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El periodismo clasista y arrogante con las nuevas propuestas comunicativas

Superar el periodismo clasista implica un cambio de paradigma: pasar de una visión vertical y jerárquica de la información a una visión horizontal y participativa, donde las comunidades sean reconocidas como sujetos activos y legítimos en la construcción de las narrativas sociales.

El periodismo clasista es un fenómeno que se manifiesta cuando los medios de comunicación y los profesionales de la información privilegian una visión del mundo que perpetúa las estructuras de poder y las desigualdades sociales. 

Este tipo de periodismo no solo se alinea con los intereses de las élites económicas y políticas, sino que también actúa de manera activa para mantener el statu quo, mostrando una actitud arrogante y despectiva hacia las propuestas comunicativas que emergen de las comunidades y sectores marginados.

Este periodismo se caracteriza por una mirada limitada y excluyente de la realidad. 

Sus narrativas tienden a enfocarse en las experiencias, preocupaciones y perspectivas de los sectores más privilegiados de la sociedad, mientras que las voces de los grupos minoritarios, las comunidades indígenas, los barrios populares y otros sectores desfavorecidos son ignoradas o subrepresentadas. 

Cuando estos grupos encuentran formas de comunicarse y de contar sus propias historias, ya sea a través de medios alternativos, redes sociales o movimientos sociales, el periodismo clasista suele reaccionar con desprecio o condescendencia, cuestionando la legitimidad y el valor de estas formas de expresión.

La arrogancia del periodismo clasista se hace evidente en su resistencia a aceptar y respetar la diversidad de narrativas y perspectivas que surgen desde las bases. 

En lugar de reconocer la riqueza de las experiencias y conocimientos que existen fuera de los círculos tradicionales del poder mediático, este tipo de periodismo a menudo minimiza o desacredita las iniciativas comunitarias. 

Considera que las propuestas comunicativas que no encajan en su esquema tradicional carecen de rigor, profesionalismo o incluso de objetividad, sin tomar en cuenta que estas propuestas a menudo son un reflejo más fiel de las realidades locales y las problemáticas que enfrentan las comunidades.

Uno de los problemas fundamentales de este enfoque es que refuerza las desigualdades y la exclusión social. 

Al ignorar o subestimar las voces de las comunidades, el periodismo clasista contribuye a la invisibilización de sus luchas, demandas y formas de vida. 

Esto no solo perpetúa una representación sesgada de la sociedad, sino que también limita el alcance del debate público y la posibilidad de un cambio social inclusivo. 

Las historias que se cuentan (o no se cuentan) en los medios de comunicación tienen un impacto directo en cómo se entienden y abordan los problemas sociales. 

Cuando las voces de los más desfavorecidos no se escuchan, sus problemas tienden a permanecer en la sombra, lo que dificulta la movilización de recursos y la formulación de políticas que respondan a sus necesidades.

El periodismo clasista, además, se aferra a una concepción tradicional y a menudo obsoleta de lo que significa ser periodista. 

Ve a la profesión como un dominio exclusivo de aquellos que han pasado por determinadas instituciones educativas y que siguen ciertas normas y prácticas, a menudo alineadas con los intereses de los poderosos. 

Esta visión excluye y desvaloriza las prácticas periodísticas y comunicativas que emergen desde las propias comunidades, las cuales pueden no tener la formalidad de los medios convencionales pero que, sin embargo, desempeñan un papel crucial en la construcción de una sociedad más equitativa y democrática. 

Estas prácticas comunitarias, aunque diferentes, aportan nuevas formas de entender y abordar la información, muchas veces con una mayor conexión con la realidad y un compromiso genuino con las problemáticas locales.

La actitud excluyente del periodismo clasista se contrapone a la necesidad de un periodismo más inclusivo y democrático. 

Los medios de comunicación deberían abrirse a la pluralidad de voces y reconocer el valor de las diferentes formas de narrar la realidad. Esto implica no solo darle espacio a las comunidades para que se expresen, sino también reconocer que ellas son expertas en sus propias vidas y que sus narrativas tienen tanto valor como las que provienen de los círculos tradicionales del periodismo. 

Un periodismo comprometido con la justicia social debe cuestionar sus propios sesgos y abrirse a nuevas propuestas comunicativas que surgen desde abajo, reconociendo que estas no solo enriquecen el panorama mediático, sino que también son fundamentales para la construcción de una sociedad más equitativa.

En última instancia, superar el periodismo clasista implica un cambio de paradigma: pasar de una visión vertical y jerárquica de la información a una visión horizontal y participativa, donde las comunidades sean reconocidas como sujetos activos y legítimos en la construcción de las narrativas sociales.


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