Con bombos y platillos El Tiempo lanzó esta semana a Álvaro Uribe Vélez como su candidato presidencial. Cuatro columnas en primera página, foto desplegada con puño afirmativo y gesto intenso, preguntas concretas, respuestas ambiguas. El candidato anunció que va a asumir la defensa de los colombianos. Muy bien. Pero, ¿quién nos defenderá a los colombianos del candidato?
Su hoja de vida es más bien una hoja de muerte.
Fue estudiante pobre del colegio Jorge Robledo, hijo de don Alberto Uribe Sierra, uno de esos personajes de los que está llena la historia de Antioquia, que le ponen la trampa al centavo y viven un poco de echar el cuento, de comprar al fiado, de captar dineros, de deber un poco aquí y un poco en la otra esquina.
Pese a que don Alberto se convirtió en el corredor oficioso de finca raíz de ciertas yerbas del pantano y que era ostentoso como una catedral, con helicóptero y rejoneo incluidos, murió más pobre que el padre Casafús, quien fue tal vez el autor del milagro.
Porque si no es un milagro, ¿cómo se explica que haya dejado esa inmensa y oportuna riqueza que sacó de problemas a sus tres vástagos, el candidato, el Carepapa y el Pecoso, que hasta el momento habían pasado las duras y las maduras para explicar la procedencia de algunos dinerillos?
Por ese entonces el candidato ya había salido del colegio y había olvidado a ciertas yerbas del pantano que fueron sus compañeros de curso, y que sólo volvieron a saber de él por los éxitos de su carrera política, por las frecuentes noticias del periódico, y por la fotografía que lucían los orgullosos propietarios de La Margarita del Ocho en su salón principal, donde aparecía rodeado por las más importantes ciertas yerbas del pantano, la cual desapareció misteriosamente sin que nadie haya vuelto a dar cuenta de su paradero.
Al terminar su bachillerato, el candidato estudió Derecho en la Universidad de Antioquia y comenzó a sostener a los cuatro vientos que él «algún día» llegaría a ser presidente de la República.
Y claro, va a serlo, como lo señala su meteórica carrera.
Primero, como representante de Guerra Serna, fue jefe de Bienes de las Empresas Públicas de Medellín, donde atropelló a todo aquel que no quiso vender sus tierras para el desarrollo hidroeléctrico El Peñol-Guatapé.
Luego pasó sin pena ni gloria por la Secretaría General del Ministerio del Trabajo. Más adelante, en el gobierno de Turbay Ayala, fue director de Aeronáutica Civil. Allá logró el más acelerado desarrollo que haya tenido la industria aérea en Antioquia.
El departamento se vio de pronto cruzado por múltiples pistas y por modernas aeronaves con sus papeles en regla. Durante ese período, fue socio de su director de Planeación, el notable empresario deportivo César Villegas, con quien importó las casas canadienses de madera que ahora lucen con tanto garbo su elegante perfil en las fincas de las más discretas ciertas yerbas del pantano.
Pero salió de Aerocivil a raíz de un pequeño escándalo del cual dio cuenta pormenorizada el periódico que ahora apoya su candidatura, y se dedicó de lleno a la política.
Dejó a Guerra Serna con sus rifas de neveras y de electrodomésticos, y se hizo nombrar alcalde de Medellín en el gobierno del poeta Belisario.
Alcalde de Medellín
Allá aprendió a las mil maravillas el ceremonial que oculta la ineficiencia, pero salió sin consideración a sus méritos cuando visitó en el helicóptero oficial a ciertas yerbas del pantano.
Después llegó al Congreso en compañía de su primo, Mario Uribe, electo ahora presidente del Senado sin siquiera una mención a su fervor religioso, que fue evidente a sus visitas al Señor Caído, en La Catedral, con credo incluido. Pero ese es un cuento que otro día les cuento.
Gobernador de Antioquia
El candidato fue también gobernador de Antioquia, donde se dedicó a convivir pacíficamente. Allá mostró su entusiasmo neoliberal, que hoy oculta con tanto cuidado: cerró la Secretaría de Obras, dejó cesantes a dieciséis mil empleados, privatizó las Empresas Departamentales de Antioquia, acabó con los hospitales regionales, e inició la privatización de la Empresa Antioqueña de Energía, antes de dilapidar el presupuesto en contratos de pavimentación que nunca logró terminar, y en la venta de futuros de la Empresa de Licores, todo lo cual contribuyó a dejar a Antioquia, que es inmensamente rica, en la ruina total.
Estuvo en Harvard, claro está (¿quién que es candidato no ha estado en Harvard?), donde jugó tenis con Andrés Pastrana mientras Juan Rodrigo Hurtado le hacía las tareas; compró hacienda en Córdoba (¿quién que es candidato no tiene hacienda en Córdoba?) donde quedó bajo la protección de ciertas yerbas del pantano; tuvo un almacén de alimentos y bebidas (¿quién que es candidato no ha tenido un almacén de alimentos y bebidas?) que se llamó «El gran banano»; y terminó por ser el candidato in pectore de los sectores más oscuros, peligrosos y reaccionarios del país.
Los cuales, sobra decirlo, no son solamente Enrique Gómez y Pablo Victoria y compañía. También están, Dios nos ampare, las famosas y nunca bien elogiadas ciertas yerbas del pantano.
[Nota: Columna publicada en El Espectador, agosto 27, año 2000, página 14 A]