Por: Sara Tufano
Si no es a través del miedo, no saben cómo conquistar a sus electores.
Que la derecha esté usando como principal estrategia electoral la crisis venezolana y la amenaza “castrochavista” es la más clara manifestación de la pobreza y fracaso de su discurso. Y no es que antes hubiera tenido un discurso muy elaborado, pero es que ahora ya parece haber tocado fondo.
Por muchos años, la derecha gobernó con el pretexto de combatir el “narcoterrorismo”.
Durante el gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010) se implementó la política de “seguridad democrática”, usada para justificar los ataques a la guerrilla y para perseguir a quienes eran considerados sus auxiliadores o simpatizantes. Los colombianos parecen haber olvidado la polarización que vivió el país durante esos años. Las ejecuciones extrajudiciales, mal llamadas ‘falsos positivos’, se inscribieron en esa política.
Un proceso de paz hubiera invalidado automáticamente la política de “seguridad democrática”, de ahí que Uribe nunca se hubiese sentado a negociar con la guerrilla. Y por lo mismo, nunca le perdonó al presidente Santos el haber negociado con las Farc.
Venezuela empezó a ser el ‘caballo de batalla’ de la oposición después del inicio de las negociaciones entre el Gobierno y las Farc, con más énfasis durante la campaña presidencial del 2014. La oposición repitió insaciablemente que todo en el acuerdo y en el proceso de paz con las Farc conduciría al «castrochavismo».
En otra columna mostré cómo el “castrochavismo” es un comodín que se ajusta a las necesidades del momento o de la coyuntura política. Además, depende de los conocimientos e intereses de quién lo usa.
Por ejemplo, una foto de Gustavo Petro al lado de Hugo Chávez puede denotar gran cercanía entre los dos y por lo tanto significar que Petro es «castrochavista».
Cualquier comentario favorable hacia Hugo Chávez o Nicolás Maduro también puede ser una manifestación del «castrochavismo». Pero para otros puede significar el ejercicio arbitrario del poder, la dependencia de un país a la renta petrolera, la falta de garantías políticas, y así sucesivamente, según lo que el interlocutor entienda por «castrochavismo».
En ese sentido, la discusión alrededor de ese término no puede sino resultar estéril. En realidad, lo más importante para la derecha es que tenga un efecto visual; que sirva como una ‘fotografía’ de lo que los medios colombianos transmiten sobre la crisis venezolana: familias queriendo huir del país, niños con hambre escarbando en las basuras, estantes de los supermercados vacíos, largas filas, inseguridad ciudadana, entre otras imágenes.
Es la manipulación del dolor y miseria de un pueblo hermano, como si no bastara con la pobreza de nuestro propio país y con la manipulación mediática que vivimos a diario.
Sin embargo, quisiera agregar otro elemento. Algunos han afirmado que el «castrochavismo» sí existe, pues ¿quién puede negar la existencia de Fidel Castro (castrismo) y Hugo Chávez (chavismo)? Aun así, el término sigue careciendo de lógica.
En efecto, tanto el castrismo como el chavismo hacen referencia a la ideología política de Fidel Castro y de Hugo Chávez, mas no al aspecto económico o político, que en ambos casos es el socialismo.
El castrismo es empleado sobre todo de forma despectiva, pero en su origen se relaciona con la “teoría del foco” o “foquismo”. El castrismo fue una táctica de lucha guerrillera que, tras el triunfo de la Revolución cubana (1959), consideraba posible exportar la revolución en un país, a través de un “foco” o pequeño grupo guerrillero, sin que las condiciones estuvieran dadas para ello.
Así, unir el castrismo con el chavismo como si fuera una fórmula matemática denota un completo desconocimiento de la historia del ciclo político inaugurado por la Revolución francesa (1789), la Revolución rusa (1917) o la insurrección de Budapest (1956), según las periodizaciones más usadas. Un ciclo político que, independientemente de su inicio, culmina con la caída del muro de Berlín, en 1989.
Los acuerdos de paz en América Central pusieron fin a la estrategia de la toma de poder por la vía insurreccional.
Colombia es el último país, en América Latina, en dejar a un lado la lucha armada. La única guerrilla activa es el Eln que, a pesar de los altibajos, decidió iniciar un proceso de negociación. Así, que el Eln esté dispuesto a negociar y que las Farc hayan entregado las armas es haber puesto un punto final a este gran paradigma de la izquierda del siglo XX que fue la guerra de guerrillas.
Es justamente en este momento cuando menos deberíamos estar hablando de ‘castrismo’.
El chavismo, en cambio, no es una táctica militar que se pueda exportar como el castrismo, sino una ideología que combina varios de los intereses de la ‘nueva izquierda’ posterior a 1989. Es una reevaluación de las doctrinas y de las estrategias de la izquierda desde el inicio del siglo XX.
Colombia está cambiando. Ese cambio se ve reflejado en la pobreza ideológica y política de los líderes y portavoces de la derecha. Si no es a través del miedo —el temor a convertirnos en una «segunda Venezuela» o la inseguridad urbana— no saben cómo conquistar a sus electores.
Los invito a que sigamos refutando todas las mentiras divulgadas en la actual campaña.
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SARA TUFANO es columnista del diario El Tiempo y esta columna fue publicada originalmente en El Tiempo en la siguiente dirección electrónica: