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Los técnicos del gobierno no le gustan al poder tradicional

Una tecnocracia saludable no se define por la rivalidad entre activistas y técnicos sino por la voluntad de los expertos técnicos en el poder de involucrarse y abordar las preocupaciones de la gente.

¿Qué es una tecnocracia sana? El problema no es activistas vs técnicos. El problema es que los técnicos del gobierno no le gustan al poder tradicional.

El quid de la cuestión no reside en la rivalidad inherente entre activistas y técnicos sino más bien en la renuencia de quienes ostentaron en el pasado el poder a adaptarse a las nuevas perspectivas del gobierno del cambio.

El concepto de una tecnocracia sana surge como un equilibrio dinámico y delicado entre la experiencia de los profesionales técnicos y las preocupaciones de los activistas. 

Una tecnocracia, en esencia, es un sistema de gobernanza en el que los tomadores de decisiones son elegidos en función de su experiencia técnica y no de consideraciones políticas. Por lo tanto, una tecnocracia saludable encarna un enfoque colaborativo que valora las aportaciones tanto de los expertos técnicos como de los activistas, reconociendo que una gama diversa de perspectivas mejora el proceso de toma de decisiones.

Un desafío clave que enfrentan las tecnocracias es la división percibida entre activistas y técnicos. 

Los activistas suelen abogar por la justicia social, la sostenibilidad ambiental y los derechos humanos, mientras que los técnicos priorizan la eficiencia, las soluciones basadas en datos y la experiencia técnica. Cerrar esta brecha requiere un compromiso para fomentar el diálogo y la comprensión entre estos grupos aparentemente dispares.

Hay que abrazar la coexistencia de activismo y gobernanza técnica. En lugar de verlos como fuerzas en conflicto, debemos reconocer que ambas perspectivas son esenciales para una comprensión integral de cuestiones complejas. Los activistas aportan un enfoque centrado en lo humano, enfatizando el impacto de las políticas en los individuos y las comunidades, mientras que los técnicos aportan rigor analítico y soluciones basadas en evidencia.

El problema surge cuando los expertos técnicos fracasan en abordar las preocupaciones de la gente. Una tecnocracia no debe convertirse en un enclave exclusivo donde las decisiones se toman aisladas del contexto social más amplio. 

La transparencia, la comunicación abierta y la inclusión son elementos cruciales para garantizar que los puntos de vista de la gente sean considerados y abordados.

Para lograr una convivencia saludable, es esencial cultivar una cultura de colaboración y respeto mutuo. 

Esto implica crear plataformas para un diálogo significativo entre activistas y técnicos, fomentar un entorno donde se valoren las diversas perspectivas y garantizar que los procesos de toma de decisiones sean transparentes y responsables.

El gobierno debe buscar activamente la retroalimentación de la oposición y hasta donde sea posible, incorporarla en la formulación de políticas. Las críticas constructivas deben ser bienvenidas como una oportunidad para perfeccionar las políticas y deben realizarse ajustes en función de las necesidades y preocupaciones cambiantes de la sociedad que se gobierna.

Una tecnocracia saludable no se define por la rivalidad entre activistas y técnicos sino por la voluntad de los expertos técnicos en el poder de involucrarse y abordar las preocupaciones de la gente. 

Se nutre de la colaboración, la inclusión y el compromiso con una toma de decisiones equilibrada que integre tanto la experiencia técnica como las perspectivas sociales. Al navegar por este delicado equilibrio, el gobierno puede evolucionar hacia un sistema que realmente sirva a los mejores intereses de la sociedad en su conjunto.


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