Hay cosas que deberían despertar el rechazo y la condena inmediata de la gente, sin excusas ni pretextos.
Una de esas cosas es la violencia, en cualquiera de sus manifestaciones, física, psicológica o verbal, provenga de donde provenga. La violencia cobro miles de víctimas en este país, lo que debería ser una razón más para condenar de manera enérgica y categórica cualquier forma que tome.
Lamentablemente como sociedad no solo nos hemos vuelto bastante insensibles sino tolerantes hacia la violencia.
Cuando vemos como se insultan personas en la calle simplemente miramos para otro lado. Cuando leemos agresiones en redes sociales seguimos leyendo como si fuera algo común y corriente. Cuando observamos como agreden a un ser humano justificamos esa agresión, no hemos superado el “por algo será” o el “quien sabe que debía”, o el más reciente “no estaban recogiendo café”, y muchas otras detestables expresiones.
Hemos creado un imaginario y unos referentes culturales que justifican la violencia de manera automática, un acto irreflexivo e instintivo, que bloquea nuestra capacidad de rechazar de manera instantánea la agresión.
Esta enfermedad cultural no es fácil de curar, es un proceso largo y difícil, que va a requerir el esfuerzo de la comunidad, pero tristemente estamos lejos de sanarnos.
La sociedad necesita unos imaginarios y unos referentes culturales nuevos, que pongan por encima de todo la vida y la dignidad de las personas, que consideren repudiable cualquier tipo de violencia y que se rechace cualquier justificación a la agresión, que consideren los derechos humanos no como privilegios o contraprestaciones sino como parte esencial de ser humanos.
Es necesario pensar más en la victima que en el castigo al victimario, en cómo nos reconciliamos, como reconstruimos confianza y como hacemos para convivir, que en pensar en cómo justificamos la agresión, la retaliación y como hacemos el castigo más severo. Esto último no ha servido, años de hacer eso no han hecho ni una mejor sociedad, ni una mejor convivencia, ni mejores seres humanos. Todavía se aplaude al agresor, al que responde ojo por ojo. No se rechaza la infamia ni la calumnia, ni se condena la violencia porque toda esta justificada. Después de un conflicto de más de 50 años las agresiones pueden justificarse, pero eso solo seguiría alargando la violencia, acrecentando la espiral de horror y sufrimiento.
A pesar de ser testigos excepcionales de ese conflicto, no hemos aprendido nada de él, anestesiados o insensibles seguimos imbuidos en esa perpetua violencia.
Así nos pasa con otros problemas sociales, no es posible erradicar la desigualdad, el deterioro ambiental, la corrupción, entre otras cosas, sino cambiamos nuestra cultura, como pensamos nuestra comunidad y nos pensamos a nosotros mismos.
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