El discurso anticomunista ha sido históricamente una herramienta discursiva utilizada por movimientos y políticos de derecha, y en particular de ultraderecha, para desacreditar avances sociales, proyectos de equidad, y propuestas progresistas.
En las últimas décadas, este discurso ha adquirido una relevancia particular en el contexto de los regímenes políticos de Cuba y Venezuela, que son constantemente utilizados como ejemplos negativos para invalidar cualquier iniciativa que busque fortalecer lo público, mejorar las condiciones de vida de la población, o promover la justicia social.
Sin embargo, este mismo discurso evita cuidadosamente referirse a experiencias de sistemas socialistas o comunistas que han logrado éxitos significativos, como el caso de China, que, aunque criticable en varios aspectos, ha demostrado notables logros en términos de desarrollo económico, reducción de la pobreza y liderazgo tecnológico.
La narrativa anticomunista: estrategia de miedo y desinformación
La narrativa anticomunista se basa en el miedo. Políticos de ultraderecha suelen presentar cualquier intento de reformar estructuras injustas o de promover el fortalecimiento del estado de bienestar como el primer paso hacia el «comunismo«.
Este término se usa de manera imprecisa y peyorativa, asociándolo directamente con la corrupción, la miseria y la tiranía que representan para muchos los gobiernos de Cuba y Venezuela.
La complejidad de los problemas en estos países, como la corrupción, la ineptitud gubernamental y las sanciones internacionales, se simplifica en un mensaje uniforme que equipara toda política progresista con un supuesto «peligro comunista«.
Esta estrategia no solo desinforma, sino que confunde. Propuestas orientadas a garantizar derechos básicos como el acceso a la salud, la educación, la vivienda digna y la protección del medio ambiente son atacadas bajo la premisa de que conducirán inevitablemente al autoritarismo.
Esta distorsión deliberada opaca debates importantes sobre equidad, justicia social y sostenibilidad, desviando la atención hacia el miedo irracional al comunismo.
El ataque contra lo público
Una de las mayores amenazas de esta narrativa anticomunista es cómo sirve para justificar la desmantelación de los bienes y servicios públicos.
Bajo el sofisma de que el Estado debe ser pequeño para garantizar la libertad individual, los movimientos de ultraderecha promueven la privatización de sectores clave como la educación, la salud y el saneamiento básico.
Sin embargo, esta visión no busca el bienestar general, sino que responde a los intereses de grandes corporaciones y élites económicas que ven en lo público una oportunidad de negocio.
Al privatizar estos servicios, los ciudadanos dejan de ser beneficiarios de derechos universales y se convierten en clientes de empresas que priorizan el lucro sobre la calidad o la accesibilidad.
Este modelo no solo incrementa las desigualdades sociales, sino que también consolida un sistema donde unos pocos controlan los recursos y los servicios esenciales, perpetuando una especie de neofeudalismo.
En este esquema, el ciudadano común no solo debe trabajar para sostenerse, sino que termina pagando tributos a estas nuevas «aristocracias» corporativas por servicios que deberían ser garantizados por el Estado.
El desprecio hacia la equidad y la sostenibilidad
Otra característica del discurso anticomunista contemporáneo es su rechazo a iniciativas orientadas a la equidad social y la sostenibilidad ambiental.
Políticas para combatir los efectos negativos de la industrialización, los procesos de urbanización descontrolados, y las crisis migratorias son descalificadas como «comunistas» sin analizar su mérito real.
En lugar de abordar los problemas estructurales que afectan a las mayorías, los políticos de ultraderecha prefieren mantener un statu quo que perpetúa la desigualdad, bajo el argumento de que cualquier cambio podría llevar al «fracaso socialista«.
Esta resistencia al cambio es especialmente dañina en el contexto de la crisis climática, donde las medidas necesarias para la transición hacia modelos más sostenibles son presentadas como ataques a la libertad económica.
En realidad, el rechazo a estas políticas suele estar motivado por la defensa de los intereses de industrias contaminantes y sectores económicos que se benefician del extractivismo y la depredación ambiental.
Los nuevos fascistas y su manipulación del discurso
La ultraderecha actual, que muchos llaman «los nuevos fascistas«, se caracteriza por su habilidad para manipular el lenguaje y las emociones de la población.
Convirtieron el término «comunismo» en un arma retórica para atacar cualquier iniciativa de cambio social progresista, desde el matrimonio igualitario hasta las políticas de género o los programas de ayuda social.
Todo esfuerzo por ampliar derechos, reducir desigualdades o proteger a los más vulnerables es descalificado bajo la acusación de ser «ideología comunista«.
Esta estrategia busca deslegitimar no solo a los líderes progresistas, sino también a los movimientos sociales y a las demandas ciudadanas de mayor justicia y equidad.
Al sembrar el miedo y el odio, los nuevos fascistas buscan dividir a las sociedades y desviar la atención de los problemas estructurales, como la corrupción política, la concentración de poder económico, y la captura del Estado por intereses privados.
El anticomunismo, más que una postura ideológica, es una herramienta política para defender el privilegio y la inequidad.
Bajo su sombra, se ocultan las verdaderas intenciones de la ultraderecha: debilitar lo público, consolidar el poder económico de unas pocas élites y perpetuar un sistema que beneficia a los más ricos a expensas de las mayorías.
Mientras las propuestas progresistas buscan construir sociedades más justas, igualitarias y sostenibles, el discurso anticomunista se aferra al miedo y la desinformación para mantener el control.
Es crucial desenmascarar estas estrategias y promover un debate honesto sobre los retos y las soluciones que nuestras sociedades necesitan.
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