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57+ doble moral, arribismo y traquetismo se han infiltrado en todos los niveles de la sociedad

El señalamiento a un grupo de artistas por una canción que retrata la realidad es un síntoma de la misma indiferencia que ha permitido que la explotación y la corrupción prosperen. - Es más fácil culpar a un reflejo que enfrentarse a la sombra de quienes tienen el verdadero poder y han tejido una red que mantiene a muchas personas atrapadas en un ciclo de pobreza, violencia y explotación.

La sociedad antioqueña, como muchas otras sociedades, carga con un legado complejo marcado por la pujanza, el trabajo duro y un sentido comunitario, pero también por la hipocresía y la doble moral. 

Una de las manifestaciones más notorias de esta dualidad se encuentra en la manera en que se perciben y juzgan los fenómenos culturales y sociales, especialmente aquellos relacionados con el narcotráfico y la explotación infantil.

Antioquia, conocida por su espíritu emprendedor y su capacidad de superación, ha sido también cuna y epicentro de una de las etapas más oscuras de la historia colombiana: la expansión del narcotráfico y el surgimiento de mafias que no solo han traficado drogas, sino que han tejido redes de corrupción y trata de personas, incluidas menores de edad. 

Estas redes, en muchas ocasiones, han contado con la complicidad o, al menos, la indiferencia de ciertos sectores políticos y empresariales. 

La doble moral de esta situación radica en que, mientras se venera y se da protagonismo a figuras públicas y políticas que han coqueteado con el crimen organizado, se culpa a otros actores, como los cantantes de reggaetón, por retratar una realidad que es el producto de una sociedad profundamente enferma.

La crítica a +57 una canción que habla de prostitución infantil y narcotráfico refleja esta hipocresía. 

Se condena a los artistas por describir una situación que, lamentablemente, no es una ficción sino una realidad diaria para muchos jóvenes en Medellín y otras regiones de Colombia. 

Las cifras de niñas y adolescentes involucradas en redes de explotación sexual y el impacto de la droga en barrios enteros son un espejo de la falta de atención e inversión en temas fundamentales como la educación, la salud y el saneamiento básico

En lugar de enfrentar estas problemáticas de raíz, la sociedad prefiere desviar la atención culpando a quienes solo ponen un altavoz sobre lo que ya se vive.

Los políticos, en muchos casos, se convierten en los verdugos de la misma población que los elige. 

Prometen soluciones y planes de desarrollo que rara vez se concretan y, en cambio, se alinean con intereses que perpetúan la pobreza y el crimen. Esta connivencia es, en buena parte, la causa de que existan contextos tan precarios donde la prostitución infantil y la drogadicción prosperen. 

La indiferencia con la que se manejan estos problemas contrasta con la vehemencia y el escándalo que se genera cuando una canción saca a la luz las realidades que incomodan.

La doble moral, en este caso, no es solo un problema de percepción, sino de acciones concretas. 

Se reprende la visibilización del problema mientras se pasa por alto su origen. La indignación hacia una canción se vuelve una cortina de humo que distrae de la verdadera cuestión: los niños y adolescentes que crecen en un entorno donde la violencia, la falta de oportunidades y la explotación sexual son parte del día a día. 

Esta realidad es producto de décadas de corrupción, políticas públicas ineficientes y un sistema que favorece a los poderosos mientras descuida a los más vulnerables.

El arribismo y el «traquetismo» se han infiltrado en todos los niveles de la sociedad antioqueña. 

Se admiran los lujos y los excesos asociados al dinero fácil y al poder, ignorando el origen de estas fortunas y las consecuencias sociales que traen consigo. 

Este tipo de admiración es peligrosa porque envía un mensaje claro: que el fin justifica los medios, incluso si esos medios implican la explotación y el sufrimiento de los más indefensos.

El señalamiento a un grupo de artistas por una canción que retrata la realidad es un síntoma de la misma indiferencia que ha permitido que la explotación y la corrupción prosperen. 

Es más fácil culpar a un reflejo que enfrentarse a la sombra de quienes tienen el verdadero poder y han tejido una red que mantiene a muchas personas atrapadas en un ciclo de pobreza, violencia y explotación. 

La solución, si es que existe una, pasa por un examen profundo de las prioridades y valores de la sociedad, y por la exigencia de políticas que no solo prometan, sino que cumplan en la protección y desarrollo de los jóvenes, alejándolos de un futuro que repita las sombras del pasado.

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