Rechazamos de manera categórica el atentado sicarial del que fue víctima el senador Miguel Uribe Turbay, líder visible de la oposición al actual gobierno del presidente Gustavo Petro.
Condenamos este acto violento que atenta contra la vida, la democracia y el debate político.
Acompañamos a sus familiares, amigos y seguidores en este momento de profundo dolor, al tiempo que manifestamos nuestra solidaridad con él y nuestra firme exigencia de justicia.
Este lamentable hecho que empaña el proceso electoral en Colombia y pone de relieve una vez más los peligros que enfrentan quienes participan activamente en la política del país.
La violencia en Colombia no se limita a las figuras visibles del poder
Sin embargo, esta tragedia no puede hacernos olvidar que la violencia en Colombia no se limita a las figuras visibles del poder. También rechazamos, con la misma contundencia, la muerte de miles de colombianos anónimos, cuya pérdida no llena titulares, pero es igualmente dolorosa y grave.
Cada asesinato, cada atentado, cada desaparición, es una herida abierta en el alma de una nación que clama por justicia y paz. La violencia que sufre el pueblo colombiano en campos, ciudades, barrios y veredas es una violencia sistemática, muchas veces invisible, que también exige condena y atención urgente.
No podemos permitir que, a raíz de un hecho tan doloroso como el atentado a Miguel Uribe, se utilice el momento como plataforma para distorsionar o deslegitimar el proyecto de transformación social que se ha venido impulsando en Colombia.
Este atentado no puede ser usado como un trofeo
Nos preocupa profundamente que sectores de la oposición pretendan convertir este atentado en un trofeo político con el único propósito de frenar la agenda de cambios estructurales que millones de colombianos respaldaron en las urnas.
Nos duele que, con cinismo, llamen “cesar el odio” a lo que en realidad es un intento por mejorar la calidad de vida de los colombianos con reformas laborales, pensionales y en salud, que buscan justamente combatir las causas estructurales de la violencia.
Rechazamos de raíz la narrativa que quiere presentar las políticas progresistas como causantes de la violencia.
No se puede acusar a la transformación social de lo que es en realidad consecuencia de décadas de abandono, corrupción, exclusión y desigualdad.
Colombia no ha sido violenta por culpa del cambio; ha sido violenta porque se ha negado sistemáticamente a cambiar. Porque durante más de 50 años, millones de personas han sido condenadas a la pobreza, a la falta de acceso a salud, educación y oportunidades dignas, mientras una pequeña élite ha acumulado privilegios a costa del sufrimiento ajeno.
La violencia que hoy azota a nuestro país tiene raíces profundas en la injusticia social, el clientelismo, el narcotráfico, la exclusión y el oportunismo político.
Y solo se erradicará cuando decidamos, como sociedad, enfrentar esas causas de manera frontal. Por eso insistimos: la verdadera salida a esta espiral de muerte es la justicia social, no el mantenimiento del statu quo.
Nos duele el atentado contra Miguel Uribe, y lo condenamos sin ambigüedades.
Pero no olvidamos que él, a diferencia de millones de colombianos, tuvo acceso inmediato a atención médica, respaldo institucional y solidaridad política.
Por eso pedimos que el dolor no sea selectivo. Que la condena a la violencia no dependa de quién sea la víctima. Y que el camino que tomemos como país sea uno de justicia, paz y transformación real. Porque solo así podremos salir del ciclo interminable de violencia que nos ha robado demasiado por demasiado tiempo.
