo implica fortalecer la educación crítica, democratizar los medios de comunicación y construir liderazgos sociales que conecten con la dignidad de las personas y no con sus temores. Solo así podrá emerger una conciencia colectiva capaz de exigir con fuerza y legitimidad las condiciones que toda sociedad justa debería garantizar.