Por: Jesús María Cataño Espinosa
El Imperio romano desapareció, vencido por unos bárbaros más crueles que sus propios hijos, pero surgieron los dioses y los césares, tan violentos como aquellos, y entonces continuó la edad del lodo y de la sangre; de la piedad y la de la penitencia; de la opresión y la esclavitud; del arte y de la literatura en nombre de la cruz y sus derivados.
El trono y el altar pusieron sus reyes y el pueblo sometido en la esperanza de un renacimiento. Renacimiento que efectivamente llegó pero como un movimiento artístico, no político, pues la gente siguió sometida y arrodillada ante los dogmas por los siglos de los siglos, amén.
El «descubrimiento» de América no fue otra cosa que la invasión de los españoles, el choque de los blancos y los indios, de los católicos y los adoradores del sol y de la luna. Los indios tenían la tierra, el oro y las riquezas y los españoles trajeron la biblia y se la metieron por lo ojos a los nativos hasta dormirlos. Cuando despertaron, los españoles tenían el oro y ellos solo las biblias.
Los españoles utilizaron a los indios para exterminar a los indios, como hace hoy la oligarquía que utiliza soldados y policías del pueblo, contra el pueblo, en una intervención que provocó —y provoca todavía— el aniquilamiento de pueblos y comunidades en todo el país.
Los españoles y sus religiosos destruyeron la sociedad primitiva, al derrumbar su gobierno, sus creencias y sus métodos de trabajo. Y su lenguaje, intervenido por el castellano y otras lenguas que llegaron con los «conquistadores», especialmente desde el Perú.
En Colombia, se conquistó la independencia del yugo español en 1810 pero el pueblo sigue sometido, políticamente, a la oligarquía criolla e, ideológicamente, a las sectas religiosas, después de haber pasado por periodos como la tristemente célebre «Regeneración», encabezada por el fantasma sanguinario de Rafael Núñez, que fue como una avalancha de hombres de todos los bandos que cayeron sobre el país, como cayeron los bárbaros sobre Roma. Colombia, además, sigue sometida al Imperio gringo, ante el cual, políticos, gobernantes y empresarios hacen venias constantes y entregan las riquezas nacionales.
Traicionando a los liberales y a sus mismos copartidarios godos, Núñez pretendió instalar un régimen monárquico y, aunque talentoso, solo queda de Él un reconocimiento, el de la figura más odiosa en la historia de Colombia, de acuerdo con los analistas reconocidos y serios de la política nacional. La Constitución del 86 fue su parto, considerada como la reaparición del siglo XVI en pleno siglo XIX, una de las reliquias del exProcuraGODOr Ordoñez, ahora candidato presidencial.
Esa Constitución es recordada tristemente porque en ella nunca se mencionaron los derechos, pero sí impuso deberes y en ninguna parte se mencionó al pueblo pero evocó a Dios como refugio de los cavernícolas que humillaron a los colombianos en medio de crímenes atroces, el silenciamiento de las imprentas de entonces y el establecimiento de la horca, pero no para los criminales sino para los contradictores del “rey”.
Esa Constitución que violó todos los derechos, incluido en derecho a la vida con la pena de muerte, tuvo dos reformas importantes: la de 1910, después del gobierno progresista del presidente Rafael Reyes y la reforma de 1936 liderada por el presidente Alfonso López Pumarejo, quien se destacó por su progresismo y políticas favorables para la clase obrera. Otras reformas significativas se dieron en los años 1905, 1954, 1957, 1958, 1968 y 1984.
En 1991, como resultado de un proceso glorioso pero doloroso de luchas populares, caracterizado por un auge de masas sin precedentes y de una fallida reforma en 1988 con la cual se pretendía garantizar la participación ciudadana en las grandes decisiones nacionales, el movimiento estudiantil logró, mediante la denominada séptima papeleta, la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente que desembocó con la promulgación de la nueva Carta el 4 de julio de ese año.
Desde entonces, la oligarquía ha motilado sucesivamente la Carta, y poco a poco se adueñó de numerosas reivindicaciones obtenidas por el pueblo y a pesar de que sobreviven figuras importantes como la Tutela, la manguala de jueces y políticos la hacen cada vez menos eficiente en la lucha por los derechos fundamentales de los ciudadanos.
El pueblo no se ha apropiado adecuadamente de los contenidos de la Constitución, especialmente en lo relacionado con su participación política, como consecuencia de la manipulación que ejercen los caciques regionales en el manejo de los asuntos en la provincia. El miedo, el conformismo derivado de la influencia religiosa y de los grandes medios de comunicación, la indiferencia, las amenazas, el chantaje, la persecución y la eliminación física de los contradictores del Estado y de los partidos tradicionales, también atentan contra el ejercicio de los derechos establecidos en la Carta.
La Constitución del 91 fue como un rayo que iluminó el cielo colombiano para iniciar el camino hacia su libertad, pero todavía hace falta el volcán que revolucione el ejercicio político, que sepulte la actual clase política y sus vicios: la corrupción, el padrinazgo y la deslealtad con la gente que la elige.
Solo con la organización y la lucha de los colombianos se podrá terminar con la bacanal de la politiquería y con el abandono estatal, como está demostrado con los movimientos populares que se han desarrollado en Colombia durante los últimos años: en El Catatumbo, el de los habitantes de zonas escogidas para la explotación minera y petrolera, el movimiento de los camioneros y de los campesinos, recientemente el de los educadores, el de los indígenas, que sobrevivirán y triunfarán a pesar de la satanización y criminalización por parte del alto gobierno y de los Medios de comunicación y algunos periodistas vendidos.
Solo así, en la lucha y en las conquistas, derrotando a los caudillos sin virtud, perdiendo el miedo a sonrojarse con los gritos de la verdad, podemos soñar con la independencia que vemos en el calendario pero que todavía no celebramos.
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JESÚS MARÍA CATAÑO ESPINOSA, comunicador social y periodista con más de 30 años de experiencia. Ha trabajado con importantes medios de comunicación en todo el país.