Un rasgo de personalidad de Iván Duque que se develó durante la Presidencia le permite hacer o sostener una cosa y la contraria en poco tiempo. Esta semana presidió un homenaje a Horacio Serpa después de que hace poco aupaba la infamia de que habría podido participar en el crimen de Álvaro Gómez.
Con la nobleza que aprendieron o heredaron de Serpa, llegaron a la Casa de Nariño Rosita y sus hijos a participar en un homenaje merecido y emotivo. Lo ofrecía Iván Duque, quien había recorrido los primeros pasos de la política al lado de Serpa, como miembro del Partido Liberal, antes de que unos años después decidiera promover y representar exactamente lo contrario de lo que promovía y representaba Horacio Serpa.
Aún así o incluso por eso, por las diferencias, el homenaje resultaba muy valioso, si no fuera porque solo unas semanas antes de la muerte de Serpa, Duque, cuando las Farc se atribuyeron el asesinato de Álvaro Gómez, le pedía a la justicia que actuara «con contundencia y con prontitud» y que no desestimara «ninguna de las consideraciones y afirmaciones hechas por la familia de Gómez Hurtado”, que no son otras cosa que la descabellada idea de que Serpa fue coparticipe del crimen.
Esa tesis la repitió Duque solo unos días después de la muerte de Horacio Serpa en la Universidad Sergio Arboleda de frente, mirando a los ojos, en forma emotiva, a los familiares de Gómez Hurtado.
En esa ocasión se le veía igual de conmovido que en estos días cuando recordaba el afecto que le regaló Serpa a lo largo de su vida: lo impulsó en la política cuando Duque tenía solo 20 años, lo tuvo como contertulio en Washington durante los años que Serpa fue embajador ante la OEA, lo respetó con generosidad cuando Duque lideraba la oposición a la solución política negociada que fue la gran causa política de Serpa.
De ese rasgo de personalidad del Presidente hay cada vez más muestras. Algunas parecen incoherencias políticas o puro oportunismo, pero el comportamiento reiterado hace parecer que no es solo eso.
Le pasa con los políticos de Estados Unidos que un día exhibe con orgullo las palmaditas en la espalda de Donald Trump y a los pocos días expresa su admiración por Obama o pretende tener no solo afinidad con Biden, sino incluso amistad.
Le pasa con los temas de equidad de género que mientras se niega a cumplir en su gabinete la cuota que le ordena la ley le pide con entusiasmo a los empresarios que aseguren una participación mínima de las mujeres en las juntas directivas de las empresas, o que mientras promueve aumentos de penas y cadenas perpetuas autoriza la actitud de su gobierno en el proceso que se sigue en la Corte Interamericana por los vejámenes de que fue objeto la periodista Jineth Bedoya, con la participación de agentes del estado agravada por la inacción efectiva de la justicia para buscar y castigar a los responsables.
Le pasa con el acuerdo que desmovilizó y desarmó a la guerrilla de las Farc al que se opuso radicalmente y se niega a cumplir integralmente, a cuyo diseño le atribuye todos los males actuales de Colombia mientras que en los escenarios internacionales jura estarlo cumpliendo e incluso les implora a las empresas estadounidenses en Colombia que le expliquen a Biden que a él sí le gusta el acuerdo.
Le pasa con los asuntos ambientales que mientras promueve una audaz transformación energética por debajo de la mesa promueve el fracking y mientras hace compromisos amplios para combatir el cambio climático se aferra al glifosato.
Le pasa en las relaciones internacionales que mientras se muestra como un gran defensor de los principios y valores democráticos exalta en forma sorprendente el supuesto respeto por los derechos humanos del gobierno chino.
Le pasa con la justicia que mientras trata de influir en sus decisiones o las cuestiona para presionar para que se cambien invoca todos los días a Darío Echandía, un personaje cuya gran causa fue el respeto a la independencia del poder judicial.
Este rasgo del Presidente se extiende y desdobla en todo el gobierno, especialmente en sus comunicaciones que se caracterizan por ser ambiguas e incluso en ocasiones engañosas.
A las reformas tributarias suelen titularlas con eufemismos para tratar de ocultar los verdaderos propósitos. La información siempre es parcial como en el proceso de compra de las vacunas. Promueve la jugadita del senador Macias para no estar presente en la intervención del vocero de la oposición en la instalación del Congreso mientras pone cara de sorprendido, de no saber nada.
Nada atormentó tanto a Horacio Serpa en su vida como saber que a alguien se le ocurriera pensar que él pudiera participar siquiera de manera lejana e indirecta en un asesinato como el de Álvaro Gómez por eso debió dolerle profundamente que ese joven al que él animó en política, ahora convertido en Presidente, compartiera la tesis de la familia de la víctima que lo sindicaba.
El dolor lo debió soportar en silencio, con generosidad, como siempre lo hizo sin juzgar a los demás y seguramente hubiera asistido al homenaje que le brindaban en la Presidencia de la República, sin hacer ningún reclamo, pero sin olvidar. Lo hubiera hecho con la grandeza que quisiera tuviera su pupilo.
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