
¿Qué pasa cuando el pueblo defiende al poder que lo oprime? hagamos una mirada crítica a la lealtad de los pobres hacia la derecha política
En muchos países, pero especialmente en Colombia, se repite un fenómeno político y social profundamente desconcertante: personas de clases populares, muchas veces empobrecidas y marginadas, apoyan con fervor a partidos de derecha que históricamente han legislado y gobernado en favor de las élites económicas y políticas, dejando de lado —cuando no directamente afectando— a las grandes mayorías.
Esta aparente contradicción ha generado perplejidad, pero también investigaciones que arrojan luz sobre las raíces de este fenómeno.
¿Por qué alguien votaría por quien lo excluye?
No se trata de ignorancia ni de estupidez, como muchas veces se insinúa con condescendencia desde ciertos sectores progresistas.
Se trata de una compleja red de condicionamientos culturales, sociales y psicológicos, entre los cuales destacan tres factores clave: el sesgo de pertenencia, el efecto de arrastre narrativo y el estatus aspiracional.
El sesgo de pertenencia es uno de los más poderosos.
Cuando un grupo de derechas, el uribismo, logra que alguien se sienta parte de él, aunque objetivamente no lo sea, ese individuo desarrollará lealtades fuertes, muchas veces irracionales.
Es el caso del obrero que se opone a los sindicatos porque la derecha le ha hecho creer que «ser libre» es no necesitar de ellos, o de la madre soltera que vota contra el aborto legal porque los discursos conservadores la han incluido simbólicamente en una «familia tradicional» que nunca la reconoció como parte.
El segundo factor, el efecto de arrastre narrativo, refiere al bombardeo constante de discursos, eslóganes y mensajes que, repetidos miles de veces por los medios de comunicación tradicionales, terminan siendo asumidos como verdades.
“Los pobres son pobres porque quieren”, “el Estado es ineficiente”, “la izquierda destruye la economía”, “los derechos sociales son dádivas para vagos”.
Aunque no tengan sustento, estas frases se instalan en la mente colectiva y moldean el voto y la percepción social.
Por último, el estatus aspiracional
Muchos votan por los ricos y poderosos porque, en el fondo, desean algún día ser como ellos. Aunque las posibilidades reales de movilidad social son mínimas, se prefiere alinearse con quienes tienen el poder porque eso brinda una sensación ilusoria de cercanía al éxito.
Es como si el ratón hiciera campaña por el gato, con la esperanza de algún día sentarse en su mesa, ignorando que probablemente será el plato principal.
Este fenómeno no es exclusivo de una ideología, pero se da con particular fuerza en sectores de derecha que han sabido utilizar el miedo, el nacionalismo, la religión y el individualismo como herramientas de control simbólico.
¿Cuál es el problema?
El problema no es el obrero de derecha o la comerciante humilde que vota por conservadores; el problema es que el sistema está diseñado para que crean que están eligiendo libremente, cuando en realidad han sido condicionados estructuralmente para hacerlo.
No se trata de burlarse ni de señalar con el dedo, sino de invitar a la reflexión. No es odio hacia el votante pobre de derecha, es tristeza profunda.
Tristeza por ver cómo millones de personas luchan cada día, madrugan, crían hijos, se parten el lomo, para terminar aplaudiendo a quienes los mantienen sin salud, sin educación de calidad y sin horizonte.
La lealtad ciega solo beneficia a quienes ya tienen el poder asegurado. La esperanza está en la conciencia crítica, en el debate abierto, en el cuestionamiento constante. No se trata de cambiar de partido, sino de abrir los ojos. Porque mientras el pueblo no despierte, el poder seguirá durmiendo tranquilo.