
La derecha colombiana cometió uno de los errores políticos más graves de los últimos tiempos al archivar la reforma laboral sin debate real, de forma autoritaria y atropellada, en lo que muchos han llamado un «pupitrazo limpio«.
Esta jugada no solo fue un desprecio al proceso democrático, sino también una muestra del profundo desdén que sectores conservadores tienen hacia las necesidades del pueblo trabajador.
En lugar de abrir el diálogo y considerar los puntos de una reforma que buscaba dignificar las condiciones laborales, optaron por la vía fácil: bloquearla de forma abrupta y sin argumentos sólidos.
El costo político de esta decisión no se hizo esperar.
El país respondió con movilizaciones masivas que, lejos de ser marginales como algunos intentan mostrar, reflejaron un profundo malestar popular y una nueva conciencia social.
El pueblo demostró que no está dispuesto a seguir siendo invisibilizado ni burlado. Las calles se llenaron de voces diversas, no solo indígenas como algunos medios intentaron caricaturizar, sino de trabajadores, jóvenes, mujeres, campesinos y ciudadanos de a pie que se sienten representados en la lucha por la justicia social y laboral.
La derecha hace el ridículo
Ante esta respuesta popular contundente, la derecha no encontró otra forma de reaccionar que acudir al ridículo. Incapaces de ofrecer una contra argumentación seria y estructurada, se refugiaron en ataques personales, distracciones mediáticas y teorías absurdas.
Que si el presidente Gustavo Petro llevaba un Rolex, que si amenazó al Congreso, que si las manifestaciones fueron obligadas o financiadas. Todo, menos enfrentar la realidad: el respaldo popular a un proyecto de país que busca incluir a los históricamente excluidos.
El problema de fondo no es solo que hayan cometido un error táctico al archivar la reforma. Lo que quedó en evidencia es que esta derecha no tiene herramientas reales para gobernar sin recurrir a las prácticas que han definido su historia: el clientelismo, la corrupción, la manipulación mediática y la represión.
Cuando se enfrentan a un escenario donde deben convencer con ideas y proyectos, se desmoronan. No saben competir en igualdad de condiciones porque su poder no nació del mérito ni del consenso, sino de la exclusión sistemática y la imposición.
Esto explica su actual desconcierto:
Al perder control del relato, al ver que el pueblo se moviliza sin miedo, se muestran torpes y mezquinos. Lo único que saben hacer es sembrar miedo, dividir y mentir.
Pero ya no les funciona como antes. La gente está cansada de ser utilizada cada cuatro años como masa electoral para después ser olvidada.
La ciudadanía está más informada, más consciente, y ha empezado a defender activamente sus derechos. Petro, a pesar de los ataques, sigue demostrando que no está solo, que tiene una base sólida y movilizada.
La reacción desesperada de los medios tradicionales y la oposición es reflejo del temor que sienten ante un pueblo que ya no obedece ciegamente. Intentan desacreditar con superficialidades porque no pueden desmontar los argumentos de fondo. Lo que está en juego no es solo una reforma laboral: es la disputa por el modelo de país. Y esa batalla, esta vez, no la podrán ganar con mentiras ni con pupitrazos.