Hace unos años trabajaba ya como especialista en un municipio cálido al cual me desplazaba 10 días del mes para hacer consulta, ecografías y cesáreas, era la cabecera regional del municipio pequeño en donde había hecho mi rural.
Un día me llamó una promotora a contarme que me iban a traer a consulta a una niña embarazada. Cuando llegó traía a Claudia de la mano. Una pequeña de 10 años flaquísima, de ojos claros, con el pelo recogido en una cola y con 26 semanas de embarazo
Claudia vivía desde niña en una vereda con sus padres y hermanos. Su padre fue asesinado en una masacre y después su madre sumida en el dolor se refugió en el guarapo. Ella era la mayor que cuidaba a sus hermanos, pero por el hambre y los palos un día decidió irse.
Cerca a la vereda había una base de «soldados campesinos» como llamaban a los reinsertados de los paramilitares y siempre que Claudia pasaba por ahí un señor le hacía señas, le regalaba dulces y le hablaba. Ese día el señor estaba de guardia, habló con ella y se fueron juntos.
El soldado en cuestión tenía 27 años y ella en ese momento tenía 9. No es posible saber si las relaciones sexuales iniciaron ese mismo año, porque Claudia casi no responde nada, pero su gestación la delata y llama la atención de las promotoras de salud y de las autoridades.
Le hacemos el control prenatal y me sorprende ver una niña sin desarrollo aún casi de caracteres sexuales secundarios embarazada. Sin desarrollo mamario, casi sin vello púbico, con el cuerpo casi que asexuado aún. Impresiona ese útero grávido que le sobrepasa el ombligo.
Pesa menos de 35 kg, está pálida.
Le tomamos todos los exámenes, le hago una ecografía y le digo que el bebé que espera es también una niña.
Ese año, la sentencia C-355 tiene poco tiempo y aún no tenemos claro los médicos la ruta en violencia sexual y las alternativas de IVE
Por lo tanto no le hacemos asesoría integral, la enviamos a un hogar de Bienestar y esperamos verla el siguiente mes. Sin embargo Claudia se evade del hogar. No es un sitio de alta seguridad y el señor la espera, la busca, le chifla y ella se evade detrás de su «amor».
Nos enteramos de la fuga y nos cuentan los promotores que la han visto errante en diferentes veredas, acompañada del señor, chupando limones y con la barriga creciendo. Pero cuando van con la policía de infancia, ya no la encuentran donde la vieron.
Y así llega al día del parto. El señor la lleva «angustiado» diciendo que lleva muchas horas y la bebé no nace. La llevan inicialmente al centro de salud en dilatación completa y con las membranas rotas.
No sabemos hace cuanto están rotas y nos enteramos que el señor pretendía atenderle el parto en la choza donde vivían para que no le quitaran las niñas. Le hacía tactos vaginales para ver si ya había dilatado y ante el tiempo prolongado finalmente se asustó y la llevó.
Me la llevaron en ambulancia en el trayecto que tardaba 2 horas al hospital.
Cuando llegó era claro que no iba a nacer por vía vaginal nunca. Claudia tenía una pelvis infantil por la que no cabía un bebé a término. Le hicimos cesárea y a pesar de todo, no hubo mayores complicaciones. Ambas niñas estaban bien. Después inició el arduo tema del Bienestar
Una comisaria de familia nos dijo que si «el señor respondía ya era una familia constituida y que no se podía hacer nada». Pusimos el grito en el cielo, acudimos a diferentes autoridades pero nada. Permitieron que Claudia asumiera la maternidad a los 10 años y viviera con su abusador
5 años después la vi en la carretera. Ya tenía otro aspecto: era una niña de 15 años, desarrollada y de nuevo embarazada. Tenía a su niña de 5 años de la mano y vendía tintos al lado del hospital. El señor se sentaba en una silla a lo lejos mientras ella trabajaba.
Le compré un tinto y la saludé. Ya no había infancia en esos ojos. Le pregunté si había vuelto a la escuela y miró al piso. Me dijo que con lo de la bebé no podía y se miró la barriga: ahora sí que menos…
Les cuento esto, porque este fin de semana me la volví a encontrar.
Tiene 24 años y cuatro hijos. Nunca terminó la primaria siquiera. Vive en una casa de adobe y piso de tierra en la orilla del camino y vende lo q puede: a veces aguacate q sobra en la plaza, a veces panela
El señor la dejó después de que se enteró de que estaba embarazada del cuarto hijo. Nunca la dejó planificar y a pesar de que en la cuarta cesárea le dijeron era un riesgo para su vida otro embarazo, no se ligó. Me dijo que si conseguía otro novio y no podía darle un hijo, la dejaban.
Claudia nació en la pobreza y fue víctima desde los 10 años de una serie de eventos que le impidieron salir de ahí. No se trata de «echarle ganas», ni de ser «empoderada», cuando eres una niña abusada, sin acceso a educación, sin familia, sin apoyo de su comunidad ni institucional
Claudia no fue una muerte materna, pero es la historia de dolor y tristeza de muchas de las más cinco mil niñas menores de 14 años que al año son madres en Colombia. ¿Qué estamos haciendo para cambiar esto? ¿Por dónde empezamos?
Anticoncepción, atención primaria en salud y cambios culturales. Es imprescindible des normalizar el embarazo infantil, defender a las niñas y que las instituciones encargadas de restablecer los derechos hagan lo que corresponde. Reducir la violencia contra las niñas es imperativo
Esta historia podría ser una muerte materna, pero es peor aún. Es la historia de una mujer que empezó siendo una niña sin futuro.
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Sarita CJ es una Médico Ginecobstetra Ms Salud Pública que trabaja por los derechos en Salud Sexual y Reproductiva que puede ser localizada en Twitter como @readloverspcj
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