TransMilenio, el sistema de transporte masivo que opera en Bogotá, es mucho más que una red de buses articulados. Es un reflejo de cómo las decisiones políticas, influenciadas por dogmas ideológicos, pueden impactar profundamente la estructura urbana y la economía de una ciudad.
Aunque se presenta como un modelo técnico de movilidad, su implementación y funcionamiento han estado cargados de decisiones que privilegian ciertos intereses económicos, dejando a la ciudadanía con un sistema imperfecto y una carga financiera cada vez más insostenible.
El inicio de TransMilenio: una decisión política
La concepción de TransMilenio como reemplazo del Sistema Integrado de Transporte Masivo (SITM), planeado en el gobierno de Ernesto Samper, tiene raíces en un contexto político polarizado.
Andrés Pastrana, como presidente, y Enrique Peñalosa, como alcalde de Bogotá, rechazaron el proyecto del SITM, argumentando que la construcción de un metro era demasiado costosa y poco viable para una ciudad como Bogotá en ese momento.
Esta decisión no fue solo técnica; tuvo un fuerte componente político, impulsado por la necesidad de diferenciarse de administraciones anteriores y mostrar resultados rápidos.
El modelo propuesto por Peñalosa se basó en sistemas de buses rápidos (BRT, por sus siglas en inglés), como los existentes en Curitiba, Brasil.
La promesa era clara: un sistema eficiente, rápido de construir, auto-sostenible y accesible para la mayoría de la población. Sin embargo, con el paso de los años, esta promesa se ha erosionado, revelando una realidad más compleja y problemática.
Transmilenio es mucho más que un sistema de transporte, es la materialización de dogma ideológico recubierto con una gruesa pátina de falsa técnica.
— Carlos Carrillo (@CarlosCarrilloA) December 10, 2024
Pastrana, Peñalosa y sus pupilos tiraron a la basura el Sistema Integrado de Transporte Masivo, estructurado en el Gobierno de…
La falacia de la autosostenibilidad
Uno de los argumentos más utilizados para justificar TransMilenio fue que no requeriría subsidios. Según sus defensores iniciales, el sistema se financiaría con las tarifas pagadas por los usuarios.
Sin embargo, esta afirmación se ha demostrado errónea. Hoy en día, el sistema enfrenta déficits financieros significativos que deben ser cubiertos con recursos públicos.
Cada año, Bogotá destina billones de pesos para sostener un modelo que, lejos de ser autosuficiente, parece estar diseñado para generar ganancias privadas mientras socializa las pérdidas.
El sistema está estructurado de manera que los operadores privados reciben ingresos garantizados, independientemente de las dificultades económicas que enfrente la ciudad.
Esto crea un desequilibrio: mientras los ciudadanos pagan tarifas altas y los contribuyentes financian los déficits, las empresas privadas aseguran su rentabilidad. Este esquema perpetúa la idea de que los costos son compartidos, pero los beneficios están concentrados en unos pocos.
Socializan las pérdidas y privatizan las ganancias: así funciona TransMilenio. Bogotá pone la plata, los privados ponen el bolsillo. ¡Gran negocio! (para ellos, claro).
— Derli López (@derlilopeza) December 11, 2024
Impacto social y urbano
Más allá de los aspectos financieros, TransMilenio ha generado un impacto significativo en la calidad de vida de los bogotanos. El sistema, que en teoría debía ser un alivio para la movilidad de la ciudad, ha sido criticado por su congestión, altos niveles de inseguridad y baja calidad del servicio.
Las largas filas, los buses sobrecargados y la falta de cobertura adecuada en algunos sectores han hecho que para muchos usuarios el sistema sea una experiencia frustrante.
Además, el enfoque exclusivo en TransMilenio ha retrasado el desarrollo de otras alternativas de transporte, como el metro. Durante años, los debates sobre la necesidad de un sistema de metro en Bogotá fueron desestimados o postergados, perpetuando una dependencia en los buses articulados y limitando la capacidad de la ciudad para desarrollar una red de transporte verdaderamente integrada.
¿Una solución sostenible?
La gran pregunta es: ¿hasta cuándo seguirá Bogotá financiando un sistema que parece insostenible? TransMilenio se ha convertido en un símbolo de las limitaciones del modelo neoliberal aplicado al transporte público.
La idea de que los mercados pueden resolver problemas estructurales como la movilidad urbana ha demostrado ser insuficiente, especialmente en un contexto como el de Bogotá, donde las desigualdades sociales y económicas exacerban las dificultades del sistema.
Es urgente que se revise el modelo actual. Esto implica no solo ajustar las tarifas o renegociar los contratos con los operadores privados, sino también repensar la estructura del sistema en su conjunto.
Una solución sostenible debe incluir la diversificación de las opciones de transporte, la implementación de un sistema de metro, y un enfoque que priorice el bienestar de los usuarios por encima de las ganancias privadas.
¿Quién debe asumir la responsabilidad?
La responsabilidad de revisar y transformar el sistema recae en las autoridades locales y nacionales. Sin embargo, esto requiere voluntad política y un enfoque que trascienda los intereses partidistas.
Los ciudadanos también tienen un papel fundamental en exigir transparencia y equidad en la gestión de los recursos públicos destinados al transporte.
TransMilenio, más que un simple sistema de buses, es un espejo de las decisiones políticas que han moldeado la ciudad. Su transformación no solo implica mejorar la movilidad, sino también construir un modelo de ciudad más equitativo y sostenible. El desafío está en reconocer los errores del pasado y tener el coraje de corregirlos.
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